¿Y si hubiera un “planeta B”? Esa es la gran esperanza de la humanidad. Porque si es evidente que nuestro primer objetivo debe ser cuidar como se merece nuestro actual hogar, algo en lo que no hemos estado especialmente afortunados durante siglos, también parece evidente que el futuro de la humanidad (a largo plazo, por supuesto) pasa por la exploración espacial en busca de otros mundos habitables o, al menos, hacer habitable otros mundos.
Ya lo dijo Konstantín Tsiolkovski, el conocido como padre de la cosmonáutica, “la Tierra es la cuna de la humanidad, pero no podemos vivir siempre en la cuna”. Pero en esta fascinante carrera espacial, como ha sucedido a menudo a la investigación científica, el fin parece justificar los medios, y la explotación animal ha sido habitual. Desde moscas a tortugas, desde chimpancés a perros, diversos animales han estado involucrados en la investigación espacial. Y muchos no volvieron “para contarlo”. Estos son los animales que, hasta el momento, han participado en la conquista del espacio.
Animales en el espacio: de Laika a un calamar hawaiano

El 3 de noviembre de 1957, la Unión Soviética puso por vez primera en la historia a un animal a orbitar la Tierra. Sí, fue ella, la perrita Laika —ladradora en ruso— que tripuló el Sputnik 2, el segundo satélite artificial de la historia. Pero esta perra de fama mundial no fue el primer ser vivo vinculado a la investigación espacial. Antes que ella, además de los humanos, las moscas de la fruta trataron de conquistar del espacio.
Las moscas de la fruta
Las primeras candidatas para entrar en una nave espacial fueron las moscas. ¿La causa? Ocupan poco espacio. Y si hay algo que no sobra ahí arriba, aunque resulte irónico, es el espacio. Fue el 20 de febrero de 1947, en los inicios de la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el país norteamericano colocó a unas moscas de la fruta con semillas de maíz a bordo de un misil alemán V2 que había sido tomado de los nazis tras la II Guerra Mundial. El objetivo era investigar los efectos de la exposición a la radiación a elevada altitud. Las moscas sobrevivieron.
Primates no humanos

Tras el éxito de las moscas de la fruta en el V2, los estadounidenses decidieron apostar fuerte por el proyecto espacial y saltaron unas cuantas especies: un macaco rhesus de nombre Albert II alcanzó una altitud de 80 millas el 14 de junio de 1949. El propósito era claro: preparar el viaje del ser humano. Albert fue anestesiado, pero murió tras el impacto del reingreso. Fue uno de los primeros animales fallecidos en la conquista del espacio.
Pero no sería el único mono, ni mucho menos. Y es que Estados Unidos apostó firmemente por estos animales, mientras la Unión Soviética prefería perros. Una década más tarde, Gordo, un mono ardilla superó las 600 millas de altura: murió en el amerizaje cuando falló el dispositivo de flotación.
La NASA lo volvió a intentar: nadie quería que el primer humano en órbita acabara como Gordo. Able y Baker, un macaco Rhesus y un mono ardilla, respectivamente, regresaron sanos y salvos tras alcanzar las 300 millas en 1959. Pero Able murió en una operación posterior. Baker, apodada a Miss Baker, murió en 1984 con 27 años.
Dos años más tarde, el chimpancé Ham se convierte en el primer ser vivo en interactuar con una nave espacial, no solo viajar en ella. Ham aprendió a manejar palancas para recibir gránulos de plátano evitando descargas eléctricas. Su colega Enos fue el primer mono en órbita a finales de 1961. Pero para entonces, la Unión Soviética ya había dado el golpe sobre la mesa: el 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin fue el primer humano en el espacio.
Por cierto, Argentina también experimento con monos en el espacio. El mayor protagonista fue el mono Juan que hizo un vuelo suborbital a finales de 1969.
Los gatos
Francia sería el tercer país en esta carrera espacial. Tras lanzar una rata en 1961 apostaron por una gata que también saltó a la fama: Félicette, también conocida como Astrocat, que fue lanzada el 18 de octubre de 1963. Hizo un vuelo suborbital de 13 minutos con 5 minutos de ingravidez: la gata se recuperó de forma segura tras aterrizar su cápsula en paracaídas. Pero los investigadores la sacrificaron dos meses más tarde para investigar su cerebro. Un segundo gato fue enviado poco más tarde, pero murió al explotar su cohete.
Tortugas, arañas, tritones, medusas y un calamar

