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Abramovic destruye la inocencia

La artista serbia denuncia la espiral de violencia infantil en su último trabajo, expuesto en el centro de arte La Laboral

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Apenas empieza a hablar, Marina Abramovic (Belgrado, 1946) se descubre como la mujer pasional que delatan sus rasgos mediterráneos. O ama una cosa o la odia, pero quedárselo para sus adentros no es su estilo.

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"La tecnología se ha desarrollado tanto que el cerebro ya no es capaz de asumirlo todo. Debemos regresar a estructuras más simples", clama. Lo dijo ayer en la presentación de 8 lessons on emptiness with a happy end, una videoinstalación sobre los niños de la guerra, que permanecerá en el centro de arte La laboral (Gijón) hasta el 30 de junio.

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"Los niños representan a la vez el futuro y la inocencia", cuenta a Público la "abuela de la performance", que lleva más de 30 años trabajando esta disciplina. "Copian la realidad que ven en la televisión o en Internet. Lo trágico de este vídeo es que no creo que se circunscriba sólo a Laos, sino que habla de la humanidad".

En Laos, el fuerte contraste entre budismo y comunismo, la transportó a su propia niñez cuando, bajo el régimen de Tito, vivía con su abuela, creyente ortodoxa. Este tipo de interferencias, como el irrisorio tamaño de las casas de Laos en comparación con sus antenas o la existencia de un concurrido mercado de réplicas de armas, inquietaron a Abramovic.

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El resultado de este impacto son ocho etapas en las que un grupo de niños asiáticos de entre 4 y 7 años representan acciones bélicas: caminar sobre un campo de minas, transportar heridos, enfrentarse al enemigo

La artista ha estirado una modesta producción de 150.000 euros, realizada el año pasado en Laos, para pagar al equipo del proyecto (en total 27 personas), y cubrir la edición fotográfica de 14 instantáneas. Son 26 minutos de videonstalación pieza que se exhibe en un continuo loop-, el making off Todo lo que siempre quiso saber sobre hacer una instalación, de una hora de duración; y la plasmación del proyecto en un libro.

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La obra cuestiona el poder de reflexión de las imágenes reales de sesgo informativo, cuya proliferación ha degenerado para la artista en un efecto anestésico: "Lo vemos todo a través de la televisión, por lo que al final, la realidad se convierte en una película. Somos capaces de evadirnos de ella cambiando de canal".

Abramovic cree que esta normalización está jugando en contra de la asimilación del realismo, por lo que no lo considera el mejor modo para provocar una reacción en el espectador. "Por eso quiero construir imágenes inquietantes, para impactar a la gente. Esta pieza habla de lo desconectados que estamos con la naturaleza y del énfasis de la violencia en el ser humano", explica.

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A pesar de que ella no defienda esta pieza como política, lo cierto es que la hipótesis pesimista que sugiere se desploma con un final más propio de la comedia romántica: al final los niños queman las armas. "Para mí fue un momento muy especial. Los niños no querían hacerlo, porque estaban fascinados por las armas. Al plástico le costaba arder y a mí me parecía estar respirando el olor del mal", confesó la artista.

Dentro de su trayectoria, esta obra se aleja de los principios escénicos que marcaron los inicios de Abramovic. La acción ya no importa. Algo que la artista defiende desde la tesis de las artes plásticas: "Para apreciar una pintura tampoco asistimos a la elaboración del cuadro". Un alejamiento que Mateo Feijoo, director artístico del Teatro de La Laboral, entiende en clave de mercado.

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"A Marina el mundo se le abrió cuando vio que podía vender las fotografías de sus acciones. Por desgracia, las artes escénicas no evolucionan tanto como lo han hecho las artes plásticas". Y su asunción por parte de museos y galerías tampoco es la misma.

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