Este artículo se publicó hace 15 años.
«La fotografía es la gimnasia que necesito para hacer cine»
Entrevista a Carlos Saura. Fotógrafo antes que nada. Es un genio de la imagen en movimiento, pero sus más de 600 cámaras de fotos no le permiten olvidarse de su pasión secreta
Con la vitalidad de un adolescente, Carlos Saura (Huesca, 1932) llegó al Círculo del Arte de Barcelona ayer al mediodía. Estaba de buen humor. Ansioso por ver a sus Mujeres & Monstruos. Así se titula la exposición que Hans Meinke –amigo y editor del artista– ha montado tras perderse en los archivos fotográficos de Saura.
Se trata de una muestra muy personal, en la que algunas imágenes turban al espectador y lo convierten en un voyeur de la intimidad ajena.
De manos grandes y risa enérgica, el cineasta es “un artista proteico”. Según Meinke “a Carlos hay que canalizarlo porque si no su cine ahoga sus libros y sus brillantes fotografías”. Carlos Saura empezó a jugar con las cámaras a los 17 años y desde entonces siempre lleva una encima.
¿Dónde la tiene ahora?
Aquí (y saca el aparato de una bolsa de mano). Es una Canon 5D+II digital, una maravilla. Es el último grito. Fue la primera que entró en Madrid y me la quedé yo. Hace vídeos en HD, espléndida. Antes era nikonista, pero luego me cambié. ¡En casa tengo unas 600 cámaras!
Y no hay día que no saque una foto, ¿no es así?
Soy un fotógrafo compulsivo. Por eso soy un amateur y no un profesional. Hago lo que me da la gana y sin ningún criterio. Muchas veces simplemente pruebo objetivos y eso. En casa todo el mundo está aburrido de mí, ahora mis hijos ya son mayores, pero antes, cuando sacaba la cámara, todos salían corriendo.
¿Por qué priorizó el cine en lugar de la fotografía?
La fotografía es magnífica y estupenda, pero el cine es una maravilla. Está por encima de todo, es el arte total, música, interpretación, el color, todo junto, no hay nada que lo iguale. Pero la fotografía tiene una cosa mágica y es que es una imagen estática. Aunque en realidad soy muy tímido a la hora de fotografiar gente que no conozco y por eso a veces los dibujo.
Pues viendo las fotos de ‘Mujeres’ nadie lo diría...
Hombre con mis mujeres, no. Soy más tímido con las que no he vivido [suelta una sonrisa pícara].
¿De verdad se considera tímido?
Sí. Tengo una relación que me impide enfrentarme a gente desconocida y, a menudo, si preguntas, pierdes la foto. Por ejemplo, yo vivo en la sierra fuera de Madrid y cojo un tren para llegar a la ciudad. En el trayecto, me entretengo sacando fotos de los pasajeros sin que se den cuenta. Pero soy incapaz de publicar esas fotos. ¿Y qué hago con todo ese material? Pues transformo las caras y las dibujo. La serie se llama Fotosaurios.
¿Dónde están los límites de lo que se puede enseñar y lo que no?
Nunca sabes cuáles son los límites de lo que se puede publicar. Cada vez es más complicado. No lo sé, no hay un límite. El límite te lo pones tú. Yo creo que los reporteros de guerra están endurecidos y nosotros estamos acostumbrados a ver la gente destripada mientras comemos. La imagen pierde eficacia por el exceso. Yo no podría ser reportero de guerra, no tendría valor de meterme en un bombardeo.
¿Pero estuvo apunto de convertirse en reportero?
Sí, ese fue un momento delicado. Cuando hice Los Golfos, la revista Paris Match me ofreció ser reportero. Era el sueño de cualquier fotógrafo y estuve tentado de decir que sí, pero decidí dedicarme al cine. No podría ser reportero de guerra. Debe ser una descarga de adrenalina, pero me acuerdo del terror que pasé en los bombardeos en Madrid y Barcelona durante la Guerra Civil. Mi padre era el secretario del ministro de Finanzas e íbamos de un lado para el otro con el Gobierno republicano.
