Este artículo se publicó hace 13 años.
Cambios genéticos hicieron al hombre perder las espinas del pene
Un estudio aporta un catálogo de ADN que ayudó al hombre a perder las púas y posiblemente a desarrollar un cerebro más grande
El pene del hombre debería tener púas. Sus parientes vivos más cercanos en el árbol de la vida, los chimpancés, tienen espinas en el falo. De hecho, los miembros erizados han sido un rasgo compartido por ratones, perros, gatos y muchos otros mamíferos durante miles de años de evolución, aunque no se ha podido demostrar para qué sirven esos pinchos, ni por qué el hombre los perdió.
Ahora, un estudio aporta un catálogo de ADN perdido durante la evolución que ayudó al ser humano a deshacerse de los pinchos y desarrollar un cerebro más grande. “El hombre perdió sus púas en algún momento entre su divergencia con los chimpancés, hace seis millones de años, y antes de 600.000 años atrás, cuando nuestro linaje se separó de los neandertales”, explica David Kingsley, uno de los investigadores de la Universidad de Stanford (EEUU) que detalla hoy en Nature las razones de esa pérdida.La respuesta está donde menos se la esperaba. Yace en regiones del genoma antes conocidas como ADN basura y que hasta hace poco parecían no tener ninguna función. Sin embargo, el estudio destapa más de 500 de estas regiones que están presentes en chimpancés, pero no en humanos.
Esto incluye también a los neandertales, cuyo genoma se ha estudiado en este trabajo junto al de humanos modernos y chimpancés. El trabajo demuestra que las regiones perdidas tienen importantes funciones. “Los neandertales parecen haber perdido los mismos interruptores genéticos que nosotros, por lo que tampoco tenían espinas en el pene”, asegura Kingsley, aportando una prueba más de lo parecidos que eran los neandertales, hoy extintos, y los humanos modernos.
De hecho, la similitud genital de estas especies habría facilitado su cruce, demostrado recientemente por otros estudios, apunta el investigador.
Hay muchas teorías sobre los beneficios del falo espinoso. La púas ayudarían a asegurar la cópula, a retirar tapones de fluidos dejados por otros machos en la vagina de las hembras para dificultar su acceso o, incluso, para arrancar parte de la piel y reducir la capacidad reproductiva tras una coyunda exitosa. En todos los casos tienen que ver con una intensa lucha física de los machos por una sola hembra fértil, un escenario que, según los autores, no se corresponde con el humano. De hecho, sugieren que la ausencia de púas ayudó a que las cópulas humanas fuesen más largas.
Los autores sostienen que la versión humana de las regiones de ADN perdido bloquean la acción del gen responsable de generar espinas en el falo en ratones. Otros fragmentos perdidos en humanos activan un gen que aumenta el desarrollo del cerebro, según sugieren las conclusiones del estudio sobre la versión humana de esas secuencias.
Las conclusiones, que además asocian estos cambios con la monogamia, son “especulativas, pero muy interesantes”, opina el investigador Carles Lalueza, del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona. Advierte de que, aunque por el momento esta es la única forma de realizar estudios de este tipo, el uso de ratones limita los resultados, pues su lejanía con los humanos podría influir en los resultados.
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