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El dinero del ladrillo se queda en el plástico

OSCAR ABOU-KASSEM

Llegando por la carretera que baja desde Almería, El Ejido pueblo parece una isla rodeada de un mar. Es un océano de plástico que baja de las montañas hasta la playa. Como si fuera el faro de la isla, en el centro se levanta una inmensa torre de 104 metros y 30 plantas. La crisis del ladrillo también se ha llevado por delante el faraónico proyecto. Está casi acabado pero la constructora está embargada. Los carteles dicen que es el edificio más alto de Andalucía. A lo grande.

El centro de El Ejido parece Lavapiés o el Raval, pero sin modernos. Hace un calor insoportable y en las calles se ven más subsaharianos que marroquíes. Entre los comercios abundan las carnicerías halal y locutorios para llamar a Senegal. Los precios de las viviendas se han depreciado y los ejidenses con recursos se marcharon a las urbanizaciones de las afueras.

'Yo pensaba en jubilarme pronto pero la crisis me ha fastidiado', dice Antonio, agricultor y veterano del Sáhara

La ola de los invernaderos invitó a muchos a comprar la segunda residencia junto a la playa o a complejos residenciales en primera línea de mar, como Almerimar. Es la cara inédita de El Ejido, una localidad en el mapa tras las razzias que protagonizaron los agricultores locales contra los inmigrantes en el año 2000.

Marisol y Melchor tienen un chiringuito junto al mar, se mudaron a Almerimar en busca de tranquilidad. Aquí no se ven los invernaderos y eso relaja. Sobre todo si eres agricultor como Melchor. Al igual que ellos, muchos treintañeros se han instalado aquí imitando a las parejas que huyen hacia las ciudades dormitorio. Hay un campo de golf, un colegio privado (SEK) y unas playas muy tranquilas, pero casi no hay turistas extranjeros.

Melchor me cuenta que la mayoría de agricultores se ha pasado a 'la lucha integral'. Se acabaron las fumigaciones para acabar con las plagas: ahora combaten a los gusanos y a las moscas con otros insectos depredadores. Todo natural.

Por la mañana me invita a visitar su invernadero. Huele a pimiento y la humedad te empapa nada más entrar. Tiene cuatro trabajadores, dos españoles y dos marroquíes para cinco hectáreas. Hacen dos turnos para evitar el pico de calor, de 7 a 11,30 y de 17,30 a 21.00. Ocho horas a 1.000 euros el mes. Ahora están ajustando los pimientos a las cuerdas que les guían el crecimiento. Duele ver cómo se agachan pero según ellos es peor cuando plantan o recolectan.

Hicham ha vuelto al invernadero tras probar unos años la construcción. 'En Madrid ganaba más dinero, pero también gastaba más'. Aquí no paga alojamiento, vive en el cortijo de Melchor. Comparado con el exterior dentro del invernadero se está fresco. A 28 grados que ha programado Melchor. Podría controlarlo todo (temperatura y humedad) desde casa pero prefiere pasarse todos los días para supervisar.

Un amigo suyo, quiere acabar con la imagen negativa que tengo de El Ejido y me da una vuelta por las playas. En Guardias Viejas entramos en los invernaderos de su tío Antonio. Está preparando, con sombrero y pecho al aire, un riego. En su furgoneta suena Kiko Veneno. 'La agricultura es una lotería. Hay que tener suerte con los tiempos de cultivo'.

La crisis también se siente en El Ejido. Sobre todo para los que invirtieron en el ladrillo y lo perdieron todo. Antonio, de 56 años, prefirió ir comprando más tierras con los beneficios. Hoy tiene 4 hectáreas. 'Yo pensaba en jubilarme pronto pero la crisis me ha fastidiado'. Tiene cuatro trabajadores y prefiere a los marroquíes, que son más formales. Mientras nos enseña los pepinos se acuerda de sus tiempos mozos como soldado en el Sáhara Occidental durante la agonía del régimen franquista.

Muy cerca sus invernaderos están montando el escenario Festival de música electrónica de Creamfields. El sábado actuarán entre otros DJ Tiësto y Jeff Mills. 'A ver si me vuelvo a encontrar droga', dice riéndose Antonio. Doce años atrás mientras preparaba la tierra se encontró 160 kilos de hachís. 'No quería líos y rápidamente llamé a la Guardia Civil'.

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