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El año del ahora o nunca

A la selección de fútbol le llega el reto de su vida: ganar el Mundial. Alonso, en Ferrari, no tiene coartada

JOSÉ MIGUÉLEZ

Lo que no hace mucho sonaba a utopía, esta vez se presenta como un sueño con fundamento. Se puede, por fin se puede. Hay jugadores, carácter ganador, estilo, convicción y unidad. 2010 es año de Mundial de fútbol y la selección española está decidida de verdad a conquistarlo. Pese a los caprichos que esconde la pelota, pese al juego de Brasil, pese al oficio competitivo de otros ilustres. Pero no se contemplan debates alrededor de determinados jugadores, campañas contra el seleccionador, ni paranoias de este. Del Bosque cae bien a todo el mundo. Además de conocimiento, transmite paz, y no se le conocen nocivos ataques de entrenador y vanidad en su currículo. Es otra garantía. España es el mejor equipo del mundo y le toca demostrarlo con la corona suprema el 11 de julio, en la final de Suráfrica.

Unas semanas antes, el 22 de mayo, 2010 ofrece otra final especial y morbosa. La Liga de Campeones decide su campeón en el Santiago Bernabéu, donde no es descartable un cartel mayor. Quién sabe si con el Madrid, obligado por escudo y millones a cumplir como anfitrión con su presencia. Y por qué no, con el Barça, vigente mejor equipo del planeta y sin ningún síntoma de caducidad a la vista. Viene de completar el año perfecto. Nadie podrá mejorar sus seis títulos de golpe, pero por dinastía hay aún otros conjuntos míticos mejor colocados en el escalafón de la historia. Ese es su gran reto: elevar a hegemonía su reinado. Deberá intentarlo sorteando los efectos de un episodio paralelo, quizás más decisivo: unas elecciones a la presidencia del club azulgrana que no se anuncian civilizadas.

Pero 2010 no es sólo fútbol. Es el año de la verdad también para Fernando Alonso, vestido con el mono rojo de la escudería más poderosa. Tendrá todos los medios concentrados en sus intereses. El español ya no podrá acudir a los que cambian las tuercas o los que le tienen manía para justificarse. Ya sin excusas, está obligado a ganar. Incluso por delante de su amigo Hamilton y del incierto rendimiento de Schumacher en su vuelta a los circuitos.

Pau Gasol será menos noticia. Si gana la NBA su triunfo ya no tendrá el regusto de la novedad y no se ha cansado de insinuar que no estará en verano en el Mundial de Turquía. Para Rafa Nadal, el otro punto cardinal de nuestro deporte, 2010 servirá para resolver si su enigmático retroceso es reversible.

Habrá Juegos Olímpicos de Invierno en Vancouver, pero les costará ganarse un hueco en los periódicos españoles. Y Lorenzo acercará un poco más su moto a la de Rossi. Y Contador se subirá a más podios contra el desprestigio de su deporte. Y habrá otra vez Copa del América en Valencia, más que nada un jugoso negocio. Y Europeos de atletismo en Barcelona, una promesa de medallas nacionales. Pero sin Bolt, que es jamaicano. Y cuando el mejor no vuela, el atletismo es menos apasionante. Sólo el dinero puede evitar que el gran Usain no posponga hasta los Mundiales de 2011 su siguiente desmentido a las leyes físicas de la velocidad.

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