Según señala la revista Space, hace algo menos de dos años, una cápsula de SpaceX transportó a la Estación Espacial Internacional un calamar hawaiano, el candidato ideal, según los investigadores, para estudiar el microbioma y su vinculación a la digestión humana en las condiciones propias del espacio.
Cuatro años antes, se produjo un muy relevante experimento animal en el espacio: varios ratones sanos nacieron a partir del esperma de otro ratón alojado en la ISS durante casi 300 días lo que abre la posibilidad de que el esperma de otras especies, incluido el humano, sea alojado fuera de la Tierra. Por si las moscas, ¿no?
Muchos años antes, en 1973, se usaron dos arañas de jardín de nombre Arabella y Anita para estudiar la capacidad de tejer telarañas en órbita. Arabella logró tejer una red simétrica a pesar de que el grosor del hilo variaba por las condiciones de gravedad.
12 años más tarde, diez tritones viajaron en un satélite para estudiar las lesiones espaciales: fueron amputadas sus extremidades delanteras para ser analizadas. Y durante la década de los 90, el transbordador Columbia alojó diversas medusas que estudiaron los cristales de calcio también importantes para los seres humanos.
Y no nos podemos olvidar de las dos tortugas esteparias que se convirtieron en los primeros animales en volar alrededor de la Luna en 1968, un proyecto soviético denominado Zond 5 que tenía por objetivo poner un cosmonauta en el satélite terrestre… antes que Estados Unidos.
Los perros

Aunque no existe un límite claro entre la atmósfera y el espacio, se considera que una línea imaginaria a 68 millas de la superficie, llamada línea de Kármán, es la que marca la frontera entre la atmósfera terrestre y el espacio exterior. Y esa es la frontera que todos querían cruzar cuando se inició la carrera espacial.
Mientras, como hemos visto, Estados Unidos usaba primates, la Unión Soviética se decantó por perros porque consideraban que eran los animales que mejor mantenían sus condiciones físicas durante largos periodos de inactividad.
Y es que, como parte del entrenamiento, los perros eran confinados en cajas pequeñas durante varias semanas. Para seleccionar al candidato, los soviéticos elegían al perro que mejor se hubiera acostumbrado a la caseta. También usaron trajes espaciales, entraron en simuladores y se metieron en centrifugadoras que daban vueltas a gran velocidad para simular el despegue. Casi como cosmonautas humanos.

Entre 1951 y 1956, los perros fueron lanzados a más de 100 kilómetros para después alcanzar los 200 y los 450. Dezik y Tsygan fueron los primeros perros en realizar un vuelo suborbital el 22 de julio de 1951. Ambos sobrevivieron. Pero la lista de perros que intervinieron en el programa es muy amplia, y varios murieron en diferentes circunstancias.
Pero el primer vuelo orbital llegó, como sabemos, con Laika, que falleció entre cinco y siete horas después del despegue debido a la falta de oxígeno. Pese al éxito del viaje, la muerte de Laika fue una espina clavada para las autoridades soviéticas, una consecuencia de la rivalidad con Estados Unidos que obligaba a ambos países a trabajar contrarreloj, no por razones científicas, sino políticas y de prestigio internacional.
¿Es imprescindible la experimentación animal en la investigación espacial?

No, nunca lo es. Pero no se puede negar la realidad histórica: sin la participación de los animales, la investigación espacial habría sido mucho más lenta e ineficaz: la contribución de los animales en la investigación espacial ha sido fundamental, especialmente estudiando los efectos de la microgravedad en las funciones biológicas.
Hoy en día, la NASA aún sigue investigando con animales, particularmente con roedores en su Rodent Research: “Dada su similitud genética con los humanos, estudiar ratones permite a los científicos obtener información sobre el funcionamiento del cuerpo humano”.
No obstante, y como sucede en cualquier otra parcela científica, los métodos están cambiando y el bienestar animal es un aspecto que ya es vertebral en la investigación espacial con animales manteniendo el espíritu que impulsa la investigación científica en cualquier campo: minimizar o suprimir por completo la experimentación animal sin detener el progreso científico en el espacio, en busca de esos planetas B, C o D que garanticen el futuro de la especie humana… y del resto de especies terrestres.
Los animales fueron necesarios, y lo seguirán siendo.