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Ang Lee resucita Woodstock 40 años después

El Damon de Soderbergh se va de la lengua y la línea y el argentino Ricardo Darín vuelve a ponerse a las órdenes de Campanella en 'El secreto de sus ojos'

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'EL SOPLÓN', por Gonzalo de Pedro

Si tomamos el díptico sobre el Che Guevara y la trilogía de ‘Ocean's Eleven' como los dos extremos cinematográficos del director estadounidense Steven Soderbergh, el aspecto crítico-político por un lado y el aspecto lúdico-empresarial por otro, y trazamos una línea más o menos firme que sea capaz de unirlos es probable que en el punto medio, en el centro exacto y equidistante entre ambos extremos, se sitúe ‘El Soplón' (de título original, mucho menos peyorativo, ‘The informant!'). Un trabajo, el nuevo de Soderbergh, que, precisamente por esa equidistancia entre las dos caras más opuestas de su carrera, puede parecer un paso en falso, una comedia con ínfulas de crítica política, o, por el contrario, un ‘thriller' económico que desbarra hacia lo cómico. El soplón narra la historia real de un Bernard Madoff de los años noventa, un ejecutivo de una multinacional del maíz llamado Mark Whitacre (Matt Damon), que, ante las prácticas ilegales de su empresa para pactar los precios con la competencia, estafando así a millones de consumidores y saltándose las normas del libre mercado, decidió colaborar con el FBI.

Whitacre terminó trabajando durante casi tres años como informante infiltrado, grabando conversaciones y reuniones, y ayudando a recopilar todas las pruebas necesarias para llevar el caso a los tribunales. Lo curioso del caso, que alcanzó cierta fama a finales de los años noventa del pasado siglo, es que, mientras colaboraba con el FBI y ascendía a pasos agigantados en la empresa, Whitacre creó una red de falsas empresas por todo el mundo con las que logró estafar a su multinacional una cifra superior a los nueve millones de dólares.

En el salto al vacío que hay entre esos dos aspectos tan contradictorios de una misma personalidad es donde centra Soderbergh su película: Whitacre, aquejado de algo parecido a un trastorno bipolar de la personalidad, es incapaz de distinguir sus propias mentiras de la realidad, y la montaña de engaños sobre la que ha construido su vida (hasta el extremo de presentarse como huérfano ante su propia mujer) contagia la película, que comparte con su protagonista el desconcierto ante la realidad, lo ficticio y la mentira. Así, Soderbergh no se molesta en aclararnos qué es verdad y qué es mentira en una película que bien podría leerse como una nueva renuncia del cine a cumplir uno de esos objetivos que se autoimpuso: contar verazmente lo real. Si Whitacre robó nueve u 11 millones de dólares, si es huérfano o tuvo una infancia feliz, carece de importancia, porque la atención está en un sistema económico que alienta la codicia pero castiga a los traidores: como en toda buena mafia, los trapos sucios han de lavarse en casa.

ECOS DE SPRINGFIELD

Podría parecer mentira, pero no lo es: Mark Whitacre, en la película de Soderbergh, viene a ser una versión cinematográfica del Ned Flanders de ‘Los Simpson':un hombre simple, inocente hasta la exasperación y nada consciente de la irritación que despierta en los demás. Ese paralelismo, acentuado por un parecido físico llamativo, explica el tono paródico y sarcástico de la película de Soderbergh: como la serie de Matt Groening, Soderbergh hace reír y deja la crítica para el segundo nivel de lectura.

'DESTINO WOODSTOCK', por Rubén Romero

Parece mentira que un director como Ang Lee, metido a fino forense cuando llegó la hora de diseccionar el putrefacto cadáver de la generación del 68 en ‘La tormenta de hielo' (1997), sea el mismo que cuenta, con una puerilidad de fan adolescente, uno de los puntos álgidos de esa utopía. Cegado por el humo de los cigarritos de la risa consumidos los días del festival de música de Woodstock en agosto de 1969, o quizás bajo sus efectos, cuenta la historia de un país de Jauja en el que todo el mundo es un ultra de la comprensión con el prójimo, ya sea este drogadicto, esquizofrénico, homosexual, transexual, policía o monja... No, si al final resultará que a los hippies no les olía el sobaco, sumergirse en una barrizal cual gorrino es el colmo de la higiene y cuando te comes un tripi ves películas de Disney en 3D. Ni todos los chinos (o taiwaneses, para el caso) son iguales ni sus filmes están a la misma altura. 

'EL SECRETO DE SUS OJOS', por Rubén Romero

Tras su trilogía porteña (encabezada por ‘El hijo de la novia'), en la que pretendía reflejar el impacto del corralito en la sociedad bonaerense por medio de la comedia, Campanella se aleja del costumbrismo en un ‘thriller' apabullante en el que lo de menos es el caso. Obviamente, posee su importancia por lo que de valentía a la hora de enfrentar qué ocurrió para que un puñado de seres humanos cayeran en esa sima de la depravación que recibió el nombre de ‘Operación Cóndor'. Sin embargo, al salir del cine la sensación que queda es más personal que la de haber asistido a un tratado histórico: nos aterra descubrir cómo no somos más que meros juguetes atenazados por la cobardía. El no levantar la voz frente a la arbitrariedad del poder nos lleva a la dictadura, sí; pero nuestra incapacidad para pelear por nuestros sueños nos aboca a la monotonía; y quizás lo peor de todo: el miedo al rechazo nos conduce a la infelicidad.

'SEPTEMBER ISSUE', por Eulàlia Iglesias

A primera vista ‘The September Issue' podría parecer la respuesta oficial a ‘El diablo viste de Prada', aquella película en que Meryl Streep encarnaba a la Cruella de Vil del mundo de la moda: Anna Wintour, directora de la edición norteamericana de ‘Vogue'. La revista abre las puertas de su redacción a las cámaras de R.J. Cutler para que siga la preparación del número de septiembre. El director evita la crítica fácil al negocio de las pasarelas y sigue el día día en las oficinas de la publicación. La temida Anna se muestra tan amable como hermética ante la cámara, por lo que resulta difícil sacarle jugo: ni ofrece muestras de tiranía que se agradecerían dramáticamente ni desvela nada de especial interés. Pero Cutler juega bien sus cartas: se encuentra con la directora creativa Grace Coddington y le acaba otorgando el protagonismo. Una forma más sutil de desmontar a la Wintour.

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