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"Escribo para entender las desgracias"

La escritora canadiense retrata en La huella del ángel la Francia de los años cincuenta, traumatizada por la Segunda Guerra Mundial y en pleno conflicto argelino

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Setenta años después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, muchos aún creen que Francia salió victoriosa en 1945, que todos resistieron frente al nazismo y lucharon junto al general De Gaulle. La euforia de la posguerra hizo olvidar que el país también tenía su parte de responsabilidad en el Holocausto y, entre las canciones de Boris Vian y el impulso económico de los años cincuenta, la sociedad se refugió en un sueño: no habrá más guerra. Nunca más.

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Qué ingenuos.

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En La huella del ángel, que la editorial Salamandra publica el próximo día 10, Nancy Huston (Alberty, Canadá, 1953) utiliza la ficción para "explorar cómo la guerra influye sobre nuestra vida, nuestra actitud política". Porque en los años cincuenta Francia no era un país en paz. La contienda se había alejado de París, porque el verdugo era precisamente el Ejército francés. La víctima: una Argelia en búsqueda de su independencia negada por la Francia liberada del yugo nazi. En las calles de la capital, no se podía ser ni alemán ni árabe. Los primeros eran los boches un insulto aún utilizado en la actualidad y los segundos eran indígenas.

Hasta allí llega Saffie: alemana, 20 años, apenas habla francés. En esta Francia llena de contradicciones, un día lluvioso de mayo de 1957. Es pálida, silenciosa, pero tan guapa que cuando responde a un anuncio de criada en el conservador diario Le Figaro, el autor de la nota, Raphael, músico, se enamora de ella. Se casan, ella no le ama, porque ama a András, un húngaro judío que cree en la libertad de los pueblos y luthier de Raphael. Este es pied-noir (pie negro) es decir, francés nacido en Argelia y rentista de sus bienes en tierras árabes, mientras que el Frente de Liberación Nacional lucha por "restaurar el Estado argelino soberano, democrático y social".

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La huella del ángel no es un libro sobre la guerra, sino sobre las consecuencias de un conflicto sobre nuestro cotidiano, del trauma que causa. Saffie, Raphael y András viven en la misma ciudad, en el mismo momento, aunque su relación con la guerra no tiene nada que ver. "Sólo pretendo que entendamos las desgracias de los demás", explica Huston en una conversación telefónica desde su casa del Berry, una región del centro de Francia.

De los tres protagonistas del libro, Saffie es la más triste y sin interés, aunque conocerla poco a poco la hace fascinante. "Tenemos una gran capacidad para proyectarnos en la vida de gente que no se parecen a nosotros para nada", según Huston. Raphael se casa con ella porque la desconoce y seguimos, pasivos, la desesperación de un hombre encerrado en sus sueños de músico. Su hijo, Émile, es el testigo silencioso de su sufrimiento, de su caída. Pero tienen un punto en común: la guerra o la negación de ella.

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Para Saffie, la guerra es pasado y quiere olvidarla, como los secretos de su familia durante el nazismo. "No quiere saber que el país en el que vive está en guerra, para no recaer en el infierno de su pasado", aclara Huston. La familia de Raphael gana dinero gracias a la explotación de Argelia, aunque no quiere saber nada del conflicto que azotó al país árabe entre 1954 y 1962. "Es ahora la actitud del 95% de los franceses con la guerra en Afganistán. Francia está en guerra y solemos olvidarlo", apunta la escritora.

András, el húngaro que no tiene ninguna relación personal con Argelia, respalda la lucha de los independendistas. "Por su historia personal en Hungría, por su experiencia durante la Segunda Guerra Mundial como judío, ve mejor las cosas", explica la escritora. Su compromiso va más allá de la independencia de Argelia: lo que está en juego es la promesa de igualdad que Francia hizo a todos y que no cumple. András, supuesto inmigrante integrado, está cabreado contra su país de acogida. Saffie tira su pasaporte alemán para hallar una nueva identidad en un país que sigue considerándola como una boche. Y se piensa en la sociedad actual, llena de discursos bonitos.

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La protagonista es Saffie, alemana de 20 años que quiere olvidar el conflicto

Nancy Huston siempre escribió en francés, aunque su lengua materna es el inglés. Llegó en la Francia de los años setenta, marcada por el Mayo del 68 y la revolución sexual de 1969, aunque, según ella, "la guerra de Argelia era muy presente en las memorias. Porque en los cincuenta no había elección: la guerra de Argelia estaba en la mente de todos". Para escribir el libro, conoció a vecinos suyos que, tras alistarse y luchar, vivieron el resto de su vida traumatizados por la guerra. "Muchos de ellos vivieron el resto de su vida deprimidos", dice. Pero no fue a Argelia porque el tema del libro es "cómo se vive una guerra donde no ocurre".

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La huella del ángel empieza y termina en un tren. Empieza con Saffie, termina con Raphael y András. O al revés. Porque en un tren escribió Huston esta historia. "Estaba viajando cuando se me cayó encima como un rayo la última escena. Y reconstruí la historia desde el final hasta el principio. Yo tampoco sabía qué iba a pasar", explica la escritora. Y la voz del narrador se repite una y otra vez para desconstruir la historia, a veces con un tono cómico e ingenuo. "La voz del narrador no digo directamente que soy yo me ayudó a escribir una comedia en una tragedia", insiste Huston.

Y para que quede bien claro, a la autora canadiense no le basta narrar la historia, sino que la comenta. Huston habla con el lector, le recuerda en varias ocasiones que lo que está leyendo es una ficción, deconstruye la relación lector-narrador tradicional porque la autora no quiere que el lector se sienta responsable. Apenas ha entrado el lector en la intimidad de los personajes que el narrador les roba el protagonismo y hace comentarios. Algunas intervenciones cortan el ritmo de la obra como un cuchillo.

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Curiosa manera de contar una historia, de escribirla.

"Sufrir leyendo es posible si nos identificamos con el dolor de los demás"

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Huston se justifica: "La voz del narrador recuerda al lector que estos personajes no existen. Si digo que la historia está terminada, está terminada. No tengo por qué explicar la desaparición de un personaje, pues no existen".

Desconcertante. ¿Por qué no dejar el lector meterse en la novela? Todos ya sabemos que un libro no es la realidad.

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"Cuando leemos un libro, sentimos empatía. Si me identifico con el dolor de los demás, puedo sufrir leyendo", añade la escritora. Que entendamos o no la voluntad del narrador cuando trata al lector como si fuera un naif, la dureza de la vida retratada en La huella del ángel casi lo justifica. El libro no sólo trata de la tristeza de Saffie, sino también de una relación torturada con la maternidad, con su propio cuerpo. ¿Qué le permite y a nosotros también seguir adelante? Huston cita al escritor sueco Göran Tunström: "Sólo el sonido, que viene y va como agua entre las piedras".

La literatura es un arte para pasar un mal rato, sufrir. John Maxwell Coetzee es el autor favorito de Nancy Huston "leí toda su obra", confiesa. No extraña, aunque el surafricano, premio Nobel de Literatura, va hasta el final del sufrimiento, deja a sus protagonistas hundirse. Sin narrador que decida. "Él es más acético que yo. Soy más carnal", reconoce Huston.

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