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Arquitectos que sanan ciudades

Un grupo de profesores y estudiantes de arquitectura de Barcelona propone avanzar hacia la ciudad del futuro retirando el foco de los grandes proyectos urbanísticos y poniéndolo en el individuo y en sus necesidades concretas. 

Ibón Bilbao y los Arquitectos de Cabecera reuniéndose con los vecinos de Can 60. - MARTÍ LLORENÇ

JORGE GARCÍA LÓPEZ

Una carta certificada le avisaba de que tenía que marcharse. Así de inmediato. Quirze disponía tan solo de unos días para abandonar el espacio donde impartía clases de capoeira a niños del barrio barcelonés del Raval desde hace más de quince años. Su caso no fue el único. Al igual que él, el resto de inquilinos de Can 60, una de las antiguas casas-fábrica construidas en este barrio entre los siglos XVIII y XIX, recibió la misma notificación. Nadie renovaba su contrato de alquiler. Todos debían irse. ¿El motivo? Una empresa alemana había comprado el edificio y planeaba reconvertirlo en pisos de lujo.

Tras recurrir a diversas instancias, recibieron la ayuda inesperada de un grupo de estudiantes de arquitectura que se hacían llamar Arquitectos de Cabecera. Además de llevar a cabo una cartografía física del edificio ─que se encontraba en decadencia debido al desinterés de su propietaria en invertir en el mantenimiento─, establecieron un plan para proteger Can 60. Este plan pasaba por dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cuánto pierde Barcelona si esta antigua casa-fábrica se convierte en pisos de lujo?

El objetivo del grupo es plantear desde la arquitectura soluciones a los problemas del ciudadano y de la sociedad

Para ello, orientaron su trabajo en dos sentidos: por un lado, pusieron en relieve su importancia como patrimonio histórico y, por otro, elaboraron un análisis del valor humano de las actividades que allí se desarrollaban. No obstante, operaban hasta 12 entidades y, al igual que el taller de capoeira de Quirze, la mayoría desempeñaban un papel importante en el tejido social del barrio. Entre ellas estaba Apip Acamp, una asociación de reinserción laboral que en los últimos 10 años ha dado trabajo a más de 10.000 personas en toda España.

A los pocos días de que Arquitectos de Cabecera presentara al ayuntamiento un dossier con las conclusiones de su trabajo, se congelaron las licencias de obras en todas las casas-fábrica del Raval, un total de 20 de las más de 50 que hubo a mediados del siglo XIX. El edificio histórico estaba salvado. Además, en 2017 el ayuntamiento adquirió Can 60 por una suma de seis millones de euros. De ese modo, el edificio pasó a convertirse en un espacio público dirigido a los habitantes de Barcelona. Esta ha sido, hasta ahora, la acción más mediática que ha llevado a cabo el grupo de arquitectos. No fue, sin embargo, la única ni tampoco fue la primera.

Del individuo a la comunidad

En 2013 la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) se paralizó. Por una parte pesaba sobre la facultad la amenaza de recortes en el profesorado y, por otra, parte del alumnado se movilizó para reclamar que el plan docente se volviera más permeable a la realidad de una sociedad en crisis. Ibón Bilbao y Josep Bohigas, profesores de la asignatura Habitatge y Ciutat, entendieron que en el núcleo de esta queja subyacía un impulso creativo y por eso dieron fuelle a un proyecto. “Al igual que un médico de cabecera conoce a sus pacientes y les trata conforme a sus necesidades, creemos que es necesario que el arquitecto se acerque a la vivienda poniendo el punto de vista en el sujeto y no en el objeto, y, desde el terreno de lo público, ofrezca a las personas un diagnóstico y una metodología concreta para sus viviendas", explica Bilbao.

"Es necesario que el arquitecto ofrezca a
las personas un diagnóstico y una metodología concreta para sus viviendas"

Bilbao y Bohigas, junto con una parte del alumnado de su asignatura, pusieron en marcha el proyecto ese mismo verano en el Raval, uno de los barrios con la renta per cápita más baja de Barcelona, y, posteriormente, lo retomaron durante los veranos de 2014 y 2015. En estos periodos de actividad, Arquitectos de Cabecera contactó a través de asociaciones locales con vecinos cuya vivienda no se adaptaba a sus necesidades presentes y a los que su situación económica no permitía acometer grandes obras.

Por ejemplo, ancianos con problemas de movilidad en sus hogares o personas que ─ya fuera por voluntad o por necesidad─ querían compartir techo sin que esto supusiese una pérdida de su intimidad e incluso comunidades de vecinos con espacios comunes deteriorados e inutilizables. Una vez detectados los casos, empezaba el trabajo de cartografía que, esencialmente, consistía en analizar los usos y costumbres del sujeto en su vivienda para después proponer soluciones arquitectónicas a sus necesidades; propuestas lo más sencillas posibles, pensadas para que, en la mayoría de las ocasiones, la persona fuera capaz de llevarlas a cabo por sí misma.

