Este artículo se publicó hace 16 años.
El fracaso de las negociaciones coloca la Ronda de Doha en un incierto compás de espera
Las negociaciones para cerrar un acuerdo mundial sobre liberalización agrícola, industrial y de servicios empezaron con mucha ambición hace siete años, pero el fracaso anunciado hoy coloca a la Ronda de Doha en un incierto compás de espera y en peligro de perder siete años de trabajo.
Los principales actores de esta negociación reconocieron uno tras otro de distintas formas que los grandes perdedores con este resultado son los países más pobres, aquellos que no pueden subsidiar a sus agricultores y tampoco tienen suficiente capacidad para exportar a los mercados más importantes del mundo con los niveles de aranceles vigentes.
En el corto plazo, los países en desarrollo de vocación agroexportadora pierden la oportunidad no sólo de que sus productos entren con mayor ventaja en los mercados del mundo desarrollado, sino también en los de las potencias emergentes, como India y China, que tienen altos niveles de protección en cierta áreas.
Para los países industrializados se desvanece la posibilidad de apertura de nuevos mercados, pero al mismo tiempo nada les obliga ahora a reducir sus millonarios subsidios agrícolas internas, como las que brindan Estados Unidos y la Unión Europea.
El derrumbe del proceso fue recibido con relativa calma por varios países latinoamericanos, principalmente por aquellos que tienen firmados tratados de libre comercio con sus principales mercados de exportación.
A ellos, con economías basadas en un modelo de libre mercado y muy abiertas, un acuerdo de la Ronda de Doha les ofrecía poco en términos de acceso a nuevos mercados agrícolas, mientras que aquellos con un desarrollo industrial limitado poco tenían que ganar en esa área.
Las ganancias de Doha para los latinoamericanos se concentraban en el comercio de servicios, en la posibilidad de que los países ricos eliminarán sus subsidios a la pesca y en la protección de la biodiversidad y los conocimientos tradicionales, entre otros temas que formaban parte del "paquete" de la negociación.
Todas las ofertas y promesas que se consiguieron de unos y otros en estos siete últimos años quedan pues sobre la mesa y pierden todo su valor.
En conclusión, el proteccionismo se mantendrá y la OMC, al menos en el periodo más inmediato, se concentrará en su función de gendarme de las reglas vigentes del comercio internacional a través de sus arbitrajes para resolver litigios comerciales entre países.
Fuera de la Ronda de Doha, esta tarea es la que ha dado más visibilidad a la institución en los últimos años.
Nadie esta noche ha querido lanzar con nombre propio el dardo de la culpa, pero Estados Unidos ha apuntado claramente hacia China e India, mientras que los países en desarrollo han dicho que chocaron con la incomprensión de los más poderosos.
Pero esta conclusión no sólo es una mala noticia para la OMC y el sistema multilateral en general, sino también para la economía mundial, abatida por los altos precios de los alimentos y del petróleo, la crisis de créditos en Estados Unidos y las continúas revisiones a la baja de las perspectivas de crecimiento de algunas de las principales economías del planeta.
Para algunos de los protagonistas de este proceso ha sido muy doloroso ver como se había llegado "tan lejos como nunca antes" y que el acuerdo se quemó en la puerta del horno.
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