Este artículo se publicó hace 13 años.
Elisabeth Daynès, la paleoartista que insufla vida a la mirada de nuestros ancestros
Barcelona 25 may (EFE).- El soplo de vida que la paleoartista francesa Elisabeth Daynès insufla a sus recreaciones de especímenes de homínidos y a los personajes históricos que llenan los mejores museos científicos del mundo es tan real que, a veces, quienes las ven no pueden evitar acercarse para comprobar si respiran.
La "mirada" en los rostros de estas hiperrealistas figuras han convertido a Daynès (Beziers, 1960), una experta en anatomía comparada, pero de formación artística, en una de las más reputadas autoras de esta peculiar modalidad creativa, donde la ciencia ha de dotarse de ciertas dosis de imaginación para poder explicar la evolución humana.
Del "atelier" que el equipo de Daynès tiene en París han surgido algunas de las mejores recreaciones de personajes históricos (Einstein, Darwin o el femenino rostro del rey Tutankamon ...), pero sobre todo de ejemplares de homínidos primitivos: austrolopitecus, homo sapiens o neardentales, de los que se siente más orgullosa.
Suyas son las réplicas del Museo de la Evolución Humana de Burgos o la austrolopitecus "Lucy" (3,4 millones a. de C.) del Cosmocaixa de Barcelona, museo por el que ha pasado estos días para desvelar algunos secretos en torno a la génesis de sus criaturas.
Esta "escultora de la prehistoria" era una especialista en efectos especiales y reconstrucciones faciales para cine y teatro cuando a finales de los años ochenta recibió un encargo de un museo en Dordoña (Francia) para recrear un campamento de magdalenienses.
Aquel trabajo la introdujo en la prehistoria. "Descubrí un universo fantástico y a partir de ahí me dediqué en cuerpo y alma a profundizar en esta época", explica en una entrevista a Efe.
Para realizar sus esculturas en resinas y siliconas, lo primero, señala, es disponer de un buen molde del cráneo original del ejemplar que se quiere reproducir, por lo que es esencial el apoyo de un equipo científico de paleontólogos y forenses.
Para definir el espécimen, se hace un estudio antropométrico, su edad, la fecha de muerte, la familia a la que pertenecía, el sexo, si sufría patologías o carencias alimentarias, y se analiza la fauna asociada a estos restos óseos, algo esencial para determinar el clima en el que vivió, lo que marcará el tono de su piel.
En base al cráneo, Deynès establece el espesor de la piel del rostro y luego sitúa los ojos en el interior de las órbitas y la altura de los labios.
"Tengo entonces ante mí -señala- un sujeto sin vida, fiel a datos científicos objetivos, pero sin una mirada viva". Introduce entonces los factores externos: las duras condiciones de vida, que hacían que aquellos rostros avejentaran rápidamente.
"La mirada es primordial en el cara a cara entre el público y estos seres de hace miles de años, ha de ser potente, transmitir inteligencia, algo que atraiga y emocione al espectador y que le haga querer saber más", señala la creadora, que luego somete de nuevo su obra a la valoración científica.
De hecho, esa mirada es la que le ha generado algunas críticas entre quienes ven en ella demasiada inteligencia (y que consideran también a estas "criaturas" bellas en exceso). Daynès se defiende: "¿Tienen los gorilas un aire idiota?, y los hombres primitivos, ¿hubieran sobrevivido sino no hubieran sido inteligentes?".
Aunque su busto de Tutankamón es el trabajo que más fama le ha dado, Daynès prefiere la complejidad de los seres prehistóricos.
"Mi percepción -dice- cambió cuando me interesé por el origen del ser humano, yo venía de una formación artística pero cuando entré en contacto con aquellos cráneos, a todos les quería poner rostro".
Tras cuatro meses de trabajo de media (hasta ocho para algún austrolopitecus "difícil", confiesa), las figuras de Daynès salen del taller casi respirando, despeinadas, con un toque meditabundo.
Dice que la mejor recompensa por sus trabajos -que le han valido el prestigioso premio científico Lanzendorf de paleoarte- son las reacciones de los más pequeños cuando los ven en los museos: se sientan e intentan hablar con ellos.
Esta pasión científica, y los numerosos encargos que recibe (tiene una lista de espera de año y medio) le han hecho abandonar su otra faceta más artística. "El tiempo es limitado y además no paramos de viajar", se justifica.
Sergio Andreu
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