Este artículo se publicó hace 16 años.
La Feria del Libro de Fráncfort abre sus puertas entre la tradición y la revolución tecnológica
La Feria del Libro de Fráncfort abrió hoy sus puertas al público con una muestra llena de contrastes que abarca desde los nuevos lectores electrónicos hasta la sección del libro antiguo, donde se puede cultivar la nostalgia del papel como refugio ante la amenaza digital
Para ver y sentir ese contraste no hace falta caminar mucho ni perderse entre los laberintos de la Feria. Basta con ir a la planta baja del pabellón 4 para sentir la tensión entre toda la tradición del mundo de la escritura antes y después de la imprenta y los planes que se forjan en torno a la revolución digital.
Al entrar, a la derecha, está la sección de libro antiguo. Lo primero que se ve en ella son unas vitrinas con objetos como la versión original manuscrita de una canción de Franz Schubert, de 1825, o una carta del poeta August von Platten.
Más adentro, se puede encontrar la joya de este año que es la versión original de "Ein Wintermärchen", de Heinrich Heine, con una estrofa que el poeta alemán posteriormente eliminó.
Si se le da la espalda a la sección de libros antiguos y se camina unos pocos metros, se entra en un mundo en el que ya no hay manuscritos y ni siquiera libros impresos.
Un asesor de ventas del consorcio Sony -que, según él mismo explica, nunca ha tenido que ver con el mundo del libro- presenta el llamado Sony-reader, una máquina que cabe en una mano y en la que se pueden almacenar cerca de 160 libros digitales.
El aparato está en el mercado estadounidense desde 2006, acaba de entrar al Reino Unido y pronto llegará al continente europeo.
Ese lector electrónico -al igual que los otros de la nueva generación- intenta simular un libro -sin conseguirlo del todo, quien lee siente con claridad que está leyendo en una pantalla- y, según el asesor de ventas de Sony, está pensado para gente a la que le gusta leer mucho, viaja bastante y no quiere cargar con peso.
En Alemania, el Sony Reader sería distribuido por la red de librerías libri.de, que ya desde hace un año tiene en el mercado otro aparato similar, el iLiad, que no ha llegado a convertir el libro digital en un producto de masas, lo que podría llevar a relativizar muchas de las profecías apocalípticas.
Cerca de allí, un experto sobre la innovación digital en el mundo editorial, Ronald Schild, habla de lectores electrónicos y del futuro del libro impreso. Alguien le pregunta si este último será pronto un objeto de museo, como cartas y máquinas de escribir.
"Creo que los dos medios van a convivir. En el futuro, los niños seguirán teniendo sus primeras experiencias de lectura en libros impresos. Pero dudo que sigan llevando al colegio mochilas con varios kilos de libros", responde.
En la sección de libro antiguo hay un librero de Baviera, Hans Lidner, especializado en libros para niños. Entre ediciones de bibliófilo de cuentos infantiles, sostiene que, si los padres fomentan la lectura, los niños seguirán leyendo en libros impresos.
David Löwenherz, el librero de Nueva York que trajo a Fráncfort la estrofa perdida de Heine, se refiere al tema digital con distancia irónica.
"A mí eso es algo que me importa poco. Yo compro y vendo sólo cosas viejas. Lo máximo que puede pasarme es que lo que tengo suba de precio", dijo a Efe Löwenherz.
Después, la conversación con él se centra en la estrofa de Heine, que hasta ahora era desconocida pese a formar parte de la versión original de uno de los poemas más citados de la lengua alemana.
Algo así, una versión original de una obra que se recupera al cabo de más de cien años, tal vez no será posible en la nueva era.
"Todavía hay escritores que conservan versiones preliminares de sus obras. Pero la mayoría, cuando corrigen borran en el ordenador la versión anterior con lo que ésta se pierde", dijo Löwenherz.
El viaje de ida y vuelta del manuscrito de Heine entre Alemania y Estados Unidos parece una historia de otra época. Hoy los manuscritos viajan virtualmente, a través de la red.
Löwenherz no sabe exactamente como llegó el de Heine a Estados Unidos pero explica que muchos documentos similares "emigraron" a América con sus propietarios, bien en el siglo XIX -buscando mejores horizontes- o antes de la II Guerra Mundial, por razones políticas.
Los manuscritos y los libros, los objetos de colección, tenían una historia. El padre de Löwenherz, que era berlinés, era uno de esos coleccionistas -coleccionaba, entre otras cosas, cartas de personas que hablaban de sus enfermedades- que atravesó el Atlántico con su colección como si esta fuera parte de su familia.
Walter Benjamin -otro coleccionista que no llegó a atravesar el Atlántico- hablaba de la pérdida del aura de los objetos de arte con el advenimiento de nuevas posibilidades tecnológicas. El pensaba en la fotografía. Ahora, tal vez, pensaría en los libros, amenazados incluso con perder su materialidad de la que emana parte de su magia.
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