Este artículo se publicó hace 15 años.
Cuba rechaza a Israel pero cuida a su minoría judía
La comunidad hebrea de la isla está formada por sólo 1.500 descendientes de los emigrantes
Joan Garí
Salomón Gonte Leiderman sonríe tristemente, se apoya en su bastón, se pone la kipá muy lentamente y luego asegura masticando cuidadosamente las palabras: "Yo soy el judío más viejo de Cuba".
En efecto, en pleno Vedado, en La Habana, encontramos a Salomón, sorpresivamente, en la fastuosa sinagoga de la calle I & 13, conocida como El Patronato. Allí pasa las tardes y le cuenta su historia a quien quiera oírla, la historia de uno de los 1.500 judíos que quedan en Cuba. Son el resto de una minoría que antes de la revolución llegó a ser muy poderosa y que aún ahora, a pesar de lo exiguo de su número, constituye una presencia sólida e insospechada en el país de los hermanos Castro.
"El antisemitismo no existe en Cuba", afirma el presidente de una sinagoga de la capital
Gonte Leiderman es asquenazí y nació en Besarabia en 1924. Su familia recaló en Cuba en los años treinta. En aquella época, había importantes restricciones migratorias en la frontera estadounidense, así que muchos judíos europeos que hubieran preferido penetrar en el estuario del Hudson se quedaban en el Caribe. A principios de siglo, igualmente, se había producido la llegada de un importante contingente de sefardíes, procedentes de Turquía, donde coincidieron con hebreos llegados de Estados Unidos, en algunos casos veteranos de la guerra hispano-cubano-norteamericana.
Ellos fundaron, en 1906, la United Hebrew Congregation y adquirieron los terrenos para construir en Guanabacoa, en las afueras de La Habana, un cementerio. No sería hasta 1951, sin embargo, cuando el arquitecto Aquiles Capablanca diseñaría la moderna sinagoga del Patronato, emblema de la comunidad hebrea habanera y ahora elegantemente remodelada gracias a la ayuda internacional.
Además del Patronato, hay otras dos sinagogas en La Habana, dos más en el resto del país una en Camagüey y otra en Santiago y otra más en proyecto en Santa Clara. Habida cuenta de lo reducido de la comunidad judía cubana, es de notar su auge actual, en consonancia con la explosiva religiosidad que caracteriza al país.
La única empresa privada de todo el país es la carnicería kosher de La Habana Vieja
Sin relaciones con IsraelEl caso hebreo, sin embargo, es especial, puesto que el Estado cubano rompió relaciones con Israel en los años setenta. Pero el trato de las autoridades, lejos de delatar resquemores ideológicos, es absolutamente exquisito, como recalca con orgullo Adela Dworin, presidenta del Patronato. Más contundente se muestra Salomón Susisarfati, presidente de la sinagoga de La Habana Vieja.
Susisarfati es un hombre recto y suspicaz, que exhibe enseguida su condición de militante del Partido Comunista y luego, proyectando una mirada de autoridad, asegura con aplomo que eso demuestra perfectamente que "en Cuba no existe el antisemitismo". Para certificar este extremo, añade con satisfacción que la única empresa privada existente en todo el país es la carnicería kosher de La Habana Vieja.
Susisarfati es profesor de oratoria en la Escuela Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas y de la Escuela Superior Ñico López, y acaba de publicar la antología de aforismos Diccionario de pensamientos de Fidel Castro. Su sinagoga es ortodoxa: los hombres y las mujeres están separados, a diferencia del Patronato, que es un templo conservativo, en el que no hay segregación por sexo.
Una cultura de modaEn este último centro, bajo la dirección de Adela Dworin, 70 niños asisten a clases los domingos para aprender hebreo (entre semana, acuden a la escuela pública). Como de pasada, la señora Dworin explica que el aprendizaje del hebreo es obviamente el resultado de la política lingüística del Estado de Israel. Ella habla yidis y Salomón Gonte Leiderman también, pero en toda Cuba no habrá más de una docena de judíos que lo sepan. Es el idioma de los abuelos y en su postergación hay algo de la displicente indiferencia de Mihail Sebastian, en Desde hace dos mil años, un clásico de la literatura judía europea de entreguerras, ante los libros en esa "jerga" del viajante Abraham Sulitzer
Que la cultura hebrea está de moda en Cuba parece certificarlo, irónicamente, el taxista que nos lleva a Guanabacoa. Su nombre es Fernando Reina y afirma que admira profundamente a los judíos. De hecho, sospecha que tiene ancestros de esa cultura, porque a su padre le pusieron de nombre Jacobo, que es asegura "un apelativo que se usaba en Cuba para los judíos o para los que no tenían ninguna religión".
En una ciudad de cementerios exuberantes como el de Colón, el de Guanabacoa es un lugar plácido y modesto, aunque periódicamente lamido por los ciclones. El encargado, Augusto Arias Alarcón, es como el taxista otro cubano admirador de lo semita. Tomamos las fotos pertinentes, volvemos al centro. En la sinagoga de La Habana Vieja, volvemos a encontrar a Salomón Gonte Leiderman. El judío más viejo de Cuba masculla su sorpresa y exhibe orgulloso, en el ojal, un pin de Obama. Luego, sonríe tristemente.
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