Este artículo se publicó hace 14 años.
"Si sé que eres discapacitado, ni pierdo el tiempo"
Alberto, de 24 años, se quedó en paro el pasado mes de septiembre. Una enfermedad rara hace que los empresarios le rechacen a la hora de buscar empleo
"Si me hubieras dicho desde el principio que eras discapacitado, no hubiéramos perdido el tiempo". Ni siquiera un: "Ya le llamaremos". Esta fue la despedida que recibió Alberto Buele después de una entrevista para trabajar como grabador de datos. Asegura que su respuesta del joven de 24 años fue tajante: "¿Si su hijo fuera discapacitado le hubiera dicho lo mismo?".
Desde este episodio y para evitar situaciones desagradables, Alberto siempre incluye en su currículo que tiene un certificado de discapacidad de un 77%. Perdió su trabajo en septiembre de 2009 cuando, después de pasar por una operación y estar tres meses de baja, le dijeron que no le renovaban el contrato. "Fue un golpe muy duro, no me lo esperaba", admite.
Alberto empezó a buscar trabajo en noviembre y aún no ha tenido ni siquiera una entrevista. "He buscado por todas partes: en tiendas, hoteles, en correos, incluso de mozo de almacén", cuenta. Piensa que su condición de discapacitado influye en que los empresarios le rechacen a la hora de cerrar la contratación. "Al principio doy buena impresión, pero cuando tocas el tema, miran para otro lado y te dicen: ‘Ya te llamaremos'", denuncia. Y añade: "Lo que más deseo es encontrar un trabajo, de lo que sea, para olvidarme de la enfermedad y sentirme útil".
Este joven de origen ecuatoriano, que lleva desde los 15 años en España, recuerda que no siempre ha sido igual. Durante años, Alberto ha desempeñado tareas como conserje, auxiliar administrativo y recepcionista, pero todo se truncó hace dos años. Fue cuando le diagnosticaron una de las llamadas enfermedades raras, de las que ni siquiera puede pronunciar su nombre. Se trata de una patología neurológica que provoca pérdidas de neuronas, lo que afecta, entre otras cosas, a la movilidad.
Alberto tiene que hacer más esfuerzos para desplazarse, vestirse o realizar otras actividades cotidianas que aquellas personas que no son discapacitadas. "A veces la enfermedad me da la lata, pero puedo hacer las mismas funciones que los demás, sólo que con más calma y me canso antes", sostiene.
SupervivenciaMás allá de una necesidad social, encontrar trabajo se ha convertido en una cuestión de supervivencia. Alberto cobra 339 euros por su pensión de minusvalía, pero sólo en medicamentos se gasta unos 130 euros al mes. En la actualidad, vive en una residencia de la Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (COCEMFE), donde dice sentirse muy a gusto con sus compañeros.
Mientras llega su oportunidad, Alberto destina más tiempo a disfrutar de sus aficiones. De entre todas ellas, sobresalen las actividades culturales. "Me encanta escuchar ópera, ir al teatro y visitar museos", asegura. Y eso, a pesar de que su grupo de amigos tiene otros intereses. Pero no le importa.
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