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El Coleta, rima o revienta

Ramsés Gallego rescata el imaginario de los delincuentes juveniles de los ochenta y farda de barrio: Moratalaz. “Antes era un quinqui haciendo rap, ahora soy un rapero quinqui”

El Coleta, rap macarra desde Moratalaz. / HENRIQUE MARIÑO

Ramsés Gallego (Madrid, 1980) resucitó de entre los muertos, subió a los palcos y está rapeando a la derecha del Jaro, quinqui todopoderoso, jambo nuestro que estás en los cienos. Desde allí frasea a idos y zombis, yonquis que entonces galopaban a lomos del caballo y ahora se bajan a la Cañada en la burra de la cunda. De aquellos polvos, estos bolos. El cartel reza: El Coleta. Sonido makarra de Moratalaz.

Colorao al pescuezo y camiseta negra, ahuma las calles con sus Carrera. Para en sitios de bravas a un euro, donde arqueas la ceja y te sirven lo de siempre, o sea, una Coca-Cola. No bebe cerveza ni fuma tabaco. Tampoco hace apología de la droga, aunque la merca corre por sus versos deprisa, deprisa. “Yo ya hacía rap quinqui antes de que se hablase del rap quinqui”, jura el Coleta, orgullo de barrio, matrícula MO.

Ramsés nació y se crio en Cuatroca, en cristiano Cuatro Caminos, nieto de madrileños, si bien le falta una generación, dice, para ser gato. Le basta el deneí que expiden los académicos del diccionario cheli para certificar su DO: “Hay gente que me tiene gato”, suelta a cuento de no sé qué. Poco se habla del pasado de Ramsés, también Álvaro en la pila bautismal, el Coleta para todo quisque desde que empezó a glosar los palos de los antihéroes del cine social de los ochenta.

Nació el año que se estrenó Navajeros, aunque él nunca ha presumido de chirla. Pese a que no le gustaba estudiar, se plantó en COU sin repetir ningún curso. Quería hacer Comunicación Audiovisual, pero su nota era insuficiente y se quedó a las puertas de la Universidad. “Éste es el sistema de estudios que hay y no me iba a pagar una privada, claro… Sabe dios cuántos talentos se perderán, y no estoy diciendo que yo fuese uno de ellos”, echa el freno. “Ya ni la pública es para pobres”.

El Coleta antes del Coleta ayudaba a su padre de vez en cuando. “Muchas horas de curro comiendo polvo”, pensaba mientras sostenía la lija. Mejor estudiar, mas al final no pudo ser. Justicia fílmica, ahora dirige sus propios videoclips, que firma como Ramsés Gallego. Sin discográfica ni mánager, maquea sus rimas antes del garbeo por Youtube, alterna con la Mala Rodríguez, comparte chuta con Jarfaiter en El Piko 3… El decorado es la calle, pero si no queda otra alquila la cárcel de Segovia o un santuario de la movida como La Vía Láctea.

Es el príncipe del Moratalaz imperial. Cuando va a buscar al niño al colegio, a los padres no les entra el tembleque sino que le preguntan cuándo canta, alegre bandolero del hip hop de extrarradio. Su móvil arde, porque él se lo guisa, él se lo come. Un bolo aquí, un bolo allá, el viernes en Zaragoza, el sábado en Barcelona. Hasta los modernos de Madrid se lo llevan a los clubes del centro para relamerse con sus zarpas. No hay huevos a abrir la jaula.

“Soy un quinqui reformado”, afirma el Coleta. Curros alimenticios para pagarse los vicios, "poner talegos en la mesa cuando mi padre estaba en paro"... Lo echaron de la Casa del Libro por mangar eso, libros. Duró un mes limpiando grafitis en el metro. Cuando encontró la estabilidad como técnico de redes, su empresa quebró. “Los trabajadores cobrando una mierda, mientras que algunos se llevan las concesiones haciendo el egipcio”, es decir, rapiñando el tres por ciento. Lo suyo es rap costumbrista, pues describe su ecosistema, pero hay un sustrato contestatario que pone en solfa las desigualdades sociales.

En Contad los muertos va más atrás: los sueños robados de la izquierda, la guerra de los abuelos perdida, los cambiachaquetas de la transición, los descerrajados por ETA y la cal viva hidratada en las cloacas del Estado. Antes de las elecciones del 26-J, rescató a Chimo Bayo, puso al Niño de Elche a pegar carteles y se erigió en candidato del Partido de la Ruta (PDR), cuyo programa cortó el bakalao. “El Congreso ahora está a oscuras: megatrón, flash y rulas”, escribe el Coleta, quien ficharía a Paco Pil como ministro de Cultura.

“Antes era un quinqui haciendo rap, ahora soy un rapero quinqui”. Música para pegar tirones. “Abajo la policía, arriba la golfería”. Bebe de Eloy de la Iglesia (“su cine nunca ha sido reconocido, es un maldito”), de la rumba y de Las Grecas, de la rueda quemada y de la estanquera de Vallecas. El rap como el nuevo punk. “Es lo más fácil, porque no hace falta tener instrumentos ni saber tocarlos. Basta con bajarte una base de internet y cantar sobre ella”. 

Cuando iba a buscarla en coche, su padre camelaba a su madre con Triana. El rock progresivo lo concibió, Pink Floyd lo acunó y los Rolling le dieron el biberón. Algo de aquella papilla hay en sus discos, pero sus referentes son ibéricos, algo lógico si has crecido en Moratalaz. “¿Para qué buscar referentes anglosajones? Mi música refleja lo que he vivido y recoge mucha tradición oral”. De aquí eran sus abuelos y en este barrio obrero vive desde la adolescencia, poco antes de conocer a su mujer, con la que lleva casi media vida.

Nada más hablar de ella, suena el teléfono: tiene que salir pitando porque llega tarde al cine de verano. Se suma el crío, que ya ha cumplido cuatro años: “Uno también puede ser rapero y padre”, sonríe. Y director de cine, le tiro de la lengua: “Ojalá algún día haga una película”, confiesa, aunque cree que primero debería debutar delante de la cámara. “Me veo como actor”, fantasea este Torete 2.0, quien pasa de darle el toque a los popes de la cosa. “Yo no le pido nada a nadie. Que vengan a por mí”. El Coleta, rima o revienta.

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