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La fiebre y el resto

PABLO GUTIÉRREZ

Como un bebé gigante, Ulisesindómito pasó una semana envuelto en polvos de talco, delirando y rascándose como un mono, masticando bobadas sobre usureros de traje que le decían sujeta esto, no te muevas, y mariposas descomunales como sábanas meadas que no pueden levantar el vuelo porque el aspersor del jardín les roció las alas. De madrugada llamaron a un médico que le inyectó antibióticos y lo sumergió en una bañera de agua helada, traiga hielo de la nevera, señora, la varicela le cogió fuerte. El cuerpo canijo de Ulisesindómito parecía una larva encurtida en formol, una cría de beluga extraviada, los cubitos cayendo a su alrededor como arpones de ballenero, daba tanta lástima.

Durmió envuelto en una toalla, respirando muy despacio, igual que las tortuguitas del terrario, y no soñó con mariposas cretácicas ni temibles prestamistas, sino con un mar de fango percutiendo contra la roca del dique, la playa del puerto comida a mordiscos, los barcos apretados en el refugio, Ulisesindómito fumando un cigarrillo con los ojos perdidos en alguna parte, todo huele a gasoil.

Su mamá lo cubrió de besos a la mañana siguiente, ya estás mejor, qué susto, le trajo el desayuno a la cama y le preguntó, no te rasques, qué quieres de Reyes, sólo falta una semana y no escribiste la carta. Sin dudarlo, Ulisesindómito contesta con voz de chaval que ya no escribe la carta: quiero un libro de Neruda, y la mamá se pasma y dice claro, hijo, un libro de Neruda, y agita el termómetro como si se abanicara, de Neruda, sonriendo.

Ulisesindómito, que en mayo cumplirá dieciséis y nunca ha tenido un cigarrillo en las manos, sueña con mares de tormenta, se siente sereno y distinguido, decide cambiar de vida. Dejará el equipo de fútbol, es decir, el desuello de las rodillas y la repetición de broncas y humillaciones; dejará los scouts, que ahora le parecen una secta de soldados diminutos usurpando parques nacionales; dejará la catequesis, que da alimento a un inquilino interior resentido. Quiere leer, en cambio, leer libros buenos, alarmar a sus profesores, volverse arisco, vagabundear en el parque, escribir poemas de madrugada, escuchar discos viejos, dibujar en un cuaderno, sí, llevar siempre un cuaderno encima y sentarse en el suelo a dibujar figuras inquietantes, nada de casitas ni pececitos ni monigotes como en el bloc de plástica, no, Ulisesindómito quiere dibujar cosas graves, cosas simbólicas, enredosas, indecentes, cosas que no se enseñan a mamá ni a papá ni a los profesores.

Abotargado por los aguijones del virus, Ulisesindómito descubre que ama repentinamente a Laquehieredelejos, la compañerita que en clase se sienta justo delante y de la que sólo conoce los rizos dorados que a veces se vuelcan sobre su libro de sociales, rizos dorados como campanitas del árbol de Navidad, Laquehieredelejos, tan triste, tan desolada, a la que los amigos cuclilleros de Ulisesindómito decían guarradas de enorme calibre y escribían fealdades en su mesa y formaban montonera para verla correr en gimnasia, agachados como futbolistas posando para una foto, las babas y los chistes bien preparados antes de que el profesor dijera cinco vueltas al patio.

