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La derecha sale derrotada del primer debate

Pedro Sánchez entra en el cuerpo a cuerpo con Rivera, al que llegó a llamar "mentiroso", y con Iglesias, del que dijo que era un "difamador"

Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, antes del debate electoral. REUTERS/Juan Medina

JUAN ANTONIO BLAY

MADRID.- El debate a tres entre Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos), candidatos a ocupar el Palacio de La Moncloa a partir del próximo 20 de diciembre, celebrado este lunes ha puesto de manifiesto la utilidad y la conveniencia de este tipo de citas para acercar a los aspirantes a los electores y, sobre todo, conocer su capacidad de formular propuestas que susciten interés de cara a la jornada electoral. En este sentido, el debate puede considerarse altamente positivo.

En su conjunto, tras dos horas largas de debate, cabe concluir que la derecha salió derrotada de la contienda. La ausencia del candidato popular y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, impensable en cualquier democracia de nuestro entorno europeo, ha sido determinante para que la balanza se inclinara hacia la izquierda. Y eso ha sido así pese a los denodados intentos de Albert Rivera de ocupar un amplísimo espectro que en ocasiones aparecía como misión imposible. Siempre escorado a la derecha.

En cualquier caso, lo protagonistas han estado más pendientes del otro antes que de sí mismos. Y eso ha frenado un tanto la calidad y claridad de los contenidos expuestos por los respectivos intervinientes; por contra, en algunos momentos la discusión ha subido de tono hasta extremos imprevisibles a priori.

La ausencia del candidato Rajoy apenas ha tenido trascendencia nominal salvo al inicio, cuando el aspirante socialista lo ha hecho notar. A partir de ahí, el debate ha transcurrido como el Guadiana, en ocasiones desaparecía en una serie de consignas precocinadas, pero en otros momentos ha habido rifi-rafes puntuales que han animado esporádicamente el debate.

Sobre todo cuando Iglesias ha reprochado a Sánchez no impedir los casos en su partido de puertas giratorias, momento en el que ha citado a Trinidad Jiménez, a quien ha situado automáticamente en el consejo de administración de Telefónica.

El socialista ha saltado como un resorte: “No es verdad”, ha clamado. “¡Cómo que no, eso hay que aclararlo!”, ha insistido Iglesias. Sánchez estaba en lo cierto; Jiménez es diputada en ejercicio, al margen de que se hayan publicado informaciones de su posible incorporación a la multinacional como ejecutiva. Ha sido una píldora que luego, en el tramo final del debate, se ha convertido en un cruce de reproches a costa de apellidos en sus respectivas candidaturas. Memorable ha sido el cruce de descalificaciones entre Rivera e Iglesias. Sánchez tampoco se ha quedado atrás.

El candidato socialista ha sido consciente de que, en ausencia de Rajoy, era el objeto deseado de los ataques de sus contrincantes. De hecho ha sido quien, de entrada, ha recibido los tortazos más directos por parte de sus dos compañeros de debate. Sobre todo a partir de los tres cuartos de hora –el debate se ha alargado treinta minutos más de lo previsto, hasta las dos horas-.

Sánchez ha empezado siendo el más convincente en sus propuestas, tal vez excesivamente concentradas en la Ley de Dependencia y en las reformas de la legislación del Gobierno del PP en educación y la laboral. No ha leído en ningún momento, como sí han hecho sus contrincantes, y siempre ha mantenido una línea argumental bastante consistente. Y, algo importante en este tipo de situaciones, ha mantenido la mirada a la cámara cuando transmitía sus mensajes más directos.

Rivera ha trasladado, como alumno aplicado, una letanía muy bien memorizada, pero a medida que ha pasado el tiempo se le han ido agotando las baterías que traía de casa. Eso sí, durante buena parte del debate ha dejado claro que por algo fue ganador en el concurso de debates que organizaban las facultades de derecho. Ha sido el aspirante más susceptible a cada alusión que le hacían tanto Iglesias como, sobre todo, Sánchez.

Iglesias, sin duda el aspirante que más se la jugaba, en cambio, ha utilizado un discurso un tanto apelmazado, muy intelectual. Introduciendo numerosos conceptos, algunos muy sofisticados, con continuas alusiones a citas y nombres. Sin duda, su mayor exceso. Tan elaborado ha sido su discurso que debía leer de tanto en tanto el guión preparado en el atril. No ha sido el único. Rivera también lo ha hecho, salvo cuando ha hablado de Catalunya.

Pero la verdad es que el debate de este lunes ha recuperado un camino escasamente frecuentado en España cuando se trata de que los candidatos compitan en televisión directamente, sin intermediarios, ante los electores unas semanas o días antes de celebrarse unas elecciones generales. En los once comicios celebrados hasta ahora, en apenas tres ocasiones hubo oportunidad para celebrar este tipo de confrontaciones. Una de las carencias más palpables de la democracia española.

Desde el primer y épico debate celebrado entre Richard M. Nixon y John F. Kennedy el 26 de septiembre de 1960 ante 80 millones de telespectadores, ya nada volvió a ser lo mismo en las competiciones políticas. En Estados Unidos y en el resto de las democracias. Pero en España, este asunto sigue siendo un escollo difícil de superar.

Y no será por falta de ganas de los ciudadanos. En los cinco debates habidos –dos en 1993, otros dos en 2008 y uno en 2011– la audiencia ha sido millonaria, entre los 10 y los 14 millones de espectadores. Además, con resultados finales incluso sorprendentes en relación a los pronósticos iniciales, lo cual dice mucho a favor de estas competiciones entre los candidatos a ocupar La Moncloa.

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