Este artículo se publicó hace 12 años.
¿Hasta cuándo?
Un año más nos encontramos a las puertas del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Y un año más, se suceden los artículos, los programas especiales y las concentraciones para denunciar la lacra que supone la violencia de género. Una violencia terrible que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de serlo, y porque, como recoge el primer párrafo de la Exposición de Motivos de la Ley de Medidas de Protección Integral Contra la Violencia de Género, los agresores consideran que las mujeres carecen de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.
La violencia de género tiene su germen, precisamente, en esa concepción machista de que la mujer tiene menos valor que el hombre, que tiene menos derechos que el hombre, y que, en definitiva, toda su persona tiene que estar supeditada al hombre. La violencia es el reflejo, una materialización, de la relación desigual de poder entre mujeres y hombres y su origen se encuentra en la dimensión de dominio masculino en la sociedad. La subordinación en que se encuentran las mujeres las condiciona a sufrir abusos de poder, desde el condicionante del género. El rol que se les asigna en la vida conyugal o de pareja supone sumisión, dependencia y la aceptación de la autoridad indiscutible del hombre y de un conjunto de normas y conductas que limitan su desarrollo. Dentro de esta norma cultural, la violencia se utilizaría como medida correctiva e instrumento de poder, que esta tipología de hombre piensa que puede emplear a discreción cuando siente que se cuestiona su identidad social, que recupera a través del ejercicio de la violencia pues ésta le vuelve a colocar por encima.
Mientras haya personas que sigan creyendo, apoyando y hasta aplaudiendo estas actitudes seguiremos sufriendo, hablando y denunciando la violencia contra la mujer. El último ejemplo, aunque no el único, es de apenas hace unas semanas y nos retrotrae a unos tiempos y publicaciones que creíamos superadas. Me refiero al libro Cásate y sé sumisa, escrito por una periodista italiana y editado en España por el Arzobispado de Granada, y que ya desde su título nos da una idea de su línea general: la repetición y defensa de imágenes y tópicos sexistas, que son —aunque algunos no quieran verlo— el germen de la desigualdad y, por tanto, de la violencia machista. Y precisamente preocupa, y mucho, que a pesar de las denuncias y las críticas a la publicación haya muchos que no quieran, o que se empeñen en negar lo que resulta evidente. Tal es el caso del propio Arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, quien ha calificado de "ataques" a la Iglesia las críticas realizadas al ya mencionado libro.
Mientras haya personas que no entiendan que las relaciones en desigualdad, que las relaciones afectivas desequilibradas basadas fundamentalmente en la dominación-sumisión, son el caldo de cultivo de la violencia machista seguiremos conmemorando el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, seguiremos viendo cómo las mujeres sufren situaciones dramáticas de violencia y seguiremos contando y denunciando los asesinatos machistas.
¿Hasta cuándo una parte de la sociedad seguirá mirando para otro lado? ¿Hasta cuándo seguirá justificando que una de sus mitades es inferior a la otra? ¿Hasta cuándo seguirá repitiendo y transmitiendo estereotipos sexistas y discriminatorios? ¿Hasta cuándo deberemos seguir escuchando que la mujer tiene que estar sometida a su marido y acatar su autoridad? ¿Hasta cuándo?
* Yolanda Besteiro es la presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas
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