Este artículo se publicó hace 13 años.
Género dividido
El primero y el último de los puestos en la lista de países que figuran en el reciente tema de portada de Newsweek, El informe sobre el adelanto de la mujer en el mundo de 2011, evocan imágenes de dos mundos diferentes. En el primer puesto de la lista -"Los mejores lugares para ser mujer"-, vemos los habituales sospechosos: Islandia y los países escandinavos, Países Bajos, Suiza y Canadá. En ese planeta vemos calificaciones sobresalientes en cinco categorías del estudio: justicia, salud, educación, economía y política. Las mujeres están superando a los hombres en la obtención de títulos universitarios (Estados Unidos), se expulsa de sus hogares a los maltratadores y se les vigila electrónicamente (Turquía) y se elige a primeras ministras (Dinamarca y Australia).
Ahora observemos el otro planeta: "Los peores lugares del mundo para ser mujer". En Chad, el peor de los peores, las mujeres "casi no tienen derechos jurídicos" y niñas de tan sólo 10 años son entregadas en matrimonio, cosa que también sucede en Níger, que ocupa el séptimo puesto en la lista de los peores. La mayoría de las mujeres de Mali -quinto de esa lista- han quedado traumatizadas por la mutilación genital. En la República Democrática del Congo, 1.100 mujeres son violadas a diario. En Yemen, los hombres pueden apalear a sus esposas cuando les apetezca.
Aunque resulta asombroso contemplar esos dos mundos con semejante detalle y rigor, su existencia no es ninguna novedad: los especialistas en desarrollo y los grupos defensores de los derechos humanos llevan años señalando esas desigualdades. Pero la opresión sistémica de las mujeres tiende a ser presentada en términos de peticiones de empatía: no hay que practicar esas políticas porque no son decentes ni ilustradas. Algunos investigadores del desarrollo han empezado a desarrollar también el atractivo argumento de que la opresión de las mujeres obstaculiza los esfuerzos de los países para escapar a la pobreza.
Pero los datos que figuran en la lista de Newsweek muestran que debemos enmarcar ese asunto en términos más enérgicos y contundentes: cuando los países pobres optan por oprimir a sus mujeres, están optando hasta cierto punto por prolongar su pobreza. La opresión de las mujeres es un asunto moral, pero también se debe considerar como una opción que los países eligen por comodidad cultural a corto plazo a expensas del progreso económico y social a largo plazo. No es políticamente correcto atribuir porcentaje alguno del sufrimiento de los países muy pobres a sus propias decisiones. Pero resulta paternalista dejar de considerar a muchos de ellos responsables en parte de su difícil situación. Evidentemente, la herencia del colonialismo -hambre, analfabetismo, falta de propiedades o de recursos jurídicos y vulnerabilidad ante la violencia estatal- es un factor de la mayor importancia en su pobreza actual; pero ¿cómo podemos echar la culpa a dicha herencia y hacer la vista gorda ante un tipo de colonialismo contra las mujeres en los propios domicilios privados y en las instituciones públicas de los mismos países?
Cuando los países más pobres -la mayoría africanos o con mayorías musulmanas- optan por mantener políticas que oprimen a las mujeres o, incluso, por idear otras nuevas, debemos estar dispuestos a decir que, en cierta medida, están optando por consiguiente por el infortunio económico. El silencio del mundo desarrollado indica que da por sentado el maltrato de las mujeres de piel negra y morena por parte de hombres de iguales colores de piel, en lugar de aplicar a todas las personas un mismo criterio de justicia.
Las sorpresas de la lista de Newsweek confirman que la educación de las mujeres impulsa la prosperidad. Muchos países con experiencias de colonialismo y otras formas de tiranía, así como países que carecen de recursos naturales abundantes, han optado por educar a las mujeres y concederles derechos jurídicos. Algunos siguen padeciendo dificultades, pero ninguno de ellos está hundido en la miseria... y algunos experimentan un auge. Piensen en China, India, Malasia, Indonesia, Brasil, Corea del Sur y Turquía.
La baja condición de las mujeres en Los Peores del Planeta no se puede achacar a insuficiencias culturales: muchos de los países que han resultado una buena sorpresa -Rumanía, Portugal, Filipinas e India- daban un trato mucho más desigual a la mujer hace sólo entre 50 y 100 años. En Pakistán, la violación marital no es ilegal y hay 800 crímenes de honor al año. Quizá el país podría conocer un auge económico si el patriarcado aflojara su tenaza.
Quien sabe de cuentas puede abrir un negocio. Quien no vive presa del pánico a la violación y a las palizas puede organizar su comunidad para perforar el suelo y hacer un pozo. Quien no somete a su hija a una herida genital traumática a los 3 años ni la entrega en matrimonio a los 10, le permite ir a la escuela. Y, cuando se case y tenga sus propios hijos, estos se beneficiarán de tener unos padres educados y con empleo, lo que significa conversaciones cultas en el hogar, contactos y estímulo para triunfar, y todo ello por partida doble. Con madres instruidas y estimulantes, los resultados son muy diferentes.
Como dijo la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, en ese número de Newsweek, "el mundo debe pensar más estratégica y creativamente sobre el potencial de las mujeres para el crecimiento. Los estudios muestran que ayudar a las mujeres a que tengan acceso al comercio y creen empresas contribuye a la creación de puestos de trabajo e impulsa los ingresos".
Pero, en el Planeta Peor, obligar a unas mujeres aterradas y sin instrucción a permanecer en el hogar es más aceptable socialmente que afrontar que eso significa optar por unos peores ingresos para todos. Ya es hora de pasar por alto el deber de los más pobres de hacer algo esencial para salir de su situación: emancipar a las mujeres.
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