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El director de "Los chicos del coro" adapta "La guerra de los botones"

EFE

Alicia G. Arribas.

El director de "Los chicos del coro", Christophe Barratier, se sumerge de nuevo en las aguas cristalinas de la infancia de niños de otras épocas -aún capaces de valorar la amistad, el valor, la libertad y la solidaridad- en su adaptación de la novela homónima de Louis Pergaud "La guerra de los botones".

Porque la película, explica el director en una entrevista con Efe, no es un "remake" de la que su compatriota Yves Robert realizó en 1962 y que obtuvo reconocimiento mundial, sino una versión de "un clásico" como lo puedan ser "Los tres mosqueteros" o "El conde de Montecristo".

Por ejemplo, el director parisino ha situado la acción en 1944, a punto de concluir la II Guerra Mundial y con los nazis campando por las campiñas francesas, y no a finales del XIX como sucedía en el libro -que ahora cumple cien años- y añade algunos personajes, como la bellísima Simone o el pequeño Gibus, necesarios, explica, para dar un toque más distendido a la historia.

Y la trama nos lleva a la eterna rivalidad que, por ningún motivo, enfrenta a los niños del pueblo de Longeverne con sus vecinos de Velrans.

Lebrac (Jean Texier) y L'Aztec (Thomas Goldberg) y sus muchachos batallan sin piedad (y sin sangre) hasta que deciden calibrar el valor de sus hazañas por el número de botones que arranquen al adversario, de manera que el vencido regrese a casa humillado, con los pantalones por los tobillos.

Mientras los niños libran esa guerra, los adultos mantienen la suya, la de verdad, con nazis invasores entre campesinos resistentes que, como los niños, terminan por comprender que, unidos, lo pueden prácticamente todo.

En medio, varias historias de amor: la de los niños y sus padres deportados, huidos o encarcelados a causa de la guerra; la del maestro (Guillaume Canet), enamorado de Simone (Laetitia Casta) que regresa al pueblo después de escapar a París en busca de un futuro mejor, y la de Lebrac con la niña judía Violette (Ilona Bachelier).

Pero "La guerra de los botones" guarda un importante mensaje, destaca Barratier: "Que en un pasado no tan lejano el éxito podía ser algo colectivo cuando hoy, si se habla de éxito, lo es sólo si es individual".

El libro, analiza el director, "es una instantánea de un época, pero cuando se interroga al pasado, siempre te responde el presente, por eso -añade- situar una historia en el pasado la hace universal".

Barratier ha colaborado con un grupo de profesores españoles que intentan acercar a los escolares al cine como algo que puede enseñar de modo ameno: "Si algo es divertido y no tiene ningún sentido moral, es fácil, pero no enseña nada", dice el realizador.

En su opinión, lo mejor del libro es cómo esa "guerra" les enseña valores: "La igualdad, la solidaridad, la amistad y que, sin saberlo, están constituyendo una república, y cómo entienden que, por encima de todo, hay que salvar a la pequeña Violette".

Barratier, que visita España para promocionar la película acompañado del más joven de sus actores, el pequeño Clement Godefroy (Petit Gibus), insiste una y otra vez en que su cine es "familiar" pero eso no significa que tenga que llevar adherida la etiqueta de "comercial".

Si en "Los chicos del coro", que fue un éxito mundial, Barratier supo mezclar actores consagrados del cine francés con chavales desconocidos, en "La guerra de los botones" repite la fórmula, en esta ocasión con Laetitia Casta, Guillaume Canet y Gerard Jugnot, dando la réplica a un puñado de niños, elegidos de entre 20.000.

Aunque reconoce que trabajar con niños es mucho más difícil y costoso, asegura que lo hace porque le gusta y reprocha a quienes le critican por "descafeinar" la película de los años 60 -donde los niños batallan desnudos, como los antiguos soldados griegos-, mientras Barratier los muestra en ropa interior: "Todos sabemos por qué", zanja.

La película, que se estrena el viernes 11 de noviembre, tuvo ayer un pase extraordinario para la comunidad educativa en 16 ciudades españolas a la vez, y el de Madrid concluyó entre aplausos. EFE

aga/ps

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