En 2016, en el marco de la exposición Piso Piloto, se instaló en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) una caseta en la que los Arquitectos de Cabecera atendían a aquellos vecinos del barrio del Raval cuyas casas no se adaptasen a sus nec

En 2016, en el marco de la exposición Piso Piloto, se instaló en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) una caseta en la que los Arquitectos de Cabecera atendían a aquellos vecinos del barrio del Raval cuyas casas no se adaptasen a sus necesidades presentes.

Barcelona, ponte sana

Aunque sus miembros hacen hincapié en que el modus operandi de Arquitectos de Cabecera se puede aplicar a cualquier ciudad del mundo ─prueba de ello es que el proyecto ha despertado interés en varias universidades extranjeras, una de las cuales, la de Bogotá, ha comenzado a realizar una labor paralela en su ciudad─, no es casualidad que haya surgido precisamente en Barcelona. Como tampoco es casualidad que su filosofía haya logrado en tan poco tiempo hacerse un hueco en el panorama urbanístico en una ciudad acostumbrada a planificaciones, cuanto menos, ambiciosas.

“Queremos traspasar las fachadas del eslogan 'Barcelona posa't guapa' (Barcelona, ponte guapa) y centrar nuestra mirada en el habitante”

El galardón Ciudad de Barcelona de Arquitectura y Urbanismo, que se les concedió en 2015, constató cómo un proyecto surgido del ámbito universitario podía convertirse en el indicador de un cambio de rumbo. Al recogerlo, Arquitectos de Cabecera hizo referencia a este cambio utilizando para ello un viejo eslogan que, durante muchos años, fue omnipresente en los edificios de la ciudad: “Queremos traspasar las fachadas del eslogan Barcelona posa't guapa (Barcelona, ponte guapa) y centrar nuestra mirada en el habitante”, comenta Bohigas.

El profesor va un paso más allá y propone un nuevo eslogan: Barcelona ponte sana. “En un principio se pensó que la mejora física de la ciudad mejoraría la vida de los habitantes pero esta idea ha acabado derivando en algo muy diferente. Actualmente vivimos en una ciudad donde el alquiler social es residual (poco más de un 1% del parque total de vivienda, según datos del ayuntamiento), con una afluencia de turistas insostenible (19 millones en 2016, una cifra once veces superior a la población total de la ciudad), una pobreza energética que ronda el 10%; una ciudad que apostó hace más de veinte años por recuperar para la ciudadanía el Frente Marítimo y el Port Vell y que rápidamente lo perdió montando hoteles de cinco estrellas o una marina de lujo”.

Josep Bohigas, Alba Alsina, Ibón Bilbao y Frederic Villagrasa. - MARTÍ LLORENÇ

Josep Bohigas, Alba Alsina, Ibón Bilbao y Frederic Villagrasa. - MARTÍ LLORENÇ

Podría añadírsele otro dato: el precio del alquiler en el distrito de Ciutat Vella, que incluye el Raval, el Borne y el Barrio Gótico, se ha encarecido un 21% en 2016, casi diez puntos por encima de la media de Barcelona, lo que ha obligado a muchos de sus habitantes a desplazarse a otros barrios. Y es que, en los últimos diez años, la zona antigua de la ciudad ha perdido en torno a 10.000 habitantes.

Este es el panorama, pero para Bohigas existe una salida: “Tradicionalmente la arquitectura mira las calles de la ciudad desde arriba y propone soluciones a vista de pájaro. Es el momento de que, paralelamente, se lleve a cabo el proceso inverso. De que se hable con los vecinos y con las comunidades y que, conjuntamente, se decida qué tipo de calle se necesita”. Desde 2015, Josep Bohigas ─que es hijo de Oriol Bohigas, el gran artífice de la reforma que experimentó Barcelona en los años previos a los Juegos Olímpicos─ compagina su trabajo de profesor en la ETSAB con el cargo de director general de Barcelona Regional, la agencia pública de urbanismo de la ciudad metropolitana de Barcelona, clave en todos los procesos que ha experimentado la ciudad desde 1992.

"Es el momento de que se hable con los vecinos y con las comunidades y que, conjuntamente, se decida qué tipo de calle se necesita"

Este puesto de responsabilidad no ha cambiado sus modos ni ha endulzado su discurso; ni siquiera ha refinado su aspecto físico: se pasea por las lustrosas y cristalizadas oficinas de Barcelona Regional con su pelo ensortijado, su jersey ancho y cierto aire de intelectual disperso. Desde la administración, pretende hacer realidad este giro del modelo urbanístico que, según su opinión, pasa necesariamente por formar al arquitecto para que se convierta en un engranaje más de la sociedad: “No solo en alguien que diseña grandes proyectos, sino en un profesional capaz de enfrentarse a problemas de todo tipo, algunos nuevos y desconocidos, generados por una sociedad en constante cambio".

