Este artículo se publicó hace 17 años.
Brown cayó en su propia trampa al alimentar la fiebre electoral
El primer ministro británico, Gordon Brown, se ha hecho un gran daño político al dar pábulo a los rumores sobre una convocatoria, este otoño, de elecciones anticipadas, cuando tenía a su favor todos los sondeos, para volverse luego atrás a las primeras encuestas desfavorables.
Un político que ha publicado un libro en el que elogia el valor de héroes del siglo XX como Nelson Mandela, Martin Luther King o Bobby Kennedy, entre otros, se ve expuesto una vez más a la acusación de mostrar poco temple en situaciones que requieren coraje.
Todo lo contrario de lo demostrado por el líder conservador, David Cameron, que hizo bueno el adagio latino según el cual "la fortuna ayuda a los audaces" y lanzó un órdago en el congreso de su partido, la pasada semana en Bournemouth, en el que retó a Brown a llamar a las urnas.
Con un discurso improvisado y convincente, y sobre todo con unas claras promesas de reducción de impuestos, palabras que sonaron a música celestial a buena parte del electorado, Cameron, por quien nadie daba últimamente un ochavo, logró en cuestión de horas dar un vuelco total a los sondeos.
Y Brown, que había concebido el adelanto electoral para darle a Cameron la puntilla definitiva y forzar de paso una nueva derechización de los conservadores que los hiciese inelegibles por diez años más, vio de pronto que, de convocar ahora elecciones, podría ver recortada la actual mayoría de 69 escaños.
E incluso, en el peor de los casos, un político laborista que había esperado y desesperado diez años para heredar el cargo de su correligionario Tony Blair, podría sufrir ahora la ignominia de pasar a la historia como Brown "el breve".
Todo ello, después de haberse ufanado de haber hecho frente con éxito a las crisis que se le presentaron en los cien primeros días de su mandato: desde los frustrados atentados terroristas de Londres y Glasgow (Escocia) hasta los problemas del banco Northern Rock, así como las inundaciones del verano y la fiebre aftosa.
Y después también de haber intentado desestabilizar a los conservadores, divididos entre modernizadores y tradicionalistas, invitó a tomar el té y alabó como una "política de convicción", como él mismo, a la ex primera ministra, Margaret Thatcher.
Los conservadores tacharon de puro cinismo aquel intento de aprovecharse de una ex dirigente de salud delicada mientras que la izquierda, para quien la Thatcher comenzó la destrucción del estado de bienestar, no vio tampoco con buenos ojos la maniobra.
Un inesperado viaje a Irak para anunciar allí una reducción del número de las tropas británicas sin esperar a comunicárselo antes al Parlamento y en un claro intento de quitar protagonismo al congreso conservador fue visto también no sólo por la oposición y los conservadores, sino también por muchos ciudadanos, como una nueva violación de las reglas del "fair play".
En vano se esforzó hoy Brown en intentar convencer a los británicos, en entrevista con la BBC, de que si finalmente ha renunciado a convocar elecciones este otoño es porque tiene "una visión de cambio" para el Reino Unido y quiere mostrar cómo la pone en práctica en sectores como "la vivienda, la salud y la educación".
Brown se verá perseguido una vez más por las acusaciones de falta de coraje que le persiguen desde 1994, cuando a la muerte del dirigente laborista John Smith, decidió no enfrentarse a su correligionario Tony Blair por el liderazgo del partido y la jefatura del Gobierno y se contentó con la cartera de Economía.
Lo más sorprendente es que Brown ha caído en su propia trampa pues no necesitaba convocar al electorado hasta mediados del 2010 y tenía tiempo suficiente para demostrar en qué se distingue su política de la de Blair, a la que, quiéralo o no, ha estado siempre estrechamente asociado desde 1997.
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