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24 horas en Salamanca, la ciudad de Unamuno, Fray Luis y el Lazarillo de Tormes

El bullicio intelectual de su Universidad y el esplendor dorado de su patrimonio son las señas de identidad de una ciudad que presume de tener la plaza mayor más bonita de España; 24 horas en Salamanca dan para mucho: también p

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Salamanca imprime carácter. Al innegable encanto de su patrimonio, empezando por sus dos catedrales o por su célebre Plaza Mayor, que pasa por ser la más noble de España, se une el espíritu permanentemente creativo, abierto y lúdico que le imprime su Universidad, una de las de mayor solera del mundo. Y un permanente bullicio ciudadano, que tiene su mejor expresión en las terrazas, los cafés y, sobre todo, las riquísimas tapas de sus bares. Una amalgama que promete hacer de una visita de 24 horas a esta ciudad una sorpresa permanente.

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La Plaza Mayor de Salamanca, iluminada de rosa por las mañanas y de oro al caer de la tarde, es un lugar perfecto para empezar cualquier recorrido por la ciudad. Los 250 años que cumplió en 2005 este entorno urbano, diseñado por Alberto de Churriguera en la primera mitad del siglo XVIII, le sientan muy bien a este espacio de luz y de armonía, permanentemente activo y bullicioso.

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La Ponti, como conocen los salmantinos a la Universidad Pontificia, se sitúa ya como preámbulo para visitar los principales edificios de la Universidad de Salamanca, tan vieja, tan noble y tan relevante como los muchos personajes que estudiaron en sus aulas, desde Fray Luis de León hasta Miguel de Unamuno, su más célebre rector. El Patio de las Escuelas es el punto de encuentro para iniciar la visita a las facultades, eso sí, después de cumplir el rito de encontrar, buscando entre los elementos de la abrumadora fachada de su edificio principal, la famosa rana de los estudiantes, cómodamente asentada en una calavera... El Hospital del Estudio, las Escuelas Menores o el Museo de Salamanca, instalado en el Palacio de los Abarca, se despliegan alrededor de esta plaza. No hay que marcharse de la Universidad sin pasar por la Casa Rectoral, donde un pequeño museo recuerda la fructífera estancia de Unamuno en la ciudad.

Con tanta cultura a cuestas, sin duda lo mejor es rematar la mañana comentando todo lo visto y vivido hasta el momento mientras tomamos unos vinos o unas cervezas en cualquier bar de la zona centro, descubriendo de paso por qué Salamanca está considerada una de las ciudades reinas en el mundo del tapeo. Eso y, si es posible, reservar mesa en alguno de los varios buenos restaurantes de cocina contemporánea que se reparten por la ciudad. Merece la pena.

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Las primeras horas de la tarde (no olvidemos que cierra a las 18.00 en horario de invierno y a las 20,00 en horario de verano), ya con la luz dando otro matiz al Colegio de Anaya, deben reservarse para realizar una concienzuda visita a las dos catedrales de Salamanca: la Vieja, románica, con su inconfundible Torre del Gallo, y la Nueva, gótica, renacentista y barroca, en cuya Puerta de Ramos hay que poner a prueba de nuevo la capacidad de observación para descubrir al insólito astronauta que forma parte de su iconografía: una original manera, idea del escultor Miguel Romero, de destacar la parte restaurada frente a los elementos del gótico original.

La tarde salmantina resulta ideal, desde luego, para continuar el paseo por el Huerto de Calixto y Melibea, los célebres protagonistas de La Celestina, para atravesar la antigua judería salmantina por la calle de Tentenecio, para bajar al Tormes y descubrir el famoso verraco celtibérico, junto al puente romano, donde el ciego estrelló la cabeza del Lazarillo, o para escaparse al sorprendente Museo de Art Nouveau y Art Decó Casa Lis, una de las joyas secretas de la ciudad.

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