Este artículo se publicó hace 16 años.
Hórreos ante el mar
El pueblo de mariscadores de Combarro, en las Rías Baixas, es uno de los más pintorescos de Galicia
Caciquismo y marisco. Mar y lluvia. Meigas y Camino de Santiago. Tierra de leyendas, en Galicia nunca se supo distinguir entre realidad y fantasía. Entre la magia de la catedral de la ciudad compostelana y el mareo que provoca el olor de la fábrica de papel de Pontevedra. Inigualable ejemplo de la arquitectura popular gallega, Combarro, arrinconado en el corazón de las Rías Baixas, parece haber sobrevivido al paso del tiempo.
Combarro se asoma al mar con una personalidad especial. Más de 30 hórreos de granito se alinean sobre la orilla hasta dar forma a la costa y convertirse en una muralla natural que rodea el casco antiguo. Combarro es un pueblo pesquero, por eso los enormes graneros tradicionales de maíz se usan, igual que hace siglos, como secaderos de boquerones, sardinas y otros pescados de la ría.
Almas en pena
Costa atacada por los piratas en los siglos XVI y XVII, los habitantes de Combarro edificaron a partir de 1717 seis cruceiros en las plazas, reflejo de supersticiones gallegas. Igual que las cruces de piedra rematan los hórreos para que siempre estén llenos, los cruceiros protegen al pueblo de la Santa Compaña, la procesión de almas en pena que se cree que aparece de noche.
En la tranquilidad de Combarro, uno se pregunta de qué hablaba Castelao, padre del nacionalismo gallego, cuando decía: “Onde hai un cruceiro, houbo un pecado”. Hay bares instalados en viejas casas, construidas sobre rocas de granito para aprovechar al máximo las tierras fértiles de la zona. La singularidad del pueblo hizo que Combarro fuera declarado, el 30 de noviembre de 1972, conjunto de interés artístico y pintoresco. Se sitúa así lejos del bullicio de la turística y cercana Sanxenxo.
Los hórreos son como una frontera natural con las aguas, convirtiendo a Combarro en un pueblo único en el paisaje de la costa gallega. Cuando el mar se retira, se ve a hombres y mujeres mariscando. Sin embargo, pocos de los 500 habitantes son pescadores.
Isla de Tambo
Se narran pocos cuentos relacionados con el mar, no como en Marín, al otro lado de la ría. La Isla de Tambo, habitada por gente de Combarro hasta el siglo XVIII, guarda sus secretos. Cerrada al público por acoger instalaciones militares, sólo se abre unos días al año, durante las Festas do mar de agosto. Entonces, los mariscadores se atreven a coger el barco.
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