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Acoso a la cultura uigur

Kashgar. Este enclave de la Ruta de la Seda fue durante siglos un punto de encuentro entre Oriente y Occidente

HERIBERTO ARAÚJO

Con la mano derecha alzada y la mirada en el infinito, la estatua gigante de Mao Zedong que preside la Plaza del Pueblo de Kashgar deja claro que la dominación china aquí no pretende ser subrepticia. Las caras morenas y bigotudas, los hiyabs y los despojos de cordero colgando sin pudor de los tenderetes siguen caracterizando el paisaje. Pero la colonización han (la etnia china mayoritaria) avanza como una apisonadora en la capital cultural de Xinjiang, en el extremo oeste del país. El Gobierno chino se ha propuesto acabar con toda la ciudad vieja de Kashgar, pese a la resistencia que opone la población uigur, que la considera uno de los vestigios más importantes de su cultura ancestral, de raíces turcas.

En total, 65.000 familias, algunas residentes desde hace más de cinco siglos, serán realojadas para que las excavadoras chinas engullan sus casas de adobe. En su lugar, se construirán karaokes y centros comerciales, sinónimo de progreso para los han, pero considerados como una ofensa por la población musulmana uigur.

El plan de destrucción de la ciudad vieja fue aprobado a finales de los años noventa y más de la mitad de esta maravilla arquitectónica ha sido ya arrasada.

Hace treinta años, el enjambre de viviendas bajas y callejones se extendía sobre una superficie de diez kilómetros cuadrados, del que hoy queda menos de la mitad. El Gobierno provincial se propuso hace unos meses acelerar el proceso de 'modernización', basado en demoler los enclenques habitáculos para levantar columnas de pisos.

El objetivo oficial es evitar que un terremoto, como el de mayo de 2008 en Sichuán, provoque una catástrofe humana en esta zona de intensa actividad sísmica. Una opinión que no comparten sus habitantes. 'Hace cinco generaciones que mi familia regenta esta casa y ningún seísmo la echó abajo. ¿Por qué debería suceder eso ahora? Es pura mentira', lanza como un puñal Abdú, un uigur de unos 60 años y residente del barrio antiguo. 'He nacido aquí y como el resto de mis cuatro generaciones deseo morir aquí, en esta tierra, en estas casas. Pero no va a ser posible', se lamenta una joven de 20 años.

Otras voces aseguran que el verdadero objetivo de Pekín es 'asimilar' las tradiciones uigures en la corriente dominante de los han. Más todavía tras la sangrienta revuelta del 5 de julio, cuando el enfrentamiento entre las dos etnias se saldó con 193 muertos y un millar de heridos en Urumqi, la capital regional de Xinjiang.

La presidenta del Congreso Mundial Uigur, Rebiya Kadeer, denuncia la demolición de la vieja Kashgar como 'una ofensa a la identidad uigur', y censura que el Gobierno chino se proponga erradicar 'un lugar único que pertenece al patrimonio mundial', y cuenta 1.500 años de antigüedad.

'Es una decisión completamente arbitraria', estima Matthew Hu Xinyu, director del Centro de Protección del Patrimonio Cultural de Pekín. 'La ciudad vieja de Kashgar es el mayor vestigio y el mejor conservado de este tipo en China. Y lo que es más significativo, la reliquia más importante para los historiadores, por su papel en la Ruta de la Seda', declara a Público en una entrevista.

'Si partimos de la base de que es lógico demoler una ciudad para evitar riesgos por terremoto, habría que eliminar la mayor parte de las ciudades antiguas de China. La destrucción de Kashgar supondrá, además, poner fin al estilo de vida típicamente uigur de los residentes. Cuando se trasladen a viviendas modernas, sus tradiciones y estilo de vida también cambiará', sentencia Hu Xinyu.

Situada a pocos kilómetros de la frontera con Kirguistán y Tayikistán, esta urbe de medio millón de habitantes, donde la etnia musulmana uigur (70%) es mayoritaria sobre los han (20%) y el resto de minorías (10%), fue uno de los enclaves más importantes de la Ruta de la Seda.

Kashgar fue seguramente una de las primeras ciudades globalizadas, mucho antes de que Internet y los teléfonos móviles acercaran los dos extremos del planeta. Desde el siglo II aC, Kashgar se convirtió en un punto de encuentro entre Occidente y Oriente, entre el Imperio Romano de Augusto y la dinastía de Qin Shi Huang, el primer emperador de la China unificada.

En Kashgar convergían los comerciantes mongoles, turcos, chinos e indios que después llevaban las porcelanas, la pólvora y el papel a Roma, mientras el hermético Imperio del Centro como era conocida China permitía la entrada al vino persa y al lapislázuli de Asia Central. Esta larga tradición mercantil sigue presente en el alma de los uigures, que cada domingo se agolpan en el mercado Yekshenba, donde tropeles de vacas, corderos y camellos son objeto de cambio entre los 100.000 nómadas y residentes que acuden. Un espectáculo visual inigualable, propio de otro tiempo.

El Gran Bazar de Kashgar presenta un aspecto atípico desde que China sacó a los militares y a la Policía a las calles. El silencio y los tenderetes cerrados han sustituido a los gritos de los comerciantes y el habitual trajín de turistas. 'No he facturado nada hoy', asegura un comerciante de jade y alfombras.

'Los chinos lo dominan todo, y con tanto despliegue policial no hay clientes', se queja. '¿Que si me gustan los chinos? Mi respuesta se la hago en forma de pregunta: ¿Le gusta a usted Hitler?', espeta Ahmed, un comerciante de madera y especies. 'No nos dejan hacer nada', sentencia.

El rencor contra los han está muy arraigado entre los uigures de Kashgar.Los jóvenes que hablan inglés no dudan en lanzar críticas virulentas contra la 'dominación china' y la 'falta de respeto por la cultura uigur'. Un odio visceral que los más extremistas han convertido en violencia, cometiendo varios atentados contra las fuerzas de seguridad. El último fue en agosto de 2008, a cuatro días de los Juegos Olímpicos.

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