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David Byrne, carisma inagotable

El que fuera líder de Talking Heads repasó sus trabajos con Brian Eno y flirteó con la nostalgia recuperando alguna canción de su grupo

CARLOS BARREIRO

El improvisado encuentro de David Byrne con Brian Eno en Everything that happens will happen, no ha sido tan revolucionario como el de My life in the bush of ghost (1981), disco en el que utilizaron fragmentos de música africana o grabaciones de campo mucho antes de que se extendieran los sampler.

Sin embargo, ha servido para devolvernos una cara del artista afincado en Nueva York que se ha reivindicado poco en los últimos tiempos, la de autor e intérprete de pop impoluto a nivel melódico, sin poner el acento en lo exótico.

Además de que propició que anoche volviésemos a tenerlo en Madrid subido a un escenario, después de sus últimas visitas para mostrar sus trabajos en otras disciplinas artísticas.

Los dos álbumes que este visionario de la música popular compartió con Eno aparecieron articulados mediante las coreografías de tres bailarines, que contagiaban la alegría y el vitalismo de sus canciones recientes a todo el repertorio, en el que también hubo hueco para clásicos de Talking Heads como Once in a life time o My big hands, cuya forma de adaptar los patrones rítmicos del funk hemos visto hasta la saciedad en grupos jóvenes en los últimos años.

La banda que acompañaba a Byrne, todos de blanco impoluto, pisó el acelerador desde los primeros compases, secundando sus nerviosos solos de guitarra con percusiones, teclados, bajos y coros. Pulso vivo y agilidad que no llegaba para acertar con ese sonido grasiento y primitivo que todos asociamos a sus canciones de los ochenta.

La corrección de los músicos fue más apropiada para la finura de Strange overtones o Everything that happens, tema con el que puso la guinda final a un concierto en el que su carisma en escena destacó sobre las interpretaciones.

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