Este artículo se publicó hace 16 años.
La ciencia que España se perdió
El dictador quiso restaurar "la cristiana unidad de las ciencias"
Cuando el 12 de octubre de 1936, en plena Fiesta de la Raza, el fundador de la Legión Extranjera, Millán Astray, espetó a Unamuno: "¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!" No estaba lanzando una simple bravuconada. Astray logró condensar en un par de toscas frases el espíritu de un movimiento que estaba a punto de frustrar el renacimiento científico de España.
En menos de 35 años, habían nacido la Institución Libre de Enseñanza (1876), el Ministerio de Instrucción Pública (1901), la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE, 1907) y la Residencia de Estudiantes (1910). Y en 1936, la ciencia española ya empezaba a tutear a la de otros países de Europa occidental. Pero el Golpe de Estado de Franco destruyó ese tejido científico y condenó al exilio a los científicos más brillantes del país.
Tras la Guerra Civil, el régimen sustituyó la JAE por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), creado con el fin de restaurar "la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII". Y como símbolo de los nuevos tiempos, se derribó el auditorio de la JAE y sobre su solar se construyó una iglesia consagrada al Espíritu Santo.
Como recuerda el presidente del Ateneo de Madrid, José Luis Abellán, esta actitud provocó la huida de los cerebros más brillantes de los laboratorios españoles. El físico Blas Cabrera, anfitrión de Albert Einstein en su visita a Madrid en 1923, escapó a México. Lo mismo que Ignacio Bolívar, el padre de la entomología española. El químico Juan Oró, que más tarde participaría en el programa Apolo de la NASA, también se fue, a EEUU, y no regresó a España hasta 1980. Incluso el bioquímico Severo Ochoa fue galardonado con el premio Nobel de Medicina en el exilio, en 1959, cuando ya poseía la nacionalidad estadounidense. "Si no se hubiese producido la interrupción del franquismo, la ciencia española estaría hoy en primera fila, con países como EEUU y Reino Unido", opina Abellán.
El investigador Miguel Ángel Puig-Samper, del Instituto de Historia del CSIC, apunta un aspecto menos conocido de la mutilación de la ciencia posterior a 1939. "También hubo un exilio interior, como en el caso de Antonio Zulueta, uno de los introductores de la genética en España, que fue depurado y alejado de las instituciones científicas", explica. La llegada de Franco fue un "desastre", añade, del que España no despertó hasta 1980.
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