Este artículo se publicó hace 15 años.
El búnker del millonario alemán Boros, refugio del arte contemporáneo
Esculturas gigantescas que atraviesan paredes, tubos de neón reflectantes y hasta los restos de una comida. Todo es posible en la galería del millonario alemán Christian Boros, una suerte de paraíso para las nuevas tendencias en arte, escondidas en un antiguo búnker de la época nazi.
De búnker oficial para servir a las fuerzas aéreas del Führer a prisión soviética del Ejército Rojo, de almacén para frutas y verduras a uno de los clubes de referencia para la música techno, este viejo edificio se encuentra en pleno centro de Berlín.
Erigido en 1942, se ha convertido en el lugar de residencia al tiempo que centro de exposiciones de Boros, propietario de una importante agencia de publicidad y coleccionista de arte, desde que lo comprara en 2003.
Un año más tarde y envuelto en la polémica, él y su mujer Karen Lohmann empezaron con la puesta a punto del que sería su futuro hogar, para lo cual invirtieron cantidades astronómicas de dinero además de cinco años en reformarlo y reconvertirlo.
En 2007 finalizaron las obras, y en junio de 2008 la familia Boros, que se instaló finalmente en la quinta planta, pudo inaugurar la primera muestra con su colección.
Sin luz natural, este cubo gigante que mide 38 metros de largo y 16 de alto dispone de 3.000 metros cuadrados de superficie y cerca de 80 estancias cuya altura oscila entre los 2,30 y los 13 metros.
Todo un alarde de monumentalidad y magnificencia que no ha dejado de generar rumores y leyendas urbanas en torno a la figura del coleccionista de arte contemporáneo, quien lleva varias décadas atesorando hasta 500 joyas de algunos grandes como Damian Hirst, Olafur Eliasson, Anselm Reyle, Manfred Pernice, o Tobias Rehberger.
Al margen de lo trascendente del edificio, la colección resulta tan excéntrica como espectacular, al albergar más de cien obras representativas de todas las nuevas tendencias artísticas.
Así, desde lo abstracto y conceptual hasta lo neo-dadá, pasando por el surrealismo, el mecanicismo y el happening son sólo algunas de las corrientes estéticas que se dan cita en la mansión del señor Boros.
Un lugar en el que no hay fronteras para la temática, el medio o el soporte, y donde el único requisito parece ser el buscar la provocación.
El danés Eliasson, conocido por sus peculiares instalaciones en la Tate Modern de Londres y en el Museo Reina Sofía de Madrid, vuelve a preocuparse del medio ambiente y lo tecnológico, con una vasija gigante de agua burbujeante titulada "Vortex for Lofoten".
Mientras, el alemán Reyle, aficionado a tratar los límites que impone la sociedad, está presente a través de una escultura confeccionada con tubos fluorescentes de neón que están unidos entre sí, como si de un anuncio gigante se tratara.
La abstracción y el cubismo brotan claramente de las manos de la germana Katja Strunz, quien coloca esculturas geométricas de color negro a todo lo ancho y alto de un habitáculo creando un juego de perspectivas en "Zeitraum".
También hay lugar para lo viejo y usado, como es el caso de la bicicleta con la que el polaco Robert Kusmirowski viajó en 1926 desde Varsovia a París.
Algunos trataron en su momento de desafiar todas las leyes de la física, al colgar un ventilador gigante del techo que se mueve mediante la energía cinética que genera él mismo, cuando está encendido.
Sin duda, uno de los que más sorprende es el español afincado en México D.F. Santiago Sierra, que ha esculpido varios pilares gigantescos y los ha colocado de forma que atraviesen la pared y unan dos estancias distintas.
Sierra vuelve a transgredir los límites de la ética y la moral con dos series fotográficas en las que testimonia un proyecto que dirigió en La Habana, que consistía en contratar a personas desempleadas, para que a cambio de 20 dólares se masturbasen frente a su indiscreto objetivo.
Según las normas del búnker-museo Boros, la colección puede visitarse los fines de semana, en grupos de doce personas como máximo, previa reserva a través de la página web.
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