Este artículo se publicó hace 15 años.
La fura hechizael Danubio
Las más de 100 hectáreas que ocupa el Sziget Festival dan para mucho. Más si la fiesta dura 24 horas ininterrumpidas. Hay músicos locales y espectáculos callejeros, carpas de electrónica y chill outs
Joan Canela
Las más de 100 hectáreas que ocupa el Sziget Festival dan para mucho. Más si la fiesta dura 24 horas ininterrumpidas. Hay músicos locales y espectáculos callejeros, carpas de electrónica y chill outs, pistas de baile con música retro y parejas, muchas parejas. Es el festival del amor, pero también del juego (hay ruleta, futbolín y varias timbas de póker oficiales y quién sabe cuantas clandestinas), o del arte más allá de la música. Los organizadores, como homenaje al 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín, han construido una copia de cincuenta metros de largo por dos de alto, en el que los visitantes pueden hacer sus propias pintadas. "Un homenaje que celebra el fin de la opresión soviética", reza la pancarta.
El Festival de la Isla, que atrae anualmente a más de 380.000 espectadores y dura cinco días, cuenta más de 200 eventos culturales diarios en 55 escenarios. Cualquier sitio es bueno para acampar. Ayer llovió, y todo era un barrizal. Poco importa: en cualquier momento siempre encuentras algo que hacer. Puedes balancearte a los sonidos de la world music, escuchar heavy, dejarte seducir por el star system del rock y la electrónica (ayer le tocó a The Prodigy), atender los bailes imposibles de grupos de centroafricanas, hacer puenting o asistir a un cine al aire libre. El invento funciona, y en él se han colado varios españoles este año.
Además de Muchachito Bombo Infierno, también actuaron la banda rumbera La Troba Kung-Fú, el grupo de música de fusión barcelonés 08001 y, sobre todo, la Fura del Baus, que con el montaje El latido del bosque, creado para la ocasión, ha dejado boquiabiertos al público en cada uno de los días. "Es una especie de rito telúrico", cuenta Miki Espuma, uno de los fundadores del grupo, "es muy ceremonial". El grupo ha ha construido una ceremonia con danzas sobre un bosque como metáfora que se enciende y vibra con la luz, con fuego y con agua. "Veníamos a ver un espectáculo de teatro convencional. Nos sentamos en el suelo, pero... lo que vino después no lo esperábamos", comenta Mike, un irlandés hechizado por el espectáculo de los catalanes. "Es la primera vez que introducimos un espectáculo así en un festival de rock. Funciona porque la gente no espera ver algo así aquí, que ya de por sí es muy sorprendente. Gusta, además, porque logra una interacción entre espectáculo y público. Hemos tardado meses en montarlo y esperamos repetir", remata Espuma.
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