Cuando el diario nonato La Voz de la Calle despidió a su plantilla, Alberto Arce (Gijón, 1976) se aferró a la indemnización y con ella partió rumbo a Libia. Recibió el dinero un miércoles y el viernes a las 08.00 horas ya cogía un avión en Madrid con destino Malta, desde donde embarcaría hacia Misrata. Él lo define como una actitud vital. “En España la gente está muy acostumbrada a llorar cuando las cosas no salen bien. Llevamos mucho tiempo llorando y la única forma de dejar el llanto es creando algo. Mi actitud vital no es llorar, sino estar en la carretera. Para mí, para mi familia, para mis amigos y para mi proyecto de vida el despido fue un mensaje. Si te echan, agarra la indemnización y sal a hacer periodismo”, defiende Arce.
De su estancia en Libia –estuvo allí poco más de un mes– nace ahora 'Misrata Calling' (publicado por la editorial Libros del KO), un libro en el que cuenta su experiencia en primera línea: el reportaje en profundidad que no pudo publicar durante esos días. Y no porque no lo intentase.
Una vez en Misrata, Arce llamó a un gran número de medios españoles, pero fracasó. “Todos me dijeron no”. La agencia AFP, Radio Francia Internacional y Euronews, sin embargo, sí apostaron por su trabajo. “Una vez allí, llamé: ‘Hola, estoy en Misrata, he mirado alrededor, no hay nadie más, no hay corresponsales, tan solo estamos seis periodistas; la ciudad está asediada. ¿Os interesan las crónicas?’”. Mientras ningún medio nacional aceptó su oferta, los extranjeros, como AFP, incluso le pidieron que enviase sus crónicas en castellano y luego ellos las traducirían al francés. “Lo que les importaba era tener a alguien en Misrata y contar lo que pasaba”, explica.
El no contar con un apoyo económico fijo hizo mella en su trabajo en Libia, sobre todo porque no le permitió quedarse más tiempo en la zona, tal y como deseaba. De hecho, si hubiese podido quedarse, habría cubierto, casi con total seguridad, la captura de Gadafi, ya que durante el poco tiempo que permaneció en Misrata conoció a uno de los jóvenes que cuatro meses después apresaron al exdictador. “Habría podido dejar sola a mi hija sola otros cuatro meses más si hubiera tenido la garantía de sostenerla económicamente”, apunta.
Ningún medio español quiso mis crónicas desde Misrata
No obstante, la falta de recursos y el riesgo que suponía quedarse en la zona pusieron fin a su experiencia libia. “Cada día allí significaba poner en juego tu vida”, relata.
¿Por qué recibió una negativa por parte de los medios españoles? En opinión de Arce, es una pregunta que deberían responder estos editores, que según él, están destruyendo el periodismo. “Ya no quieren meter sus recursos en información de primera mano. No tienen interés. Están llevando la profesión a un estado lamentable. Ahora mismo, el periodismo ha quedado reducido, en España, a una fábrica de producir chorizos en cadena”, denuncia. Del mismo modo, cree que todavía persiste un miedo a hacer algo diferente. “En España aún perdura eso de ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”.
Por todo ello, Arce se siente cada vez más lejos del país donde nació. “No tengo nada bueno que decir de España, de su realidad económica, de la mentalidad del trabajo... De verdad me cuesta ponerme en la cabeza de alguien que, por ejemplo, rechaza una fotografía de Ricardo García Vilanova –el fotógrafo que le acompañó en Libia– que al día siguiente aparece en 50 diarios de todo el mundo. O que rechace una crónica, o te la pida gratis, mientras que The New York Times la publica otro día en su portada y además te paga por ella”.
'Si me hubiera quedado en casa llorando, ahora estaría en el paro'
Hasta hace unos días, Arce trabajaba en la publicación digital guatemalteca Plaza Pública. Allí, y en Latinoamérica en general, afirma convencido, el periodismo es diferente. “Te permiten hacer reportajes de 12 páginas sobre un tema en el que has estado trabajando más de una semana, y te apoyan económicamente. Ahora mismo, solo se puede hacer periodismo si tienes un director que te llama y te dice: ‘Vete a este sitio, mira a ver que te encuentras y luego lo cuentas’. Y todo ello teniendo además un sueldo fijo. La relación de confianza es brutal”. Si tuviera que dar consejo a alguien le diría sin ninguna duda que emigrase: “Nos guste o no, hay que mover el culo. La única salida es explotar. Arrojarse, saltar al vacío”.
Ahora, Arce es corresponsal de una agencia internacional en Honduras y tiene claro que si ha llegado hasta ahí es porque se ha movido. “No puede ser que periodistas españoles vivamos dignamente del periodismo en Guatemala o en Honduras y en España nos comamos los mocos”, se lamenta.
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