Este artículo se publicó hace 15 años.
El amor no sienta tan bien
Cáncer, gripe A, depresión, estres... varios científicos afirman que las relaciones íntimas, el sexo y la vida en pareja pueden hacernos más susceptibles de sufrir ciertas enfermedades.
Pepa y Avelino disfrutaron ayer de una velada romántica, amenizada por el saxo soprano de Kenny G. y la delicada luz de unas velas carmesí. Después de la cena, se besuquearon y concluyeron la noche encaramados a la encimera de la cocina, conociéndose bíblicamente. Una jornada impecable, aunque bajo el prisma de algunos estudios científicos recientes Pepa y Avelino se jugaron la vida. Según las conclusiones de un trabajo presentado la semana pasada en el congreso de la Sociedad Química de EE UU, titulado "Cenas románticas, una fuente de contaminación desapercibida", los amantes inhalaron toda la noche multitud de sustancias carcinogénicas producidas en la combustión de la cera de parafina, el material más utilizado en las velas de colores. Los amantes respiraron tolueno, ingrediente natural del petróleo y también presente en el humo de los cigarrillos; benceno, un hidrocarburo capaz de producir leucemia; aldehídos, alcanos y alquenos. La misma atmósfera, con otras proporciones, que si hubieran estado cenando en un pozo petrolífero kuwaití incendiado por las tropas de Sadam Husein.
Pero el riesgo no acabó ahí. Pepa y Avelino no respetaron el quinto mandamiento del decálogo para prevenir la gripe A presentado a mediados de este mes por la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez: "Evitar los besos y el contacto muy cercano, máxime entre desconocidos". Incluso se saltaron el tercero: "Limpiar de forma más frecuente la superficie de las encimeras". Y Avelino menospreció las advertencias del investigador Polyxeni Dimitropoulou, de la Universidad de Nottingham, que en enero publicó un estudio que revelaba que los hombres con una alta actividad sexual entre los 20 y los 40 años se exponen a un mayor riesgo de sufrir un cáncer de próstata. Estos amantes tienen un pie en la tumba.
Pepa y Avelino se conocieron el 8 de abril de 1994, el mismo día en que un electricista encontró al cantante Kurt Cobain con la cabeza reventada por un disparo en su casa de Seattle, víctima de sus paranoias y de sus terremotos maritales. Tenían 16 años y fue un flechazo. Su historia de amor siguió todas las pautas que, años después, pronosticaría la socióloga Kara Joyner, de la Universidad de Cornell. Según un estudio de esta científica publicado en 2001 en la revista Journal of Health and Social Behavior, los adolescentes enamorados tienen un mayor riesgo de sufrir depresión, problemas con el alcohol y de caer en la delincuencia. El peligro de caer en un barranco emocional es todavía mayor en las chicas, según el estudio, que se basaba en las entrevistas a más de 8.000 jóvenes de los institutos de EEUU. Y allí estaban Pepa y Avelino, depresivos, alcoholizados y visitantes habituales del Sepu, adonde iban a robar casetes de Pearl Jam y cazadoras vaqueras con forro de borreguillo.
Los dos muchachos estaban destinados a ser infelices, como explicó a comienzos de este año el sociólogo Malcolm Brynin, de la Universidad de Essex, en la presentación de su libro Cómo cambiar las relaciones. Según sus teorías, si el primer amor es apasionado, este sentimiento se convertirá en un ingrediente necesario para los jóvenes y su ausencia convertirá sus relaciones adultas en aburridas y frustrantes. "Si fuera un mundo ideal, habría que evitar la primera relación, despertar y estar viviendo ya la segunda", aseguró entonces el investigador británico.
Más riñas, menos saludAún así, Pepa y Avelino se casaron, pero a medida que fue desapareciendo la pasión las discusiones se hicieron más frecuentes. Un estudio de la Universidad del Estado de Ohio publicado el año de su boda, 2003, analizó cómo la calidad del matrimonio podía desbaratar la salud de una pareja. Las defensas del organismo de los 180 recién casados que participaron en el estudio se debilitaban después de cada riña, haciéndolos más susceptibles a sufrir una enfermedad. Diez años después de comenzar el estudio, los científicos volvieron a visitar a los matrimonios. El 19% de ellos se había roto. Y todos los divorciados habían presentado al principio de su relación niveles anormalmente elevados de tres de las cuatro hormonas del estrés analizadas: epinefrina (conocida por su nombre comercial de adrenalina), norepinefrina, corticotropina y cortisol. Según los autores del trabajo, los niveles altos de hormonas en los primeros titubeos del matrimonio son la mejor bola de cristal para predecir la separación.
