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El tiempo detenido en la isla de Mozambique

En el norte de Mozambique, esta isla sujeta al continente por un puente muestra una mezcla de cultura suajili y portuguesa.

ÁNGEL M. BERMEJO

Cuando se levanta la brisa, los pescadores aprestan aparejos, izan velas y salen a la mar. Primero bordean las murallas de la vieja fortaleza de la isla de Mozambique y luego enfilan hacia el estrecho canal que separa su isla de la orilla continental, en busca de algún caladero donde echar las redes. Sobre el horizonte se dibujan las siluetas de sus velas latinas, triángulos hinchados por el viento y la historia.

A esta isla de Mozambique -a la que todos llaman simplemente Ilha, 'Isla'-, llegó Vasco de Gama en 1498 en su primer viaje hacia la India en busca de especias, y encontró un floreciente centro comercial y de construcción de barcos dominado por los árabes. En su muelle vio butres cargados con oro, joyas y los preciados condimentos, y con el tiempo esta isla escondida en el canal de Mozambique, frente a Madagascar, se convirtió en la base portuguesa de su ruta hacia los mercados de especias de Oriente. Más tarde, la Ilha dio nombre a toda la colonia portuguesa de la que fue capital. En 1898 cedió el título a Lourenço Marques (la actual Maputo) e inició su camino hacia el olvido.

Hoy la isla de Mozambique constituye una leyenda viva en el extremo septentrional del país. Es pequeña -no llega a tres kilómetros de punta a punta- y la ciudad la ocupa casi completamente. En realidad, dos ciudades: la de coral y la de caña. Dos mundos urbanos completamente diferentes separados por el ancho de una calle. Al norte se extiende la urbe de piedra, un conjunto de casas centenarias, una gloria arquitectónica que transmite una profunda sensación de melancolía. Hay recias mansiones coloniales, iglesias blancas que mezclan adornos barrocos, árabes e hindúes, soportales que protegen del sol tropical, grandes almacenes de los comerciantes de antaño, veredas sombreadas por casuarinas e higueras bravas. Todo construido en el mismo estilo durante siglos, creando una armonía inigualable.

Se cruza una calle y aparece la ciudad de bambú y mangle. Aquí no se encuentra ni el más mínimo recuerdo de pasado esplendor. Parece cualquier aldea africana con casas de zarzo recubierto de argamasa y tejados de hojas de cocotero. Las mujeres tocadas con pañuelos de colores extienden sobre la arena pescado para secarlo al sol, muelen grano, conversan, cocinan y cuidan de los niños. Muchas cubren su rostro con una mascarilla blanca o amarilla, una pasta vegetal de tamotamo que les confiere un aspecto fantasmal.

En uno de los extremos de la isla destacan los poderosos contrafuertes de la fortaleza de São Sebastião, una de las más imponentes de África. Cuando los portugueses ocuparon la Ilha, en 1507, hicieron de ella un enclave estratégico que había que defender de potencias enemigas. Sufrió innumerables ataques, pero nunca fue conquistada.

Sus murallas de 20 metros de altura siguen ofreciendo el mismo aspecto descrito por cronistas de siglos pasados. Se pueden traspasar sus portalones, vagar por dependencias vacías, penetrar en la oscuridad de los depósitos de agua, los únicos manantiales de agua dulce de la isla se encuentran dentro del fuerte, recorrer los bastiones y asomarse a las garitas de vigilancia. Decenas de cañones continúan apuntando al horizonte. A los pies de la fortaleza se esconde la capilla manuelina de Nossa Senhora do Baluarte, el edificio más antiguo que se conserva construido por los europeos en el hemisferio sur.

Por la tarde, cuando el calor se rinde, se inician las conversaciones junto a los portales de las casas, los hombres vestidos de blanco, las mujeres de colores brillantes. Los pescadores repasan sus redes y se forman corros para asistir a las partidas de m'pale, el juego tradicional. Hay llamadas del almuédano a la oración y pasos quedos que resuenan en el pavimento de piedra y cal, también butres que recalan en la playa y mujeres que practican los bailes de tufo y chacate para algún festival. Pasan los días, pero parece no pasar el tiempo en la Ilha.


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