Este artículo se publicó hace 14 años.
Elogio de los débiles
Don Lope camina por unas callejas junto a Tristana y de pronto se topa de bruces con un ladrón que escapa a la carrera de la Guardia Civil. El fugitivo se recupera del encontronazo y continúa su camino desesperado. Llegan segundos después los agentes de la autoridad y preguntan a don Lope por dónde ha huido el maleante. El caballero les indica con la mano muy segura la dirección contraria. Mientras los guardias corren por la calle equivocada, Tristana le pregunta a su acompañante por qué ha engañado a la autoridad. "Un caballero -argumenta- siempre está del lado de los débiles".
Esta escena de la obra maestra de Luis Buñuel, a partir de la entretenida novela de Benito Pérez Galdós, explica a la perfección la tradición cómica de este país. A diferencia del mundo anglosajón, España es un país dado a la comedia. El drama, protagonizado por hombres conmocionados, es cosa de Shakespeare, que acaba hablándonos de asuntos más espesos como el poder. Pero lo nuestro es la comedia, que es el juego de los dioses, y por eso nos seducen los locos como el Quijote o los antihéroes de la picaresca.
En un país así, es lógico que surjan jueces como Garzón, que un lunes quiere empapelar al presidente del Gobierno tras ponerle una equis, un miércoles pide el certificado de defunción de Franco no vaya a ser que siga vivo y un viernes decide emprender una causa general contra el mal.
Su ejemplo ha sido contagioso. El juez Ismael Moreno quiere interrogar a la cúpula dirigente china por masacrar a monjes en el Tíbet y su colega Eloy Velasco estudia si se lleva por delante a los asesores de George Bush por diseñar el campo de concentración de Guantánamo. Siempre habrá aguafiestas que nos intenten hacer despertar de este sueño. Ya saben. Esto no se hace, esto no se dice, esto no se toca. Por el momento, han logrado convertir el sueño en pesadilla. Un fantasma del pasado, Falange Española, está a punto de juzgar a quien ha pretendido juzgar los crímenes de su jefe.
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