La historia de Pepa y Avelino es imaginaria, pero los estudios mencionados en este reportaje son verídicos, aunque algunos parezcan inverosímiles. En los últimos años, desde el mundo de la ciencia se ha recomendado no enamorarse en la edad más proclive para ello, no practicar el sexo en el periodo en el que se tienen más posibilidades y, ahora, la ministra de Sanidad recomienda no besarse en la estación del año en la que más arrumacos se reparten. Como si el modelo a seguir fuera la británica Clara Meadmore, una de las personas más longevas del mundo, que en su 105 cumpleaños aseguró que el secreto de su larga vida era no haber tenido nunca una relación sexual.
Para el biólogo Ambrosio García Leal, "estos estudios son sólo exageraciones hechas para dar titulares a los periódicos". A su juicio, la mayor parte de los trabajos que indican que el amor y el sexo producen todas las pestes del planeta están basados en correlaciones, sin que sea fiable su relación causa-efecto. Como en el popular ejemplo de los piratas y el cambio climático. Desde finales del siglo XIX, el número de bucaneros que surcan los océanos ha descendido progresivamente, al mismo tiempo que subía la temperatura del planeta. Pero que exista una correlación no significa que la desaparición de los corsarios haya desencadenado el calentamiento global.
Además, asegura el científico, un actor porno no tiene por qué tener una esperanza de vida menor que la de una religiosa. "Una monja podría tener un mayor riesgo de sufrir un cáncer de mama precisamente por su falta de actividad sexual y maternal", precisa. "En el reino animal, no hay especies complejas asexuales, por algo será", remacha. García Leal es autor de un par de libros en los que aborda la sexualidad desde una perspectiva científica: La conjura de los machos y El sexo de las lagartijas. En el primero, llega a la conclusión de que el ser humano es una especie básicamente monógama, con mucha promiscuidad fuera de la pareja. A su juicio, esto no es una paradoja: "Tendemos a creer que la monogamia significa ser fiel a tu pareja, pero no es así. En biología, la monogamia implica, simplemente, colaborar para sacar adelante a las crías".
Un estudio de la Universidad de Montreal confirmó hace un año que las infidelidades son connaturales a la especie humana. El trabajo, dirigido por la fisióloga Geneviève Beaulieu-Pelletier, halló que la probabilidad de ser engañado por la pareja varía entre un 40% y un 76%. Y también desveló que el adulterio puede ser, incluso, saludable. "La infidelidad puede ser una estrategia para regular las emociones en personas con trastorno de la personalidad por evitación. El acto de traicionar a su pareja les ayuda a evitar el miedo al compromiso y les ayuda a mantener su espacio y libertad", explicó la autora.
Médicos fabricantes de angustias
García Leal cree que hay que ser escéptico con este tipo de estudios. "Estas investigaciones me recuerdan a las que se hacían en la década de 1930, cuando se decía que si te masturbabas, te quedabas ciego. Otros trabajos aseguran que el sexo es buenísimo. Yo no me creo ni una cosa ni la otra", opina. El médico Manuel Lucas, presidente de la Sociedad Española de Intervención en Sexología, también muestra su incredulidad. "La mayor parte de estos estudios deja que desear, y la mejor prueba es que unos se contradicen con otros", afirma. Algunos ejemplos son flagrantes. Seis años antes de que Dimitropoulou revelara en su estudio que el sexo aumenta el riesgo de sufrir un cáncer de próstata, un equipo del Cancer Council Victoria, en Melbourne (Australia), descubrió que cuantas más eyaculaciones disfrute un hombre entre los 20 y los 50 años menor será el riesgo de que padezca un tumor en la próstata. Conclusiones prácticamente opuestas.
"Hay una tendencia generalizada a buscar motivos para coartar nuestra libertad sexual", opina Lucas. La situación, dice, no es tan diferente a la descrita en el libro Los médicos fabricantes de angustias, donde Alex Comfort analiza el papel de los galenos como forjadores de miedos y prejuicios sobre la sexualidad en la Inglaterra victoriana. "Algunos aconsejaban atar las manos de los niños a la cama para que no se masturbaran, porque consideraban que el semen era un líquido vital", narra. El sexólogo coincidió con el cantante Joaquín Sabina en las aulas de los Salesianos de Úbeda. "Y los curas nos decían que si nos tocábamos se nos iba a caer el pelo", recuerda. A su juicio, estar en contacto con la piel de otras personas es "muy saludable". Así que, quizás, lo único nocivo de la noche de Pepa y Avelino fue la música de Kenny G.
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