No cabe duda de que el término ‘Costa Brava’ es una bendición para el marketing turístico, pero provoca que algunos viajeros se olviden de los tesoros que se encuentran al interior, más allá del escarpado y fascinante litoral gerundense. Uno de esos tesoros es Peratallada, una localidad plagada de callejones adoquinados, pasadizos secretos y poéticas enredaderas que ascienden por los muros de piedra de sus atemporales edificios: una pequeña joya medieval de la Costa Brava que es el complemento ideal para una jornada de baño en el Mediterráneo.
Peratallada, en un lugar del Bajo Ampurdán

Situada a poco más de 15 minutos de Begur y sus playas y a unos 45 minutos de la capital provincial, Peratallada ‘compite’ también con la vecina Pals como localidad más hermosa del Bajo Ampurdán: pese a ser un imán para el turismo ambos pueblos han sabido mantener la esencia de su carácter medieval.
La primera referencia histórica de Peratallada aparece en 1065 y tiene como protagonista al Castillo que por entonces pertenecía al clan de los Peratallada. Y no hay mejor lugar para empezar nuestra ruta por esta localidad que en este evocador edificio en el que se aprecian dos sectores bien diferenciados: la fortaleza y el palacio.
Como suele ser habitual en la construcción de los castillos, se buscó el lugar más elevado del terreno para construir este edificio: se trataba de tener lugar estratégico para dominar el espacio circundante. No hay que olvidar que estamos en una etapa en la que las tensiones bélicas son habituales.
La Torre del Homenaje es el elemento más distintivo de este sector del castillo: esta coronado para varias almenas y rodeada por un muro irregular. Los bloques de piedra del muro proceden de una construcción previa (romana o visigoda) lo que demuestra que la zona ya estuvo poblada desde antiguo.

Por su parte, el Palacio es una amalgama de construcciones posteriores que se extienden al sureste de la fortaleza y en un nivel más bajo. Buena parte de estos cuerpos se añadieron en el siglo XIV, etapa de mayor prosperidad del castillo. Abandonado durante siglos, a partir de 1965 se inició una rehabilitación que ha recuperado algunas estructuras originales.
Dejamos ya el Castillo-Palacio y, cual caballero andante, continuamos nuestro recorrido medieval por Peratallada disfrutando de la Plaza del Castell y de la Plaza de los Esquiladores. Aunque tal vez la plaza más bonita del pueblo sea la de Les Voltes, un poco más al sur. Este espacio aún mantiene los sopórtales de uno de sus lados cubiertos por las bóvedas que dan nombre a la plaza: era el lugar en el que se celebraba el mercado.
Peratallada: la hiedra y la roca

Al este del castillo, encontramos uno de los lugares más famosos de Peratallada: en el arranque del carrer D’en Vas se abre un arco a través del cual se ve un edificio cubierto hasta arriba por la enredadera. Y es que uno de los elementos más característicos de este pueblo es la presencia constante de hiedra subiendo por los muros de piedra. Si a esto sumamos la delicadeza con la que muchos vecinos cuidan las plantas y flores de los balcones tenemos como resultado una deliciosa combinación de colores y consistencias: la dinámica verde y púrpura de la vegetación frente a la masividad de la piedra ocre: es hora de sacar la cámara de fotos.
Si seguimos hacia el norte dejando atrás el castillo nos encontramos con la Torre de las Horas, otro de los elementos más significativos del conjunto medieval de Peratallada. Se trata de un edificio datado entre los siglos XII y XIV que fue rehabilitado hace unos años recuperando parte de la estructura que había sido dañado y que llama la atención por las arcadas que aún sostienen la campana.

Si continuamos ruta por la Calle de la Roca alcanzamos la Torre Circular al lado del parking. Se trata de otro vestigio de las primitivas murallas que rodearon Peratallada desde la construcción del castillo a finales del XI hasta el XIV, época de mayor esplendor en la localidad del Bajo Ampurdán que incluso llegó a celebrar la visita del rey Juan I de Aragón que, según las crónicas, se alojó en el palacio.
Seguimos por la calle de la Roca en dirección norte —otra de las postales más típicas del pueblo ya que parte de la calle está excavada en la propia roca— hasta alcanzar el Portal de la Virgen, la entrada principal del pueblo en época medieval. Todavía quedan los restos del foso que rodeaba la entrada sobre el que se construyó un puente levadizo sustituido en el XVII por el actual. Si nos colocamos al otro lado de la GI-651 —y tirando un poco de imaginación— podemos evocar cómo sería Peratallada en su época más brillante: una joya pétrea infranqueable a la que solo le faltaría un dragón oculto en el foso.

Antes de dejar Peratallada debemos acércanos al edificio extramuros más importante del pueblo, la iglesia de San Esteve, pasando el parking norte del pueblo. Se trata de un templo románico con una curiosa estructura de dos naves con ábsides semicirculares en su extremo oriental. Tanto su exterior como en su interior están inacabados, sugiriéndose que pudo ser la terrible peste negra la que provocó la detención definitiva de las obras.
La fachada tiene una curiosa estructura heterodoxa fruto de las distintas fases constructivas y de esa falta de conclusión del proyecto: la combinación de esbeltos arcos apuntados, arcos de medio de punto y la portada con arco dovelado junto a la falta de un cuerpo sobre el costado sur ofrecen esta estampa insólita, una razón para descubrir esta perla medieval de Cataluña.