Este artículo se publicó hace 16 años.
Buscarse la vida a diario
Inmigrantes con papeles y cualificados llenan las plazas en busca de empleos que no llegan
A las siete de la mañana de cualquier día de diario comienza en la madrileña plaza Elíptica un goteo de inmigrantes en busca de un trabajo en alguna de las obras repartidas pro la región. No es un fenómeno nuevo. Y se repite desde hace un par de años también en el barrio del Cerezo de Sevilla, en Valencia o en las comarcas rurales de Catalunya.
Lo que nunca había ocurrido hasta ahora es que extranjeros con permiso de residencia y de trabajo se acercaran a estos puntos, se pusieran a disposición de empresarios sin escrúpulos que ofrecen sueldos irrisorios y se arriesgaran a no cobrar el sueldo tras una semana de trabajo.
Muchos son trabajadores cualificados: encofradores, soldadores, oficiales de segunda y de primera. Y la historia se repite en todos ellos: la construcción está abocada a la crisis, y en una empresa donde antes trabajaban 100 personas, ahora sólo lo hacen diez, explica Darío, boliviano de 35 años. Es afortunado porque está entre esa decena, pero se lamenta de la suerte de su hermano: "Siempre encontraba trabajo en tres empresas y ahora nada, está pensando en irse a Valencia o Catalunya".
Pero en estas comunidades la situación no es diferente. La plaza de la iglesia de Alcarrás, en Lleida, es desde hace tiempo punto de encuentro entre agricultores e inmigrantes en busca de trabajo. Este verano, las bajas en la construcción hacen que los payeses formen sus plantillas con obreros españoles, informa Gonçal Pérez. En la plaza quedan entonces subsaharianos a la espera de un milagro.
La cola para registrarse en la bolsa de empleo del sindicato Unió de Pagesos tampoco es diferente. A la puerta se reúnen aspirantes a recolectores de fruta de varias nacionalidades. La escasez de empleo y las diferencias culturales unidas hacen saltar las chispas más de una vez.
En la plaza Elíptica de Madrid se mezclan rumanos, marroquíes, subsaharianos y dominicanos, pero la mayoría procede de Latinoamérica. Muchos ya se conocen de verse cada y matan el tiempo hablando entre ellos. En cuanto aparece una furgoneta con atisbo de poder ofrecer un empleo los corrillos se deshacen y todos corren a ofrecerse.
Pero no hay suerte para ninguno. El intermediador entre la obra y los trabajadores, en Madrid conocidos como ‘pistoleros', busca un electricista y no hay ninguno. Alguien se acerca a un amigo suyo y llama por teléfono. El pistolero dice que espera, pero le advierte que recuerde que debe llevar sus propias herramientas de trabajo.
Pasa el tiempo y a las nueve de la mañana la plaza madrileña no se vacía. Enrique, ecuatoriano de 54 años, es oficial de segunda y en los seis que lleva en España no le ha faltado trabajo. Hasta hace cuatro meses. "En el último año he trabajado en Seseña, pero la obra se paralizó y nos echaron a todos". Ha encontrado trabajos esporádicos, pero en unos no le hacían contrato y en los que sí, aún le deben dinero. Su preocupación es la hipoteca, a la que no puede hacer frente con los 800 euros que gana su mujer de limpiadora.
DesesperaciónJosé, ecuatoriano de 52 años, también se desespera cuando recuerda la hipoteca. Paga 1.000 euros y los 600 que gana su mujer, el único sueldo que entra en la casa desde abril, no les alcanzan. Es oficial de primera, lleva 20 años en la construcción, tiene permiso de residencia y de trabajo. Ha enviado más de 20 curriculums y confía que le llamen de algún sitio. La empresa en la que trabajó hasta hace tres meses quebró y no le pagaron los últimos tres sueldos. No le gusta la plaza, aunque no le queda más remedio, porque los sueldos que ofrecen son irrisorios: "Un día me monté en un coche pero cuando me dijeron que me pagarían cinco euros a la hora regresé".
En Sevilla la estampa es diferente, pero no menos desoladora. Jovani, boliviano de 32 años, acude todos los días desde hace un mes a la plaza que hay junto al Hospital Macarena. Sin suerte. "Hace dos meses las furgonetas desaparecieron", explica. Gloria y Luz, dos hermanas colombianas que pasan por allí lo confirman: "Antes, a estas horas había mucha más gente".
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