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Mamadou Dia, el hijo pródigo de Senegal

Tras embarcarse en una odisea de miles de kilómetros para alcanzar el sueño español, este trabajador social decidió regresar a su pueblo para mejorar la vida de sus compatriotas

Mamadou Dia ha creado en Gandiol una ONG de cooperación al desarrollo.

HENRIQUE MARIÑO

No me llamo Agua, me llamo Mamadou. Agua, en su país, es un nombre de mujer. La voluntaria de la Cruz Roja le había ofrecido un botellín y Mamadou dijo que no, que él se llamaba Mamadou, como Mahoma, aquel digno de alabanza, el loado.


También fue el elegido por su familia para abrir camino hacia Europa. El hermano estudiado de una familia de pescadores de Gandiol, un pueblo costero donde los niños crecen de manera inversamente proporcional a las cebollas, a los tomates, a las sandías. El delta herido del río Senegal se ha empeñado en hacer de esta postal una tierra yerma mientras semienta los cultivos de sal. Sólo quedarán las palmeras y la arena blanca, porque la Lengua de Barbarie, la franja arenosa que separa el agua dulce de la salada, mengua a cada ola. Un desaparecer en time lapse que recuerda a esas islas del Pacífico que sirven de bocado al mar.

Mamadou Dia lo dejó todo atrás hace una década. Embarcó con dos de sus 24 hermanos hermanos en un patera atestada de sueños rumbo a las islas Canarias. Uno de esos anhelos se arrojó al mar cuando la travesía era pesadilla. Sin motor ni comida ni agua, se les aparecieron unos seres con casco y mono blanco, como salidos de la central de Fukushima. Estaban en La Gomera, él tenía veintidós años y atrás quedaba un océano. Lo cuenta en 3.052, un libro que va por la sexta edición, los kilómetros que median entre Dakar y Murcia, donde terminó instalándose.

“La imagen positiva de África (belleza, integración, lenguas…) no cruza la valla. Sólo lo hace la pobreza, el hambre y los niños desnutridos”, explica este diplomado en Trabajo Social. “Y, al revés, desde Senegal se divisan las Cuatro Torres, pero ningún compatriota ha visto las favelas de Madrid”. Tampoco los barrios deprimidos de Barcelona, que lo acogió antes de regresar a su pueblo para dar forma a lo aprendido: Hahatay, una ONG que trabaja en la cooperación para el desarrollo entre ambos países. “Es importante mostrar la imagen de España que los medios occidentales no proyectan”.

Mamadou ha vuelto. Ahora tiene 32 años y recorre nuestro país de universidad en universidad, recabando el apoyo de voluntarios que luego construirán aulas con botellas de plástico y parques infantiles con ruedas de coche. “Me gustan los retos”, confiesa. “Combatir el racismo institucional y denunciar las políticas de inmigración de la UE, que justifica la lucha contra las mafias cuando, si no fuese por sus guerras, la gente no tendría que huir”. Aquí su fábula: los leones (multinacionales) atacan a los búfalos (migrantes) y, de después de matarlos, la emprenden contra los buitres (traficantes de personas) que tratan de alimentarse de los cadáveres. “Habría que preguntarse por qué se mueren los búfalos”.

Todo es una cuestión de perspectiva. Mientras Mamadou difunde aquí su proyecto y advierte allí del "engaño" de El Dorado europeo, muchos españoles se van con el hatillo al hombro. “Hay jóvenes llamados a emigrar, porque en una sociedad capitalista sin trabajo ni bienes materiales no eres nadie. Algunos llegan a Senegal con una mano delante y otra detrás, pero nunca sentirán el rechazo que sufrimos nosotros. No tendrán que llegar en patera, ni esconderse en un maletero ni saltar una valla”.

Mamadou tiende puentes, crea espacios de encuentro entre ambas gentes. Como él, se han emparejado, han tenido hijos, han echado raíces en tierra ajena. “Son los hijos de la España del futuro, del Senegal del mañana. Al igual que Merkel y Sarkozy, descendientes de inmigrantes, a saber quién será ministro o presidente dentro de unos años”. Su odisea, en cambio, fue con billete de vuelta. “Cuanto más tiempo echaba en España, más consciente era de que pertenecía a mi pueblo. Y volví para tratar de sacarlo adelante”. El paraíso le esperaba allí.

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