Este artículo se publicó hace 13 años.
Un concierto en un atunero fantasma de la Segunda Guerra Mundial
El Columpio Asesino
Ocurrió hace algunos años. Llegó San Fermín y mi hermano Raúl, un amigo y yo huimos a París. Era nuestra primera visita a la ciudad, y estando bajo sus efectos sonó mi teléfono. Me sorprendió una llamada de nuestra discográfica, porque en julio a estos tíos no los pillas nunca Nos propusieron: "¿Os apetece tocar en un barco de lujo con todos los gordos de la industria musical y las estrellas del FIB?". ¡Imaginaos nuestra reacción! ¡En lo alto de Montmartre, y semejante noticia! Así es como comienza la historia del atunero fantasma.
Quince días fantaseando con la Gran Fiesta del barco. Nuestra discográfica nos confirma la actuación de los New York Dolls y el desaparecido maestro Enrique Morente. Estábamos cagados, las cosas como son. Tanto, que la actuación del FIB casi quedó relegada a un segundo plano. Después de cuidarnos toda la noche para estar presentables, fuimos a la playa. Esperando con nuestras guitarras, trompetas, pedales y nervios, a lo lejos vimos luces de barco.
"La primera ola nos pareció divertidísima, provocando un ooooohhh' general. La segunda nos empapó literalmente. No nos hizo ninguna gracia"
De repente apareció una zodiac-patera. A duras penas conseguimos subir sin mojarnos, porque ese día el Mediterráneo lo más parecido a un orinal que conozco estaba movido de cojones. La primera ola nos pareció divertidísima, provocando un ooooohhh' general de montaña rusa. La segunda nos empapó literalmente a todos. No nos hizo ninguna gracia. Todavía no sé cómo salvamos los instrumentos. Por si fuera poco, la jodida ola se llevó mi sombrero. A punto estuve de saltar a por él. Era mi sombrero favorito Toda una tragedia.
Por fin llegamos al barco: un atunero de la Segunda Guerra Mundial. Un marinero nos lanzó una escalerilla. Con el corazón en la boca, subí el primero. No había absolutamente nadie en cubierta; era el atunero fantasma, como recién salido de un banco de niebla.
Los ronquidos del capitánPor mi naturaleza optimista quise creer que todos estaban abajo, así que entré en la garita del capitán en busca de la fiesta. Entonces lo vi todo claro: ni New York Dolls ni hostias, allí solo había un capitán tumbado panza arriba roncando como un oso. Me asomé desde el barco y anuncié a mis compañeros de zodiac: "¡Tíos! ¡Menudo fiestón!".
En ese momento, un barco se puso a la par. Eran David Kano, Vinila von Bismarck y el resto de los integrantes de Krakovia intentando abordarnos. No duraron ni dos minutos en nuestro transatlántico. Para entonces, El Columpio ya le había dado la vuelta a la situación: una vez suspendido el concierto, decidimos entregarnos al momento.
Siendo honestos, nos lo pasamos de puta madre. Durante la noche llegó un barco de fibers con las mismas ingenuas ilusiones. A media mañana, desorientados por el sol y por todo lo demás, nos devolvieron a la playa.
Una vez en la orilla, unos jubilados mañaneros, boquiabiertos ante la imagen de cinco rockeros bajando de una zodiac con sus guitarras y amplificadores, y con cubatas en la mano, nos preguntaron: "¿De dónde coño salís vosotros?". Cristina les contestó pandereta en mano: "¡Si te lo cuento, no te lo crees!".
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