Pero no, Ulisesindómito no quiere ser como ellos, ya nunca más las manos en los bolsillos, el chiste con rima, la cara de musgo, no. Ulises-indómito será distinto, será hostil y misántropo, abrirá su nuevo libro de Neruda y su paquete de cigarrillos, leerá los primeros versos sentado sobre el arcón de la terraza donde se guardaban los juguetes de niño chico y anotará palabras como caléndula, azogue, durazno, se hace de noche, escucha el tránsito de los coches en la avenida, la radio de un taxi detenido en el portal de enfrente, los pies ligeros de una chica: escribirá un poema sobre todo eso, un poema tierno y oscuro que diga caléndula, durazno, azogue y hable de madrugadas leeentas y de chicas de pies ligeros, y el poema se deslizará con vida propia dentro de la cartera de Laquehieredelejos cuando todos salgan al recreo y él se detenga a ordenar sus cosas como un espía. En la conmoción de la fiebre y del rapto estético, Ulisesindómito tirita y siente que dos lágrimas surcan sus mejillas como el riacho en el deshielo, y se levanta y corre al espejo para ver el efecto que causan dos lágrimas brillantes en su nuevo rostro de poeta, pero las sábanas son un cepo furtivo donde el cervatillo tropieza y gime, mamá salta de la cama, corre a auxiliarlo, con qué soñabas, la frente le arde, no te rasques. Pero qué importa. El lunes, cuando la fiebre y las vacaciones terminen, Laquehieredelejos llegará a casa después de las clases aburridas, abrirá su cartera y mágicamente encontrará versos sombríos escritos en una hoja doblada, subirá a la azotea, la espalda contra la cal y un nublo gris sobre las antenas, abrirá la hoja y absorberá muy despacio durazno, azogue, caléndula, y al día siguiente recogerá sus rizos con un lápiz y elevará el cuello para mirarse en los ojos del chico canijo que se sienta detrás, y todo sucederá de este modo porque así lo dicen los sueños de Ulisesindómito y las canciones tristísimas de Radio 3.

Ya la murga de los catequistas será un parloteo idiota, ya las tardes aburridas en el poyete con los chavales cuclilleros será ninguna cosa, porque Ulisesindómito y Laquehieredelejos vagabundearán juntos en el parque, leerán a Neruda, se contarán recuerdos falsos y terribles, llorarán en el aniversario de la muerte de Kurt Cobain, urdirán planes y mentiras para fugarse un fin de semana, harán el amor en el suelo de una habitación húmeda, fumarán hachís, beberán vodka, dormirán hasta el mediodía, discutirán con sus padres, hablarán de la transmigración y de Herman Hesse, suspenderán casi todas las asignaturas, tendrán la seguridad de que el mundo es una ciénaga, de que si Ulisesindómito y Laquehieredelejos no estuvieran en él todo sería un asco, una balsa de mierda donde sólo flotan idiotas y tiranos.

La noche de Reyes, Ulisesindómito ya no tiene fiebre, las ronchas no le pican y le cuesta quedarse dormido. Cruza el pasillo descalzo, piensa en la cara que pondría su madre si lo viera desabrigado, pero todos duermen como pájaros en sus celditas, ni siquiera el tránsito de los coches ni la radio de los taxis ni los pies ligeros de nadie rompen esa densidad. Se sienta en la sala frente al televisor sin volumen: dan películas antiguas, engaños comerciales y porno. Ulisesindómito es un niño bueno, no hace mucho que dejó de jugar con figuras articuladas, aún tiene en su habitación una hucha con un soldadito custodio y un recuerdo de la primera comunión, y no sabía, no, Ulisesindómito no sabía que daban porno gratis en las emisoras locales, es el único adolescente del planeta que no sabe eso; de algún modo todas las chicas se parecen a Laquehieredelejos.

Vuelve a la cama cuando casi amanece y poco después escucha voces y pasos apresurados, huele a café y a chocolate, se despereza, busca a tientas las zapatillas. Mamá abre la puerta, vinieron los Reyes, mira qué te trajeron, no te rasques, y lo lleva de la mano a la sala, donde su hermanito ya juega con un robot. Sobre la mesa hay una caja intacta.

Aletargado y pringoso y estáticos los ojos en el fotograma fijo de uno de los simulacros de Laquehieredelejos, Ulisesindómito rompe el envoltorio, abre la caja y encuentra, oh dioses, encuentra reluciente en su funda de plástico un ejemplar flamante de Pro Evolution Soccer 6, nueva edición con motor de juego mejorado y plantillas actualizadas. Con besos fugaces agradece el regalo, acaricia la cabecita de su hermano, le ayuda a ponerle las pilas a su juguete, vuelve al cuarto, cierra la puerta y mira por la ventana hasta la hora de comer. Después configura un Manchester-Barça modo entrenamiento mientras su hermanito persigue al robot por el pasillo y sus padres duermen la siesta con la televisión encendida. La fiebre y el resto han desaparecido.

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