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Fisión en Yebra

La candidatura del pueblo alcarreño a albergar el cementerio nuclear enemista a medio pueblo con el otro medio

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Son las seis de la tarde y las campanas repican en Yebra (Guadalajara). El sacerdote del pueblo, el padre Antonio, camina apresurado por la Plaza Mayor, flanqueado por una pancarta que reza "Sí al ATC" y por un mural en el que Homer Simpson grita: "¿Cementerio nuclear? No, gracias". En el interior de la Iglesia de San Andrés, bajo una bóveda de crucería gótica, el cura susurra: "Yo ni estoy a favor ni en contra del almacén nuclear, mi misión es unir al pueblo, no dividirlo".

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Pero el capellán se enfrenta a una tarea irrealizable. Yebra parece Fago. Este pequeño municipio de menos de 600 habitantes, escondido en un rincón de la Alcarria volcado ahora en la varea de la aceituna, se ha partido en dos tras la decisión de su alcalde de convertirlo en el primer candidato a albergar el almacén temporal centralizado (ATC), en el que se amontonarán 6.700 toneladas de residuos radiactivos procedentes de todas las centrales atómicas españolas.

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Las calles de Yebra se han llenado de cuchicheos, de insultos por la espalda y de familias cuyos miembros se retiran la palabra. Muchos de los contrarios al vertedero nuclear han dejado de comprar en la panadería del pueblo, porque es propiedad de la mujer del alcalde, Juan Pedro Sánchez, del PP, impulsor de la candidatura pese a la oposición de su propio partido. Y la tahona no es el único local boicoteado por los vecinos antinucleares. Javier Sánchez, dueño del bar La Curva, frente al Ayuntamiento, sonríe cuando cuenta que algunos de sus parroquianos ya no le hablan ni pisan su taberna. "Los que son contrarios al almacén ya no vienen, pero son pocos. Yo les saludo por la calle, aunque no me contesten", explica.

Su tasca, adornada con un mural de la cercana central de Almonacid de Zorita en el que figuran los precios de las raciones de almejas y chopitos, se ha convertido en el cuartel general de los partidarios del ATC. Muchos de ellos han visitado, en viajes organizados por la Asociación de Municipios en Áreas con Centrales Nucleares, el almacén de residuos atómicos de Habog, en Holanda, un modelo para el que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero quiere construir en España. Incluso hay una maqueta del ATC en una vitrina sobre la barra.

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Muchos vecinos han visitado el almacén holandés, modelo del español

"Yo nací a la vez que la central de Zorita [inaugurada en 1969] y no me he muerto ni tengo dos cabezas", bromea el hostelero. "Con la crisis he perdido la mitad de la clientela, y para construir el almacén tendrían que venir 500 personas a Yebra", razona para justificar su apoyo a la instalación. El Ministerio de Industria promete, además, hasta 7,8 millones de euros anuales para el emplazamiento del ATC.

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Uno de los habituales en La Curva es José Ángel Barco, alguacil del Ayuntamiento. Hace unos años, cuando se comenzó a especular con situar el cementerio atómico en Yebra, estaba en contra "porque todo el mundo decía que era malo". Pero ha cambiado de postura. "Yo sólo estudié hasta los 12 años, pero me preocupé por leer un libro sobre el tema, hablar con un amigo físico y visitar el almacén de Habog. Me di cuenta de que todos los países desarrollados de Europa ya lo tienen, así que no puede ser tan malo", opina.

"Al futuro no hay que tenerle miedo", remacha, justo bajo una pancarta que cruza la calle y dice exactamente lo mismo: "Sin miedo al futuro". En seguida, una vecina se acerca y murmura: "Ni caso a éste, que es un asqueroso".

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El alcalde, del PP, no mencionó el ATC en su programa electoral

Hoy, Yebra vive del campo, de la cebada y las olivas. Apenas hay negocios: un par de bares, una granja de gallinas, una gasolinera, una cerrajería, una fábrica de abono y poco más. A la entrada del pueblo, un destartalado cartel de una inmobiliaria anuncia viviendas "de lujo" con un eslogan que parece escogido para la ocasión: "Saber elegir es saber vivir". Los detractores del cementerio critican, precisamente, que nadie les ha dejado elegir si querían colocar a Yebra en el mapa nuclear.

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Pese a ser villa desde 1459, bajo el dominio de los caballeros de la Orden de Calatrava, el pueblo guadalajareño no tenía escudo. Hace unos años, el Ayuntamiento convocó a los vecinos para votar tres opciones y escoger sus blasones. Sin embargo, nadie les ha consultado para optar al almacén nuclear. El PP local no mencionaba el ATC en su programa electoral, pero el PSOE sí se comprometió a rechazar la instalación del cementerio atómico en Yebra. No obstante, en las últimas elecciones municipales, celebradas en mayo de 2007, el conservador Juan Pedro Sánchez arrasó. 289 vecinos, casi el 63% de la población, votaron por su candidatura, frente a los 117 que lo hicieron por el PSOE.

