Este artículo se publicó hace 13 años.
Los gambitos
Cuando el 29 de julio, Zapatero anunció su decisión de abreviar su segunda legislatura, tuvo sobre todo en cuenta el deseo de Rubalcaba. Prolongar la bicefalia hasta marzo de 2012 le parecía al candidato una eternidad que iba a deteriorar sus posibilidades.
Porque aún en el caso de que Zapatero hubiese logrado sacar adelante los presupuestos de 2012, o en su defecto, prorrogar los de 2011, estos iban a presentar un marcado carácter restrictivo, habida cuenta de que el Gobierno tenía que cumplir el objetivo de reducir el déficit al 6% del PIB a finales de 2011 y del 4% en 2012.
Zapatero acortó su legislatura por Rubalcaba y por sus propios temoresY, claro, encarar la precampaña en medio del debate presupuestario en las Cortes y, más tarde, la campaña propiamente dicha en el marco de decretos con impacto social negativo (más recortes, vaya), como exigían la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, en el caso más que probable de incumplir los compromisos de déficit, hubiese sido, visto desde la perspectiva de julio, devastador.
El peor de los escenariosPero si anticipar era inevitable, Zapatero tenía, además, sus propios y más íntimos temores. No quería correr el más mínimo riesgo de que las elecciones fueran impuestas por un rescate financiero, que colocara a España en el mismo barco que Grecia, Irlanda y Portugal. Ir en esas condiciones a unas elecciones era el peor de sus escenarios.
Y no sólo por los resultados electorales, sino por las consecuencias socioeconómicas. Y, claro, también por amor propio. Y no las tenía todas consigo. Con las elecciones convocadas, al menos se liberaba Zapatero de la culpa (o de las acusaciones de la oposición y de los medios) de haber provocado, por su falta de credibilidad ante los mercados, el tan temido naufragio.
Esos temores se vieron confirmados pocos días después de la convocatoria de las elecciones. Ante la ofensiva contra la deuda pública italiana y española, de primeros de agosto, Zapatero sintió, según versiones fidedignas, que había hecho lo que debía al anticipar.
La reforma de la Constitución creó un foso entre él y el candidatoPero seguía sin tenerlas todas consigo sobre cómo llegar sin rescate. Porque el BCE, con la firma de Jean-Claude Trichet le exigía por carta, el 4 de agosto, que controlara el déficit de las comunidades autónomas, se cargara de facto la negociación colectiva y aprobara un decreto para crear un contrato de empleo juvenil sin regulación alguna. Trichet compraría deuda española, pero España tenía que darle algo a cambio.
No hay que ser un lince, como recuerda una fuente gubernamental, para saber que Trichet estaba asesorado para ello por Miguel Ángel Fernández Ordoñez, gobernador del Banco de España y miembro del consejo general del BCE. (¿No será por esta jugarreta y otras muchas durante su gestión de la crisis financiera que algunos dirigentes socialistas, con apoyo de la gran banca, desearían que Mafo abandone el Banco de España antes del vencimiento de su mandato, el próximo mes de julio?).
Pero el hecho es que Zapatero decidió, pues, dar algo que no pedía Trichet y que estimó de bajo coste, y a largo plazo, por el consenso ya existente, aquí y en la eurozona, de que el déficit fiscal es el enemigo número uno: la reforma constitucional para limitarlo. Zapatero, el amante de los grandes gambitos (recuérdese su operación de prestidigitación por la que Carlos Dívar fue nombrado presidente del CGPJ y del Supremo y Baltasar Garzón debía serlo de la Audiencia Nacional, algo que no ocurrió).
Y quizá fue más su forma de realizar el gambito constitucional, por encima del partido y del candidato, de estilo bonapartista, que Zapatero cavó un foso profundo entre él y Rubalcaba.
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