Este artículo se publicó hace 13 años.
Héctor Súper
El técnico argentino celebra su primer día de euforia en Santander
El miércoles volvió a ser Héctor Super, al que por primera vez se le vio eufórico. "Hoy, el Racing ha sido un equipazo", declaró tras el empate frente al Madrid, su primera y única alegría en Santander, donde sólo se ha responsabilizado a sí mismo de los males del Racing. "Soy el que forma el equipo". Por eso no ha protestado nunca. Ni siquiera el primer día en el que fue a entrenar a El Sardinero y se encontró con la luz cortada. Tampoco agonizó tras la severa derrota frente al Atlético. "Los problemas se solucionan". Y todo eso tal vez sea el producto de los últimos años, que han llenado de fracasos su biografía. Es más, quizá por eso Cúper está ahora en Santander, donde los periodistas locales ya lo admiraban antes del partido frente al Madrid. "Transmite una seguridad más necesaria que nunca en estos tiempos", escribe Álvaro Machín en El Diario Montañés.
Son las arrugas de un viejo general que se reconoce "muy serio". Y así fue capaz de convencer al jovencísimo Jairo de que podía superar a Marcelo, porque en el césped no interviene la Ley Concursal. Y, aunque los resultados se lo han puesto difícil, Cúper es un hombre sin demagogia. Dice que su pacífica declaración es el reflejo de sus saludables hábitos de vida. Come fruta después de entrenar, hace deporte y se ducha con agua fría. Una filosofía de vida muy humana que reapareció ante el Madrid. "Hay que pensar en grande para alcanzar cierta altura: si vas a lo pequeño, es posible que no llegues ni a lo pequeño".
"Hay que pensar en grande para alcanzar cierta altura", dice
Y todo esto lo dice un entrenador que fue especial, con bellísimas memorias. Convivió con Ronaldo o Vieri en el Inter. Hizo jugar al Valencia dos finales de Champions y aguantó con el Mallorca (lo llevó luego a la final de la Recopa) al Barça hasta los penaltis de una final de Copa. La realidad es que un hombre así parece muy por encima del Racing. Pero no quiere que nadie le pida perdón. "Nunca me pregunto por qué ficho por un club, lo que pienso es ¿y por qué no?". La jerarquía de los futbolistas ya no le importa tanto. "La esencia es la misma con todos. Al final, siempre hay un vestuario, unas botas, un equipo".
Su vida en el Racing es un trabajo psicológico. "No hay muchas cosas imposibles en la vida". Sus sueños son como los de todos los entrenadores. "Me gustaría jugar como el Barça, pero no puedo". Otra cosa es que ahí se acabe el mundo. "Jugar bien no sólo es dar 350 toques a un balón". Por eso Cúper es fiel a sí mismo. "Más allá del talento, ¿a quién no le gusta que su equipo sea disciplinado?". Y por eso mismo se ha desprendido de esa etiqueta de entrenador obsoleto, anclado en otros tiempos como los de hace 14 años cuando siempre repetía en Mallorca el mismo once. Algo que hoy ya no hace nadie, ni siquiera él, que ahora ve los partidos con unas gafas graduadas que lo envejecen. Sin embargo, nunca dejará de ser él mismo. "He sido lavacopas en restaurantes, así que no voy a convertirme en otro, en un extraño".
Cúper viene de coleccionar fracasos los últimos cinco años. Destituido en el Betis y en el Parma en un solo año, fue a Georgia, donde no ganó un solo partido. De ahí pasó a Grecia, al Aris Thessaloniki, donde perdió otra final de Copa. "Me ha faltado destapar el champán, pero no creo que el fútbol esté en deuda conmigo". Y lo asume con la naturalidad, aprovechó el paro para aprender a tocar el saxofón en su casa de siete habitaciones del Lago Como. Ahora, podría estar allí. Viviría mejor y su corazón palpitaría sin prisa. Incluso, podría escribir sus memorias y recordar lo que Moratti, dueño del Inter, dijo de él cuando lo despidió: "Es de las mejores personas que conocí". Pero no sería lo mismo. "El fútbol es una enseñanza de vida de la que es difícil cansarse". Y si hay un día en el que Cúper no se sienta con fuerza, no esperará a que lo echen. Dimitirá. No sería la primera vez.
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