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Los Eagles vuelan en Madrid con un soberbio derroche de rock 'n' roll

EFE

Poco importa si los Eagles viven o no de la nostalgia, de unos primeros años dorados en que se erigieron como abanderados de lo que luego se llamó "rock clásico". La destreza musical de estos sesentones está fuera de duda, y permite disfrutar de momentos tan memorables como los ofrecidos esta noche en el Palacio de Deportes de Madrid.

Partiendo de una base de rock, la banda de Los Ángeles supo enriquecer su repertorio con sonidos del folk norteamericano, una mezcla de melodías que oscilan entre lo popular y lo sofisticado y con la que han agasajado a los 12.000 espectadores congregados en el recinto madrileño.

Con una formación que en la actualidad integra a dos de sus miembros originales, Glenn Frey -guitarra y teclados- y Don Henley -voz y batería-, y que se completa con Joe Walsh -guitarra y teclados- y Timothy B. Schmit -bajo y guitarra-, los Eagles han arrancado su actuación al emotivo ritmo que proponía "How long".

Precedido de un bello interludio de trompeta, el momento que muchos de los presentes aguardaban no se ha hecho esperar: bastaron los primeros acordes de ese himno que es "Hotel California" para que el público rompiera a corear un estribillo que inundó el pabellón cual avalancha sónica.

Una suave y delicada versión de "Peacefuly easy feeling" ha dado paso a "Witchy woman", un sonido duro, casi áspero, perfecto para el lucimiento de la atronadora voz de Don Henley.

La íntima "Lyin' eyes" puso el toque country de la velada, enlazando a continuación con el torrente de batería y guitarras eléctricas de una "In the city" que, en una conjunción casi erótica entre músico e instrumento, sirvió en bandeja de plata el virtuosismo a la guitarra de Joe Walsh.

Alcanzada la hora de recital, y mientras los espectadores bromeaban acerca de la longevidad de los artistas -"deben estar con las botellas de oxígeno"-, el programado descanso de veinte minutos permitió que el grupo recuperase el resuello para el resto de la extensa velada.

El silencio más absoluto y respetuoso amparó las melodiosas voces de los Eagles durante "No more walks in the wood", que abrió la puerta a las composiciones más pausadas de la noche: una "Waiting in the weeds" rebosante de añoranza y la pasional "No more cloudy days", con la que muchas parejas se miraron embelesadas.

"Love will keep us alive", que el guitarrista Timothy B. Schmit presentó como "una canción de nuestro amor por España", y "Take it to the limit" dieron por finalizado el tiempo de las baladas. A partir de ese momento, los Eagles se lanzaron sin concesiones por los derroteros del rock 'n' roll.

Muy atrás quedan aquellos catorce años -desde 1980 a 1994- durante los cuales el grupo estuvo separado, inmerso en sus propias grietas internas. Hoy los Eagles se han presentado como una banda estable, cohesionada, que irradiaba conjunción sobre el escenario al son de "Long road out of Eden" o "Walk away".

"El mariachi" Joe Walsh, cámara de vídeo sobre su gorra de béisbol, ha mostrado su lado más histriónico en la delirante y divertida "Life's been good", que ha dado paso a esa irónica y ácida crítica a la prensa sensacionalista que es "Dirty laundry".

Las psicodélicas imágenes proyectadas en las pantallas acompañaron a "Funk 69" antes de que el grupo atacara "Heartache tonight" y "Life in the fast lane", una declaración chulesca y retadora con la que se alcanzó el punto culminante de la noche.

La dulce "Take it easy" y el toque blues de "Rocky mountain way" pusieron el broche a un espectáculo que, durante tres horas y 26 canciones, ensalzó la grandeza de este grupo que ocupa un lugar de privilegio en la historia de la música.

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