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La doble vuelta de la civilización se encierra en "La zona"

EFE

En un debut prometedor, el mexicano Rodrigo Plá encierra en "La zona", que se estrena hoy en España, una inteligente metáfora de la sociedad actual a la que, además de contenido, ha sabido imprimir un ritmo, una agresividad y una elegancia que mantienen el alto nivel de su premisa.

"La zona", premiada en los festivales de Venecia y Toronto, es la ópera prima de Rodrigo Plá, un realizador mexicano de origen uruguayo que relata en el filme, protagonizado por la española Maribel Verdú y el mexicano Daniel Giménez Cacho, la situación creada en una zona residencial por la irrupción de tres delincuentes y el asesinato de una anciana.

El arranque de "La zona" deslumbra por su abundancia ingenio y carencia de titubeos. Su idea de presentar una cárcel a la inversa -en la que son los que se comportan con supuesta licitud los que se recluyen para no contaminarse de la violencia imperante- tiene la capacidad de atrapar e incluso fascinar al espectador.

Efectivamente, Rodrigo Plá acierta desde un primer momento con el inquietante tono de la cinta, instalado en el thriller psicológico en la tradición más europea -como una suerte de Michael Haneke latinoamericano- y cuya cámara adopta la función de demiurgo, de ojo crítico que augura en todo momento la catástrofe babélica del hombre que ha jugado a ser Dios.

Sobre los muros que se alzan en el espacio residencial y con la argamasa de ese código ético y legal autónomo, Plá inserta, como si se tratara de una aluminosis que va dañando paulatinamente el armazón del edificio, la presencia de tres ladrones que "osan" perturbar las existencias de esa elite separatista.

Por ello, "La zona" es la crónica de un desplome, el de la superioridad arrogante e interiorizada de los que, por la radicalidad de sus normas cívicas, evidencian sus raíces primitivas.

Aquellos que, por miedo a las posibles filtraciones, caen en la endogamia degenerativa y el dogmatismo.

No es difícil buscar el doble sentido a esta premisa que, si bien parece tener sentido en una sociedad tan polarizada como la mexicana, se ajusta aún mejor a una concepción global en la que los ricos no sólo se abstraen de la problemática de los pobres, sino que aplican, en pos de la seguridad, medidas que restringen las libertades y castigan la discrepancia.

Así, los personajes que forman el extraordinario reparto coral -con menciones especiales para Daniel Giménez Cacho, Maribel Verdú y el joven valor Daniel Tovar- radicalizan su vida con fines de una protección que se desvirtúa hasta enredarse en una tela de araña de autoindulgencia, para pasar a sufrir un mal que no sólo había permanecido, sino que se había incubado mejor intramuros.

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