Sin citarlo de manera expresa se refiere, seguramente, a los problemas con los que se encontró Arquitectos de Cabecera en Can 60 y con los que se ha encontrado más recientemente en su última intervención.

La ciudad del futuro

La última intervención puede narrarse como si de una película de misterio se tratara. Bajo la petición expresa del ayuntamiento, Arquitectos de Cabecera se desplazó al barrio del Poble Nou para cartografiar un conjunto de ocho bloques situados en primera línea de playa conocidos popularmente como los Tupolev’s debido a su semejanza con los gigantescos aviones rusos del mismo nombre. Construidos en los años 50 para albergar personas de clase popular, el ayuntamiento se planteaba incluirlos dentro de sus planes de rehabilitación.

En una primera etapa de su trabajo, el grupo de arquitectos se percató de que, en contra de lo que parecía, estos edificios no padecían un deterioro, es más, la mayor parte de sus pisos estaban reformados y se encontraban en condiciones extraordinarias. A medida que investigaban más a fondo el caso, comenzó a hacerse visible otro tipo de problemática: por una parte, la presencia en aumento de pisos turísticos ─según sus investigaciones, dos de cada diez pisos se destinaban al uso turístico, en la mayoría de los casos de manera ilegal─ y, por otra, el encarecimiento disparatado del precio de las viviendas, lo que las había vuelto inaccesibles para las clases populares a la que inicialmente iban dirigidas.

Miembros de Arquitectos de Cabecera con vecinos del barrio del Poble Nou. - ARQUITECTOS DE CABECERA

Miembros de Arquitectos de Cabecera con vecinos del barrio del Poble Nou. - ARQUITECTOS DE CABECERA

La pregunta se genera como un automatismo: ¿Qué papel juega el arquitecto en una situación así, en la que nadie, a priori habría reclamado su ayuda? Aquí se dibuja en Ibón Bilbao una sonrisa ligera, discreta. Es exactamente la pregunta que aguardaba. Es sencillo, entonces, entrever cómo una cuestión tan obvia, tan necesaria, habita en el núcleo mismo de Arquitectos de Cabecera; es su razón de ser, la fuerza motora de un proyecto que, esencialmente, se propone reformular una y cien veces la figura del arquitecto con el objetivo de volverla próxima, casi cotidiana. Bilbao responde: “A medida que nos entrevistábamos con los habitantes de los Tupolev’s, nos percatamos de que había una ausencia de consenso vecinal, no sólo entre los ocho bloques sino en cada uno de ellos. No existía la sensación de pertenecer a una misma comunidad”. Este hecho, según él, habría sido clave para que, de un modo progresivo y silencioso, los agentes inmobiliarios, deseosos de sacar partido de unos edificios situados en un emplazamiento tan jugoso, fueran adquiriendo un protagonismo cada vez mayor.

“Ahora no se trata
de crecer solo construyendo, 
sino también rehabilitando"

Hecho el diagnóstico, Arquitectos de Cabecera generó una solución: reforzar desde la arquitectura el tejido social del edificio. Para ello, se puso en relieve la necesidad de crear espacios comunes para los vecinos así como recuperar otros existentes, ya en desuso, tales como la terraza, los rellanos o las plantas bajas. Las propuestas han gustado en el ayuntamiento, que está tramitando un convenio con los arquitectos para que, en colaboración con abogados y economistas, también vinculados al ámbito universitario, continúe buscando soluciones a la problemática de los Tupolev’s hasta finales de este año.

Aunque queda un largo camino por delante, esta colaboración con la administración es un primer paso hacia el panorama que Ibón Bilbao y Josep Bohigas esbozan para el futuro, un panorama que pasa por que cualquier persona con problemas en su vivienda pueda acudir a un ente público ─como por ejemplo una oficina de atención al ciudadano─, para recibir el asesoramiento de un arquitecto. “Y no se trata de sacar Arquitectos de Cabecera de la universidad, al contrario: consiste en conectar la universidad con la ciudadanía y con el ayuntamiento, una unión que ha dado a Barcelona muchos de sus años de mayor esplendor urbanístico”, asegura Bohigas, haciendo referencia a las reformas que, durante los años 80, renovaron y ampliaron la ciudad. Con una salvedad: “Ahora no se trata de crecer solo construyendo, sino también rehabilitando; nuestra idea es que la ciudad del futuro no será la de los grandes proyectos, la ciudad del futuro ya está aquí: es la nuestra”.

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