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Extremadura rastrea en la historia negra de Castuera

La Junta declara zona protegida el terrible campo de concentración pacense

ÁNGEL MUNÁRRIZ

Entre los meses de marzo de 1939 y 1940, unas 15.000 personas pasaron por el campo de concentración de Castuera (Badajoz), el que mantuvo un funcionamiento más prolongado y estable del sur de España. El mortal resultado de aquel tenebroso limbo, enterrado en los aledaños del campo, sigue siendo una de las mayores incógnitas de la Guerra Civil y la primera posguerra. Una incógnita que podría resolverse en breve, al menos parcialmente, de alcanzar sus objetivos los proyectos para localizar y abrir sus fosas comunes e, incluso, explorar la próxima mina de la Gamonita, envuelta en la leyenda negra.

La Junta de Extremadura, además, declarará los 72.000 metros cuadrados del campo y 200 metros más de alrededor Bien de Interés Cultural, después de que los colectivos en defensa de la memoria histórica alertaran a la Administración contra dos proyectos en sus terrenos que finalmente no saldrán adelante: un cebadero de cerdos, primero, y después una planta fotovoltaica. Ante la reacción de la Junta, la empresa Fotones de Castuera ya se ha comprometido a no construir la planta. El proyecto debe culminar con la conversión del campo de Castuera en un centro de interpretación sobre todo el universo carcelario del franquismo, al que se sumaría otro similar en Navas del Madroño (Cáceres) y un tercero aún por ubicar.

¿Qué explica la importancia especial de Castuera? “Era un campo de concentración ubicado en el pueblo que ejerció como capital de la resistencia, Castuera, de una de las zonas que más resistencia opuso, La Serena, en la provincia donde más brutal fue la represión del bando nacional, Badajoz”, resume el historiador y escritor de Zafra (Badajoz) José María Lama. Los guardianes eran militares, guardias civiles y paramilitares adscritos a las columnas insurgentes que más crueldad acreditaron en su ascenso desde el sur de Badajoz. Los prisioneros eran milicianos de los Comités de Defensa, varios implicados en los asesinatos de derechistas en el verano de 1936, alcaldes, sindicalistas y, sobre todo, reemplazos del Ejército Republicano.

La herencia de aquel dolor, setenta años después, sigue viva. “Somos viejos. Queremos saber qué fue de nuestros familiares”, dice Ángel Sayabera, de 80 años. Su madre fue fusilada en la tapia del cementerio, cerca de donde se emplazó el centro. Su padre y tres hermanos, Francisco, José y Santiago, murieron en el campo.

En el marco del  Proyecto para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura, auspiciado por el Gobierno regional y las Diputaciones de Badajoz y Cáceres, la empresa Condor Georadar fotografió recientemente, con una máquina de infrarrojos colocada en un globo de helio cautivo a baja altura, las inmediaciones del campo, en lo que supone un uso pionero de esta tecnología en la búsqueda de fosas. “Por las alteraciones en el terreno, es posible que junto a la tapia izquierda del cementerio haya una fosa”, afirma Cayetano Ibarra, coordinador del programa. El próximo paso, antes de la prospección mecánica, será la aplicación de técnicas de georradar. La demanda de los familiares de las víctimas se acrecienta ante la ilusión de posibles resultados.

En Cruz, Bandera y Caudillo, la más completa investigación sobre el campo de Castuera, Antonio López pone nombres y apellidos a más de 130 “desaparecidos”. “Pero pienso que tienen que ser más”, afirma. “La violencia contra los presos era constante”, añade.

Fe de aquella violencia da la creación de una auténtica leyenda negra, cuyo máximo exponente está a escasos metros del campo, en la mina de La Gamonita, tapada desde los 50. Todo apunta a que allí se produjeron fusilamientos al pie de la bocamina, pero no está demostrado que se diese la práctica de la “cuerda india”, con la que decenas de presos serían atados, cayendo uno detrás de otro. Luego, aprovechando el paso del tren a las 5 de la mañana, se arrojarían bombas para matarlos.

“Eso se dice”, murmura Sayabera. No habría problemas administrativos para conseguir el permiso del Estado para abrir la mina, como piden las asociaciones por la memoria, aunque a nivel práctico las prospecciones serían difíciles. Sayabera y otros familiares, a la espera de respuestas concretas, continúan dejando ramos de flores junto a la bocamina cada Día de los Difuntos.

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