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China: más allá de Son Goku

Los ilustradores del país asiático quieren desarrollar un estilo propio y alejarse de la influencia del manga japonés

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¿Cómics? ¿En Asia? Sin duda, lo primero que a la mayoría le pasa por la cabeza al escuchar estas dos palabras es la imagen de un manga. El éxito de este tipo de historietas tradicionales de Japón ha conseguido despertar el interés de miles de jóvenes de todo el mundo por la cultura oriental, pero también ha marcado el desarrollo de la creatividad artística y audiovisual en otros países asiáticos, como China.

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Conscientes de la excesiva influencia del manga, decenas de ilustradores chinos apuestan por desarrollar su propio estilo de cómic y dar una nueva salida a este arte, que no llegó al gigante asiático hasta mediados de los noventa.

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"En China, hasta hace poco, creíamos que todos los cómics tenían que parecerse a Dragon Ball", explica Nie Jun, ilustrador chino de 34 años. Nie, que estudió en Kioto, capital japonesa del cómic, lamenta que la mayoría de creadores de su país se empeñen en "repetir una y otra vez las mismas figuras rápidas, con los mismos ojos grandes y narices largas" que caracterizan al manga japonés. "Los cómics deberían ser siempre un reflejo de lo que piensan los autores", añade.

Sin embargo, Nie reconoce que empezó a pensar así en 2005, después de un viaje al Festival del Cómic de Angoulême, en Francia, donde descubrió la obra de ilustradores europeos. El resultado fue la creación de El caballero Diudiu, la primera historieta en la que Nie se identifica con el personaje: un joven que sueña con ser el protagonista de un cómic. "Quería comunicar así que todo el mundo puede ser el protagonista", dice.

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Para Yan Wei, una ilustradora pequinesa de 28 años, no puede negarse que el manga ha tenido una gran influencia en la nueva generación de artistas chinos. Las viñetas de Yan, con sus trazos delicados en blanco y negro y sus personajes de rostros asustadizos, cargados de emociones, recuerdan enseguida al manga japonés. "El manga es un potente reclamo de marketing", dice Yan, poniendo de ejemplo la masiva presencia de estos cómics en tebeos, juegos, televisión, mientras que los más alternativos se venden sólo en librerías especializadas.

Los expertos coinciden en que el manga japonés logra crear una relación de mayor intimidad entre el lector y los personajes del cómic, gracias a su estructura seria y un gran nivel de acción.

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Según Scott McCloud, experto en cómic de EEUU, la diferencia básica entre el cómic japonés y el occidental está en que en el primero el lector siente que participa en la acción, mientras que en el occidental el lector toma la posición de espectador ante personajes que "a veces le miran y a veces le dan la espalda".

"Un buen manga es como una buena película, un manga malo es como un culebrón de televisión", dice Yan para criticar la mala calidad de muchos manga chinos, donde la historieta importa más que el dibujo. Yan y Nie son ejemplos de artistas chinos que luchan por conseguir un estilo propio.

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En Mi calle, la obra más conocida de Nie, el autor retrata la vida de dos jóvenes chinos que se marchan a trabajar al extranjero, y se hallan buscando el amor y el sentido de la vida, a la vez que se enfrentan a mafias locales. En un país donde millones de jóvenes hijos únicos viven bajo la presión de sacar buenas notas y triunfar en el trabajo, sus historietas de tono rebelde tuvieron un gran éxito.

Sin embargo, Nie tuvo que rebajar la violencia de las escenas para pasar la censura. El sexo, la política y la religión son asuntos delicados para el Partido Comunista, que se encarga de velar por la "buena moral".

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En No quiero crecer, los dibujos de Nie retratan escenas nostálgicas de su infancia y de la vida tradicional pequinesa, incluyendo detalles que evocan la Revolución Cultural y los últimos años de comunismo maoísta. Un recurso que han utilizado muchos artistas contemporáneos chinos, aprovechando que los símbolos políticos del pasado no están tan censurados como los de hoy.

"Muchos artistas se empeñan en incorporar elementos de nuestra cultura para definir el estilo chino", dice Yan. "Pero no creo que sea necesario", añade la joven, para quien se trata de dejar pasar el tiempo para encontrar "nuestro propio estilo de forma natural".

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Lo que más le interesa a Yan es plasmar con dibujos sus sentimientos respecto a los rápidos cambios políticos y sociales de su país. "Lo mismo le sucede a otros artistas en el resto del mundo, ¿no?", se pregunta. "Todos somos pequeños seres humanos en agitación", concluye.

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