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Anna Politkovskaya, una reportera civil en la guerra

Un libro de artículos y un documental recuerdan a la periodista rusa asesinada en 2006

PAULA CORROTO

'Me siento como un animal acorralado'. Esta frase fue escrita por la periodista Anna Politkovskaya (Nueva York, 1958- Moscú, 2006) en su libro Chechenia. La deshonra rusa, publicado en 2003 por la editorial francesa Buchet/Castel. Por aquel entonces, la reportera, multipremiada por sus reportajes de denuncia del régimen de Vladimir Putin y su utilización de la guerra chechena, ya había recibido varios avisos intimidatorios. Pero para ella no existía el paso atrás en su profesión: 'La deontología periodística nos prohíbe embellecer la realidad', escribió también. Así, pese a las amenazas, fue una de las negociadoras en el secuestro de espectadores del teatro moscovita Dubrovka en octubre de 2002 en el que murieron 130 personas gaseadas por las fuerzas rusas. También en septiembre de 2004 cubrió la tragedia de la Escuela de Beslán (Osetia del Norte) en la que hubo más de 370 muertos, entre ellos, 171 niños. Y ella puso nombres y apellidos a todos los que participaron en estos asesinatos. No se arredró en su trabajo hasta el 7 de octubre de 2006, cuando fue tiroteada en el ascensor de su casa. Su última misión no fue ningún salto al vacío: aquel día acababa de comprar en el supermercado, según recoge la cámara del local a las 14.22 horas.

Implacable, inflexibe, dura. Las necrológicas de Politkovskaya están llenas de estos adjetivos. Para el propio régimen de Putin era su bestia negra. Sin embargo, el documental A bitter taste of freedom, de su compatriota Marina Goldovskaya, que acaba de ser presentado en el Festival de Películas del Mundo de Montreal, y el libro Anna Politkovskaya. Sólo la verdad, que publicará próximamente Debate, y en el que se recogen artículos de la reportera en Novaya Gazeta y textos de familiares, amigos y mandatarios, demuestran que la periodista también era una mujer llena de miedos, dudas y con una gran sensibilidad. Politkovskaya sufría por ser un 'animal acorralado'.

'Me da miedo cualquier cosa que sirve para disparar', afirma la cronista en el filme

Un dato ilustra esta personalidad. Es el texto que escribió su marido Alexander, con quien se casó en abril de 1978. En él cuenta que los dos se enamoraron leyendo Las cartas inéditas de Marina Tsvetáyeva. Después llegó la vida en común en plena 'pobreza socialista' y los hijos, a quienes Anna leía cuentos y extractos de novelas como Los miserables. Politovskaya vivía para el periódico, pero también tenía a su familia y amigos.

'Yo no soy una periodista de guerra, soy una civil; una persona a la que le da miedo cualquier cosa que sirve para disparar', dice en uno de los momentos del documental de Goldovskaya. En otros sale jugando con su doberman o habla de sus temores en una habitación de hotel.

Sus familiares y amigos recuerdan su faceta más humana, alejada de la 'periodista de raza'

Sus amigas también recuerdan su faceta más humana. Elena Morózova, compañera de pupitre y después de bastantes batallas en la vida, recuerda que solían quedar a menudo para charlar y tomar tazas de té. Y en estas conversaciones no aparecía ni Putin, ni los presidentes chechenos Aslan Masjádov y Ajmad Kudirov, personajes contínuos de su vida como periodista. 'Siempre será un misterio para nosotros cómo se las ingenió para vivir en dos mundos paralelos: el de una vida familiar, que es la que llevan la mayoría de las mujeres; y el de una periodista de investigación', escribió Morózova.

Sus compañeros en la redacción del Novoya Gazeta también captaron la parte más emotiva de la 'reportera de raza'. Zora Yeroshok, columnista de este diario, redactó un artículo tras el asesinato que tituló Una mujer íntegra. En él, insiste en que de los más de 500 reportajes que Politosvkaya escribió, 40 abrieron causas judiciales. Y, además, supo llamar la atención del lector con una mirada distinta sobre el conflicto checheno: 'Anna escribió ampliamente sobre Chechenia, pero su verdadera preocupación era la gente corriente y su vida. Durante mucho tiempo, la actitud hacia los chechenos en nuestra querida madre patria ha consistido en considerarlos ni siquiera como ganado', expresó Yeroshok.

'Es un misterio cómo se las ingenió para vivir en dos mundos paralelos', escribió una amiga

Más allá de las palabras de sus familiares y amigos, los textos de la periodista también rezuman cercanía y franqueza. Para ella era muy importante interlacar testimonios de aquellos que vivían el drama en primera persona. Ella misma solía utilizar esta persona el yo como herramienta para narrar los acontecimientos. Y, por eso, viajó tantas veces a Chechenia, se entrevistó con sus líderes y sus habitantes. Era su forma de mostrar su libertad de expresión, a la que consideraba 'en las últimas'. 'Sólo confío en la información al cien por cien si la he conseguido yo misma', señaló en un cuestionario que circuló entre periodistas, editores y columnistas del Novoya Gazeta.

Su manera de abordar a los entrevistados cabalgaba entre la rudeza y la amabilidad. Evitaba el confrontamiento directo, pero no elude la pregunta que le interesa. Le ocurrió con Lionel Jospin durante la campaña presidencial francesa de 2002, a quien le preguntó sin concesiones su opinión sobre las operaciones antiterroristas de Rusia en Chechenia. Según el reportaje que escribió Politkovskaya, Jospin fue incapaz de contestar y quedó retratado con la frase: '¡Por Dios, hoy no! Hoy he venido a hablar del mar. ¿Por qué no me pregunta algo sobre el mar?'.

Después de su asesinato, Putin dijo que se atraparía al culpable a toda costa. Su archienemigo pronunció el pésame de rigor. A día de hoy, sin embargo, nadie cumple condena por callarle la boca a la periodista.

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