Este artículo se publicó hace 15 años.
Una guerra que durará cien años
En la sala de máquinas del Diccionario Histórico se cuece el interminable proyecto de la historia de la filología española
José Antonio Pascual posa con uno de los seis volúmenes del Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. GUILLERMO SANZ
¿Le cuesta conciliar el sueño? ¿Tiene pesadillas extrañas? No se preocupe, no es el único. "Hoy me he despertado en plena noche. Me preocupaba un asunto de morfología relacionado con el sufijo dor. Sí, soy un tío raro. Hace años soñé una etimología. La acabé publicando".
Bien, antes de que José Antonio Pascual (Salamanca, 1942) nos cuente que sus pesadillas están protagonizadas por un diminutivo disfrazado de gnomo narigudo, hay que señalar, en su descargo, que el vicedirector de la RAE anda enfrascado en la titánica tarea de recopilar la historia de la evolución de las palabras desde el siglo VIII hasta la actualidad.
En efecto, el lexicógrafo está al frente del Diccionario Histórico de la Lengua Española, un proyecto faraónico ("tardaremos medio siglo, no puede ser menos") contra el que se han estrellado los filólogos españoles desde los tiempos de Maricastaña, presos de la falta de recursos y de un exceso de perfeccionismo. "Quisimos hacer el diccionario definitivo. Y lo logramos, pero sólo hasta la letra B. En 40 años...", explica rememorando el grandioso intento fallido de Rafael Lapesa tras la Guerra Civil.
"La última vez que lo intentamos nos quedamos en la letra B, tras 40 años"La pérfida AlbiónVisto lo visto, no es de extrañar que Pascual hable con envidia del Oxford English Dictionary. Hagamos memoria: En 1879, la Universidad de Oxford contrató a James Murray para elaborar un diccionario histórico que sustituyera al Dictionary of the English Language, publicado por el mítico Samuel Johnson, en 1755. Murray, que presumía de saber 40 idiomas entre ellos, catalán, a la perfecciónmurió en 1915, 13 años antes de que se completara el diccionario. Vamos, que los ingleses nos llevan un siglo de ventaja...
Pero la heroica remontada ha comenzado. El equipo español del diccionario de nunca acabar se reúne cada mañana en el Centro de Estudios de la RAE. Antes de entrar en el edificio, el reportero fantasea con imágenes de filólogos enterrados en libros y vestidos con pelucas blancas, medias y anteojos. Pero, ay, el choque con la realidad resulta brutal: en el equipo de Pascual hay tantos filólogos como ¡informáticos! ¡Cielos! ¡Si Don Samuel Johnson levantara la cabeza! ¿Qué fue de los tiempos en los que Johnson se encerraba con las obras completas de Shakespeare y Francis Bacon, y salía nueve años después con 43.500 definiciones debajo del brazo? Respuesta: la tecnología ha acabado con la figura romántica del filólogo solitario. Y con el diccionario como formato rígido.
Cada vez que se complete la historia de una palabra se colgará en Internet"En diez años vamos a tener un prediccionario. Es decir, una versión llena de problemas, pero también con grandes posibilidades de mejora. Sin la informática e Internet no se podría hacer así", cuenta Pascual sobre un proyecto cuya primera etapa reconstruirá el pasado de las 50.000 palabras más usuales. "Si el objetivo fuera publicarlo en papel habría que hacer un diccionario perfecto, del tirón, pero esto es otra cosa", añade. Así, la historia de cada palabra se colgará en Internet a medida que esté completa. En cierto modo, Johnson dio la clave para entender el espíritu contemporáneo (léase el espíritu de la Wikipedia) cuando dijo que "los diccionarios son como los relojes: el peor es mejor que ninguno, pero del mejor uno no puede esperar que sea del todo preciso". Ahora, la precisión se alcanza compartiendo el conocimiento: los hallazgos de cualquier investigador pueden acabar en el diccionario.
Y es que, ya no vale con tomar una "fotografía del significado de una palabra", cuenta Santiago Sánchez, una de las manos derechas de Pascual, mientras diserta sobre unos términos que demuestran la condición mutante del lenguaje: los eufemismos, las palabras neutras que sustituyen a otras de mal gusto "Yo he llegado a oír: Me voy al señor Roca", dice Pascual sobre las mil maneras de llamar al lugar donde hacemos de vientre.
Tirando del hilo del eufemismo llegamos al despacho de Octavio Pinillos, jefe de informática del Diccionario, que introduce la palabra retrete en un buscador. Aparecen en su pantalla 293 ejemplos y 93 documentos históricos con retrete, incluido uno de 1438, que dice así: "En casa del ermitaño secretamente, en un retrete muy secreto". ¿Acaso no quería el ermitaño que le vieran haciendo sus necesidades? No exactamente. Como explicará el Diccionario Histórico, el término retrete sólo significaba entonces estancia pequeña situada en un lugar escondido de la casa.
Tras la demostración queda más claro por qué Pascual cree que el español es "una lengua de segunda" sin este diccionario: es imprescindible para entender los textos del pasado. Para conocer cosas como las que cuenta el lingüista José Antonio Millán en sus libros: rebuzno viene del latín buccina, trompeta; igual que la bocina del coche. Ahora ya entendemos por qué piensa lo que piensa el peatón cuando le pitan.
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