"Aquí casi todos somos del PP, pero el alcalde nos ha engañado, los yebranos nos sentimos vendidos", asegura Pilar Rodríguez, ama de casa en Yebra y miembro de la Plataforma Anticementerio Nuclear en Guadalajara. "Aquí todos nos llevábamos bien hasta que llegó el cementerio. Ahora está el pueblo dividido en dos, con disputas entre hermanos", se lamenta.

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Su plataforma lleva meses decorando la localidad con grafitis y pasquines contra el ATC. Los voluntarios de la asociación recorrieron el pueblo puerta por puerta para entregar un cartel anticementerio a los vecinos que rechazaban la instalación. Por la tarde, las pancartas colgaban de sus fachadas. A la mañana siguiente, habían desaparecido. "Así llevamos desde el verano, poniendo carteles en nuestras casas para que alguien los quite por la noche", se queja Rodríguez.

La Plataforma es consciente de que Guadalajara cuenta con opciones para quedarse con el ATC. La provincia se encuentra en el centro de la península, lo que abarataría el transporte de la basura nuclear desde las siete centrales españolas. Además, el monocultivo de la energía nuclear en la comarca (Almonacid de Zorita está a unos 15 kilómetros de Yebra) ha creado una dependencia económica que convierte el pueblo en candidato perfecto a albergar el ATC. Finalmente, las grandes eléctricas españolas Iberdrola, Unión Fenosa, Endesa y HC Energía se reparten las centrales de Zorita y la también guadalajareña de Trillo, lo cual, según la plataforma, "facilitaría un pacto para solucionar la ubicación del cementerio nuclear".

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Pero Rodríguez sostiene que no lo aceptarán. "No queremos que nos traigan la radiactividad de toda España, Guadalajara ya ha pagado con creces su cuota de energía nuclear", subraya. La provincia ya tiene, de hecho, dos cementerios de basura atómica: los almacenes temporales individualizados de Trillo y Zorita. "Tengo dos hijos en Yebra y no quiero dejarles en herencia otro cementerio nuclear", afirma la activista.

A su juicio, el ATC no creará empleo en Yebra, ya que, según cuenta, sólo el alcalde y pocos más trabajan o han trabajado en la cercana central de Zorita. En cambio, el almacén supondría una amenaza para el pueblo. "Aquí no tenemos tren, los residuos tendrían que venir por carretera. ¿Quién nos asegura que no habrá un accidente?", se pregunta. Para ella, "los que apoyan el cementerio lo hacen por dinero".

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Un autónomo cuyo sueldo depende del Ayuntamiento demuestra que la ley del silencio se ha impuesto en Yebra. "Yo estoy en contra del almacén, ojalá se lo lleven los catalanes, pero me mantengo al margen porque quiero mantener mi trabajo. Eso sí, para que lo pongan en el pueblo de al lado, que lo traigan aquí, por lo menos nos quedamos con el dinero", argumenta, sin querer decir su nombre.

Luis Miguel Sánchez, propietario de una fábrica de aceite en Yebra, también enarbola razones económicas, pero para oponerse al ATC. "Yo no tengo miedo a las centrales nucleares, porque he trabajado como montador tubero en Zorita, Trillo, Cofrentes, Garoña y Almaraz. Pero con el cementerio podemos perder la denominación de origen Aceites de la Alcarria", declara en su almazara, donde el fuerte olor del alperujo se mezcla con el del humo de su cigarro.

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Su fábrica, que da empleo a tres personas, vende 80.000 litros de aceite al año. "Si por culpa del almacén nuclear dejan de pasar los 2.000 coches que ahora pasan cada domingo por la carretera, yo no vendo nada", calcula. Otra vecina, Pilar, que prefiere no decir su apellido para no enemistarse con sus paisanos, repite la consigna: "¿Quién va a comprar huevos de gallinas que viven al lado de un cementerio nuclear?". Y remacha: "Yo no sé si científicamente está comprobado que es malo para la salud, pero yo no lo quiero. Si lo ponen en Yebra, yo me largo del pueblo".

Rocío Burgos, un ama de casa de Yebra que estos días anda a la caza de los periodistas con otras amigas para contrarrestar el ruido de los antinucleares, intenta desmontar el argumento catastrofista del dueño de la fábrica de aceite. En un manifiesto de un folio a favor del ATC, lleva escrito: "Las denominaciones de origen de nuestros productos agrícolas seguirán valiendo lo mismo, como demuestran otras denominaciones de origen de Francia, como el vino espumoso de Champagne, el aguardiente de Calvados o el vino Côtes-du-Rhône, todas ellas con almacenes de residuos nucleares en la zona".

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Valentín Arroyo, un agricultor jubilado de 82 años, no había visto tanto alboroto en el pueblo desde la Guerra Civil. Sentado al sol en un banco frente a la Iglesia de San Andrés, parece el único yebrano indiferente a la polémica sobre el cementerio nuclear. Sólo habla del ATC para guasearse de las insólitas discusiones entre sus vecinos. "Con la edad que tengo, a mí ya todo me da igual", dice entre risas.

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