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Camino de Damasco

Siria intenta cortejar a los turistas rescatando sus tesoros y derrochando hospitalidad.

GEORGE BAGHDADI

En Siria no resulta dificil oir la frase Ahlan wa sahlan (Bienvenido), pronunciada por los ciudadanos de este país al encontrarse a los viajeros que acuden a este crisol de culturas, artes y civilizaciones. No en vano este país mediterráneo conserva el alfabeto más antiguo y la primera escala musical de la historia.

Siria se presenta al viajero como un puente entre el Este y el Oeste, una encrucijada que, como tal, muestra una deslumbrante riqueza de cultura, música, folclore y gastronomía. Una diversidad que se palpa en Damasco, la capital más antigua de la Tierra que aún está habitada, en la histórica Alepo y otras poblaciones como Latakia, Homs o Palmira.

El Gobierno de Damasco lleva una década queriendo dar una visión más occidental del país, de la mano del presidente Bashar al Asad, educado en Londres y que ha introducido medidas liberalizadoras. Todo ello ha derivado en un aumento anual del 15 por ciento en el número de turistas que visitan el país.

Siria ofrece una apabullante diversidad: el mar, el desierto y más de treinta civilizaciones antiguas que aún están presentes en numerosos sitios arqueológicos. Damasco y Alepo son los dos focos principales de atracción, con sus respectivos barrios antiguos, sus murallas medievales repletas de templos, extensos zocos, minúsculos pórticos y laberínticos callejones.

En el corazón de Damasco, una capital que tiene más de 4.500 años de antigüedad, se encuentra la mezquita de los Omeyas, una de las mayores, más antiguas y más sagradas del Islam. Dentro del templo hay una tumba que se cree contiene la cabeza de San Juan Bautista. El minarete de la esquina suroriental lleva el nombre de Minarete de Jesús, y muchos musulmanes creen que en este mismo lugar Jesucristo volverá a aparecer en el Fin del Mundo.

Hace una década, se veían pocos visitantes extranjeros en la Ciudad Vieja de Damasco, pero ahora el barrio está repleto de modernos hoteles, restaurantes y cafés, que salpican la calle Al Mustaqim (La Vía Recta), mencionada por su nombre en la Biblia porque fue aquí donde el apóstol San Pablo se dirigió y donde vivió después de convertirse al cristianismo camino de Damasco.

Camino a Irak, a 215 kilómetros al noreste de Damasco, el eje palpitante de la Ruta de la Seda cruza el oasis de Palmira, donde se encontraban las caravanas a partir del siglo II A.C, trayendo seda y especias de Oriente. Palmira, que llegó a tener 200.000 habitantes, sigue sorprendiendo con sus templos, sus soportales y sus teatros.


Ministry of Tourism. Syria

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