Este artículo se publicó hace 16 años.
¿Se puede hacer algo?
Para ordenar el caos, la ciudadanía debe estar dispuesta a sacrificarse
Cada año por estas fechas suele suceder lo mismo: los medios hacen balance del año, y en dicho balance ocupa un lugar tan incómodo como evidente la lista de conflictos en curso. Y de ello se deriva, como es lógico, una recurrente reacción en la opinión pública: ¿pero cómo, no se puede hacer algo?
Como concepto, la opinión pública internacional no existe todavía, al menos en la dimensión que tiene la opinión pública en nuestros sistemas políticos democráticos, de los cuales es una componente ineludible. Pero va surgiendo un cierto estado de opinión supranacional, transversal, y los gobiernos no pueden ignorarla. La paradoja es que, al mismo tiempo, el volumen de información que las actuales redes globales producen (medios escritos, audiovisuales, Internet) acaba causando una cierta fatiga en dicha opinión.
Cuando este esquema se aplica a muchos de los principales conflictos del mundo actual, la lección es abrumadora. Somalia, la región de los Grandes Lagos en África, Afganistán, Oriente Próximo y un largo etcétera, nombres que volverán una y otra vez no sólo en estas fechas navideñas, sino a lo largo del año que viene. ¿Se puede hacer algo, cómo es que no se hace algo? Pero bueno, ¿dónde está la ONU, la Unión Europea? Son comentarios que uno escucha a diario.
Conflictos viejosLa verdad es que se puede hacer, de hecho se hace, pero se debería poder hacer más. Y la cuestión es quién, cómo, cuándo y con qué consecuencias. En primer lugar, los nombres arriba citados mencionan conflictos que son cualquier cosa menos nuevos.
Somalia está en crisis desde 1991, Afganistán desde 1973, la región de los Grandes Lagos -Congo, Ruanda, Burundi y Uganda-, desdehace todavía más tiempo.
Desde la independencia de Congo en 1960, uno recuerda titulares de violencia y guerra regularmente a lo largo de más de 40 años. Y la ONU ya intentó hacer algo. Tanto que su secretario general, Dag Hammarskjöld, un hombre fuertemente comprometido con su función, falleció en un misterioso accidente de aviación en 1961 en su cuarto viaje para supervisar personalmente el trabajo de los cascos azules.
El balance de Naciones Unidas en relación a mediación, interposición y mantenimiento de la paz, dista mucho de ser negativo. La lista de sus misiones es muy larga y no son pocas las que han funcionado bien, desde Namibia a Camboya, pasando por Centroamérica. Algunas misiones funcionan bien en relación a su cometido -cosa que a veces cuesta explicar-, que no es el de imponer y mantener una ideal paz universal.
Por ejemplo, la misión de interposición en los Altos del Golán, entre Israel y Siria, ha funcionado impecablemente desde octubre de 1973. Pero porque ambos países así lo han decidido, a la vez que, cuando les ha convenido, han desplazado sus diferencias al país vecino, Líbano.
A la vez, las limitaciones estructurales de Naciones Unidas se derivan de su propia naturaleza y de su propia carta fundacional, que reside en dos principios supremos (de los que todo el resto de la Carta es subsidiario): igualdad soberana de todos los estados miembro y principio de no injerencia en los asuntos internos de un Estado miembro.
Con lo cual, es más factible intervenir como mediador entre actores estatales, una vez que estos han llegado a la conclusión de que les resulta necesario o inevitable.
Pero en los conflictos actuales, con su complicada tipología (conflictos internos, guerras civiles, étnicas, tribales, con actores externos, con intereses de terceros), la cosa es muy complicada.
En la ex Yugoslavia, la lección fue dura, y no debe olvidarsePor ejemplo, desde 1989, la media de entre 30 y 35 conflictos armados actuales presenta un cuadro desolador: sólo aproximadamente un 5% de ellos es claramente un conflicto entre estados soberanos, casos en los que es posible la aplicación del Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas, relativo al uso de la fuerza por parte del Consejo de Seguridad. Lo que predomina es el resto: situaciones como la de los Grandes Lagos en África, Somalia y otros.
Aunque sea con retraso, a veces la justicia acaba llegando. Los tribunales penales internacionales para la ex Yugoslavia o para Ruanda han hecho un trabajo que en su día será reconocido.
La UE, de la que tanto se quejan tantos europeos -y que tanto envidian muchos no europeos- reaccionó rápido y en la dirección correcta cuando ocurrió la crisis entre Georgia y Rusia.
¿Por qué no antes?En la ex Yugoslavia la lección fue dura, y no debe olvidarse. Mientras la intervención se basó exclusivamente en cascos azules, ayuda humanitaria y mediación europea, la guerra se prolongó, porque así lo dictaba la agenda de algunos de los protagonistas nacionales de aquella guerra. Cuando la misión se mutó en acción de fuerza, al menos militarmente, la masacre (que duró tres años y medio) fue detenida. Allí la queja fue "¿por qué no se ha intervenido antes?".
Los ejemplos son muchos: la comunidad internacional, desde luego, tiene mucho por hacer. Para empezar, ser más comunidad internacional. Pero la ciudadanía también debería ser consciente de que para ordenar el caos tendrá que estar dispuesta a hacer muchos sacrificios.
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