Este artículo se publicó hace 15 años.
Las Calanques de Marsella
El secreto mejor guardado de Francia
Cuando uno piensa en calas paradisiacas y playas solitarias de mar cálido y soleado, forzosamente piensa en islas privadas del Caribe. Es decir, en algo reservado a multimillonarios como Richard Branson y su amigo, Peter Mandelson. Eso es porque a nadie se le ocurre ir a Marsella y coger el bus urbano número 20. En medio del jolgorio inmenso de los vividores marselleses de clases populares, llegará usted a un milagro de costa europea. Una costa que nunca estará al alcance de los Branson y Mandelson.
Las Calanques (palabra provenzal que significa "calas") es una zona de costa situada al este de Marsella y al oeste de La Ciotat. Aquí se ha producido un milagro, probablemente único en todo el Mediterráneo europeo. Al lado de una aglomeración urbana de dos millones de personas, pese a la presión inmobiliaria, subsiste una costa de ensueño. Un lugar donde, en pleno agosto, es posible andar entre diez minutos y una hora sin cruzarse con nadie. Para hallar una pequeña calita desierta donde darse una zambullida sin tener la crema solar y el sobaco del vecino en plena nariz.
Libre de esa peste tan extendida de las mansiones de millonarios amurallados. Libre también de las barreras de hoteles, apartamentos o casas adosadas en masa, típicas del turismo enlatado español a las puertas de Barcelona, por ejemplo. Libre también de las playas de design, con parkings bonitos, chiringuitos de lujo y precios imposibles. Existe, y se llaman las Calanques.
Llegados a la última parada del bus 20, casetas de pescadores acogen a los recién llegados. Una luce un cartel: "Sian Pas Pressa", que significa en provenzal "No tenemos prisa".
Aquí, sólo tienen permiso de quedarse y mantener sus cabañas un puñado de pescadores, herederos de la tradición local. Se consideran a sí mismos una pequeña élite. Pobretona, pero élite. Y como élite, regulan con cuentagotas las autorizaciones para que los yates puedan anclar.
Desde hace unos años, la región a la que se llega con un bus urbano por 1,5 euros está protegida como zona natural. Eso la libera del peligro de la masificación futura. Pero, ¿cómo resistió en los sesenta, setenta y ochenta? Jean-Claude François, uno de los líderes calanqueros, lo explica: "Ésto antes se veía como una zona de gente pobre, es de difícil acceso y tiene pocos puntos de agua potable". Los inversores del turismo masivo preferían otros lugares del Mediterráneo y los multimillonarios también.
En los ochenta hubo un plan para abrir una autopista y sembrarlo todo de hoteles y villas. Pero ya era tarde: la coalición de pescadores pudo enlazar con la sensibilidad ecologista y con la izquierda defensora de playas gratis y públicas para los chavales del bus número 20.
Fue la época gloriosa de la defensa de Las Calanques, inmortalizada por un raggamuffin del possee MassiliaSoundSystem. "Pas pas-pas pas-pas/ Pas de Marina/ Ici ce nest pas la Riviera/ ni la Costa Brava", canta el estribillo de la canción que fue himno de la movilización antiautopista. Quiere decir: "No no-no, no-no./ Nada de puerto deportivo,/ que esto no es la Riviera,/ ni la Costa Brava".
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