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Hay un bailaor que se llama Farruquito

EFE

Apasionado y a la vez aristocrático, Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, evidencia en cada gesto de qué está hecho el temple con el que ha arrostrado en su ancha pero corta vida lo mejor y lo peor y por qué está convencido de que en su "rentrée" en Madrid, "el artista, el bailaor", enamorará al público.

"Me he olvidado de montajes raros, de argumentos, de historias. Nada más que el flamenco con su verdad, desnudez y simplicidad", detalla en una entrevista con Efe el artista, recién llegado de Marsella, en el sur de Francia, donde ha impartido uno de los "máster" de baile que le piden por todo el mundo, donde es aclamado desde que debutara en un escenario de Broadway con sólo 5 años.

"Baile Flamenco", que se estrenará el 12 de septiembre en el Teatro Compaq Gran Vía de Madrid, es una especie de "antología de lo mejor", "lo que más ha emocionado" de sus seis montajes anteriores: "Raíces flamencas", que hizo con sólo 15 años; "La Len Varo"; "Alma vieja"; "Farruquito y familia", "Puro" y "Sonerías".

Tiene mucha ilusión en él, "va a gustar muchísimo al público", y ya está toda la compañía trabajando, perfilando "cosillas". De los catorce que estarán en escena de su larga y talentosa familia sólo aparecerán sus primos hermanos el Barullo y el Polito, ambos bailaores, aunque como son "multiusos" serán quienes, además, le acompañen con las palmas.

"Son de la poca gente que hay hoy en día con soniquete. Desde que hay percusionistas se acabaron los palmeros buenos para bailar", lamenta el artista, casado "en bodas de gloria" desde hace seis años con Rosario Alcántara, con la que aún no tiene hijos.

Es un espectáculo "con mucho elenco" y, por tanto, "caro" pero para él lo importante es "aportar con dignidad" al arte que tanto quiere, no el dinero: "mientras yo tenga una olla caliente en la casa y mi gente estén bien de salud, soy rico".

Es un artista "raro" para el mundo flamenco, puntual y madrugador aunque también le guste juntar la noche con el día, y contradictorio porque a pesar de que no entendería la vida si no pudiera bailar es más bien reservado tirando a tímido, aunque hace mucho que no aspira a pasar desapercibido.

"Eso es ya imposible", asume, consciente, con una serenidad que impresiona para sus 28 años, de que en esa fama pesan dos carreras: la que empezó casi cuando aún estaba en los brazos de su abuelo, el mítico Farruco, y la que una noche acabó por accidente, hace ya ocho años, con la vida de un peatón en Sevilla.

Le han quemado en la hoguera pública, con un purgatorio de tres años de cárcel por medio, pero tiene muy claro que si él no pasa página, España tampoco lo hará.

Muy lejos de la insolencia o la altanería que pregona su nombre, aunque sea en diminutivo, Farruquito se vio en aquel tiempo fuera de su vida, observándose "desde la distancia", concienciándose de que los errores se pagan y, en su caso, dice, "con intereses", pero ha llegado a un punto, subraya varias veces, en el que vive tranquilo con su conciencia y la certeza de que hay que seguir adelante.

"Estás expuesto en este frío y crudo escaparate y todo se cuenta de otra manera, dan una imagen que no tiene absolutamente que ver contigo", dice aunque no quiere, "por respeto a las familias", explicar cuál es su versión.

"Soy de quienes se quedan con lo positivo aunque sin olvidar nunca lo que ha pasado para aprender a ser mejor", subraya.

Ha llorado mucho, "afortunadamente", y también ha dejado de hacer cosas ante el temor de que se malinterpreten, como, por ejemplo, reirse en público "más alto" de lo normal.

Su máximo deseo es que el público vea en él, "sencillamente", lo que es: "un artista, un bailaor de flamenco, que lleva luchando toda la vida, defendiendo toda la vida un arte, sin florituras, que suda la camisa de verdad, entregado a su profesión, enamorado del arte y que sigue aprendiendo, porque aún le queda muchísimo".

Concha Barrigós

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