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El astrónomo de ojos claros y nariz rota

 

Científicos polacos reconstruyen el rostro de Copérnico gracias a su ADN

JUAN MANUEL DAGANZO

Hace cuatro años, un grupo de científicos polacos del Instituto de Antropología y Arqueología encontró en la catedral de Frombork (Polonia) los restos de Nicolás Copérnico, el astrónomo que formuló en su libro De revolutionibus orbium coelestium la primera teoría heliocéntrica del Sistema Solar. El hallazgo puso fin a siglos de especulaciones sobre el lugar exacto donde estaba enterrado Copérnico porque, para asegurarse de que los huesos pertenecían al ilustre científico, la experta en ADN Marie Allen, del Laboratorio Rudbeck de la universidad sueca de Uppsala, comparó el ADN mitocondrial del astrónomo la herramienta favorita de los arqueólogos que se valen de la genética con el ADN de unos cabellos encontrados en un libro que fue de su propiedad. Ahora, las pruebas genéticas se acaban de publicar en la revista científica PNAS y las conclusiones son, cuanto menos, sorprendentes.

Uno de los descubrimientos del equipo, encabezado por el arqueólogo Jerzty Gassowski, es que Copérnico tenía los ojos claros. La razón es una variación en el gen llamado HERC2 que normalmente lo tienen personas con este color de ojos. Esto echa por tierra la veracidad de los retratos de la época, en los que aparecía con ojos oscuros.

Tampoco la reconstrucción de su rostro tiene mucho que ver con los retratos que se conservan de él. Con la ayuda del cráneo, al que le faltaba la mandíbula inferior, se conformó su nuevo rostro y se descubrió que el astrónomo tenía la nariz rota y una cicatriz doble en el ojo derecho, porque su cráneo presenta una marca en esa zona. Estas características no coinciden con los retratos que se conservan de él ni con un probable autorretrato del propio científico.

Nicolás Copérnico era un pionero. Fue el primero que se arriesgó a decir, en el siglo XVI, que la Tierra no era el centro del Universo y que era ésta, en realidad, la que orbitaba alrededor del Sol. El primer ejemplar de su obra magna, De revolutionibus orbium coelestium, le llegó el día de su muerte, el 24 de mayo de 1543.

Encontrar sus huesos fue una tarea ardua, en todo caso. 'Tardamos un total de dos años, y trabajamos en condiciones de trabajo extremas, porque la entrada de turistas se mantuvo en la iglesia', recuerda Jerzty Gassowski, jefe del equipo de arqueólogos. Además, sólo se conocía el lugar del enterramiento, pero no la fecha exacta de su muerte, y su tumba carecía de inscripciones que lo identificasen.

 

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