En su novela ‘¡Esa luz!’, hay una nota inicial que describe a España como un país de salvajes.
¿Todavía lo es?
Un poco sí. Lo que sucede es que es un país tradicionalmente violento. Hay una energía que no se conduce bien. Ahora vivimos una especie de momento feliz, pero me preocupa la agresión creciente que hay entre los partidos políticos. Me parece que la política actual no está a la altura del país.
En esta exposición, el concepto mujer se une al de monstruo...
Que quede claro que la asociación no es mía. El montaje y la selección del material no es cosa mía. Creo que la mujer, si fuera un monstruo, sería el más maravilloso que existe. Me fascina la maternidad. A mí me gustaría tener un alien dentro, me parece genial tener una cosa que te va chupando las entrañas. Realmente es un alien y luego sale, crece, produce otro alien. Igual que en la película.
El ‘monstruo’ de las fotos es su hermano Antonio. ¿Fueron rivales?
Mi hermano Antonio en muchas cosas era muy feroz. Cuando presentó Moi, nunca se le ocurrió decir que las fotos de base eran mías. Se lo comenté, se río mucho y me dijo que me daría un libro de la exposición. Él era así. Pero estas deformaciones fotográficas que realicé en 1974, con la cara de mi hermano fue un trabajo divertido. Nada monstruoso.
¿Qué emociones se le despiertan al ver reunidas a todas sus mujeres?
Bueno, continuamente manejo fotografías en el ordenador, intento escanear los miles de negativos que tengo y a la fuerza recupero material antiguo. Lo que es tremendo de la fotografía es que va dejando un rastro de la vida. Tiene ese aspecto de espejo. La fotografía nunca es el presente: en el momento que disparas, eso ya pertenece al pasado. La fotografía tiene esa cosa tremenda, que te ves y ya eres otra persona. Cuando haces fotos, es más fuerte el voyerismo que la emoción. Te acostumbras a mirar a través del objetivo, miras el mundo como un fotógrafo, como un cineasta y lo ves de otra manera. Antes de disparar, ya sabes si la foto será buena o no.
¿ Y le sucede tener una foto en la cabeza y no conseguirla?
Eso es el cine. Tú cierras los ojos y puedes imaginarte la película que te dé la gana. Tienes la posibilidad de inventarte tu propia historia. Para mí la fotografía es un útil para el cine, me sirve para estar continuamente trabajando sobre la imagen, leo libros de fotografía, estoy al tanto de las últimas tecnologías... Siempre lo he dicho, para mí la fotografía es la gimnasia que necesito para hacer cine.
Hablando de películas. ¿Ya ha terminado ‘Io Don Giovanni’?
Casi. El 19 me voy a Roma para acabarla. Está rodada en España y en Italia. La parte de Venecia la hemos hecho en España y la parte de Viena, en Roma. Le faltan algunos efectos y ya está. Es una película muy bonita, con un protagonista fascinante. Lorenzo da Ponte era un muchacho hijo de judío, su padre se casó con una cristiana en Venecia en el siglo XVIII. Lorenzo se hizo sacerdote, pero era un sinvergüenza, le gustaban las mujeres, el juego... y la Inquisición le expulsó de Venecia. Luego se marcho a Viena. Allí entró en contacto con Sallieri y Mozart, y explicamos cómo se crearon el Cosí Fan Tutte, Las bodas de Fígaro y Don Giovanni.
¿Y esa novela que lleva años terminando de terminar?
Llevo muchos años trabajando en ella, pero cada vez que voy a corregirla, no me gusta y vuelvo a empezar. Y me divierte estar así con un libro que no se termina nunca y que vuelve a empezar.
Seguro que le gustaría ver alguno de sus libros en la gran pantalla, ¿me equivoco?
Me encantaría. ¡Esa Luz! sería una buena película, pero muy costosa porque hay batallas, guerra, es complicado...
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